Todo lo que este mundo ofrece es pasajero; hoy existe y mañana puede desaparecer. Incluso nuestra vida terrenal tiene un fin. Pero Dios es eterno, y en su amor y misericordia nos dio la vida eterna a través del sacrificio de Cristo, quien pagó con su sangre por nuestros pecados. Como hijos de Dios, debemos comprender que fuimos creados para la eternidad, para vivir por siempre junto al Señor. Por eso, nada de lo que el mundo ofrece puede compararse con su gloria; vivamos cada día para honrarle, con la mirada puesta en Él.
La gracia de Dios nos transforma, no solo perdona, sino que renueva profundamente el corazón humano. No se limita a borrar el pasado, sino que produce una nueva creación: cambia la mente, sana las heridas, y despierta un amor genuino por Dios y por los demás. Esta gracia no se gana, se recibe; y al recibirla, todo nuestro ser se inclina en adoración, reconociendo que todo lo bueno proviene del Señor. La gracia quebranta nuestro orgullo y nos levanta para vivir con propósito. Solo por gracia el pecador se convierte en una nueva criatura, testigo de la gloria de Dios.
Dios es fiel, y Su misericordia va mucho más allá de lo que podemos imaginar.Él nunca nos deja; todo lo que hace es por amor a Su nombre y por quien Él es.Nuestro Dios cumple cada una de Sus promesas, por eso podemos vivir seguros y confiados.
Si miramos atrás, veremos que en cada momento Él ha estado con nosotros, incluso en medio de las pruebas y las peores circunstancias.Vivamos con la mirada firme en el Señor, recordando que Su fidelidad nunca falla y que nada puede apartarnos de Su amor.
Como hijos de Dios estamos llamados a mantenernos firmes y no dejarnos llevar por las presiones de este mundo, el mundo que nos rodea busca que nuestra mirada se desvíe de Dios, si bien es cierto que ya no vivimos en un mundo lleno de dioses paganos, ahora vivimos en un mundo lleno de ídolos que le quitan el lugar que Dios merece, nosotros no podemos adorar o desobedecer a Dios para agradar al mundo, así que como sus hijos estamos llamados a decidir a quien queremos agradar a Dios o al mundo.
Muchas veces, al atravesar problemas o enfrentar circunstancias difíciles, sentimos que ya no tenemos fuerzas y que todo parece estar en contra. Sin embargo, como hijos de Dios no debemos apartar nuestra mirada de Él. Necesitamos aprender a confiar plenamente en su voluntad y recordar que todo lo que tenemos es por su gracia. Nada merecemos ni podemos obtener por nuestros propios méritos, pero Dios, en su amor, nos lo ha dado todo.
Él es soberano y su plan es perfecto; no permitirá que el justo permanezca caído para siempre. Por eso, en medio de la angustia, clamemos a Él y esperemos con paciencia su respuesta.
La fe es la confianza o la certeza en Dios y en Su palabra, aun cuando las circunstancias parecen contrarias o inciertas. No se basa en lo que se ve, sino en la seguridad de que Dios cumple lo que promete y obra conforme a Su voluntad perfecta. La fe verdadera implica dependencia total del Señor, reconociendo que Él es soberano y digno de obediencia sin condiciones. Es un don de Dios que nos capacita para permanecer firmes en medio de la prueba, creer sin ver y descansar en Su fidelidad, sabiendo que todo lo que permite tiene un propósito bueno y eterno.
Como hijos de Dios debemos entender que nuestra vida depende absolutamente de Él, que todo lo que tenemos y todo lo que somos vienen de su infinito amor hacia nosotros, que todo es por gracia, por eso como sus hijos estamos llamados a confiar y esperar en su grande amor, a clamar por misericordia seguros que Él nos escucha y constestará nuestra oración, debemos aprender a confiar en Él, a escuchar su voz, a pedirle su guía para que podamos alinearnos a su verdad y que nuestro corazón desee honrarle y glorificarle.
Toda la historia, cada reino, cada vida, existe para la gloria de Dios. Su soberanía es profundamente intencionada: Él dirige los acontecimientos del mundo para exaltar a Cristo y revelar su majestad. Cuando reconocemos que la sabiduría, el poder y el propósito pertenecen solo a Dios, entendemos que nuestra existencia encuentra sentido al rendirse ante su majestad. Nada es casual; todo, desde lo más grandioso hasta lo más oculto, está diseñado para mostrar la excelencia de su carácter y la belleza de su plan redentor.
Solo por la gracia y la misericordia de Dios tenemos nueva vida. Él mismo cargó el castigo que merecíamos para reconciliarnos con Él. Ahora, en nuestro Señor Jesucristo, hemos sido perdonados; Dios nos ve limpios y sin mancha. Solo por Él podemos vivir en abundancia para su gloria. Por eso, estamos llamados a escuchar su voz, obedecerle, guardar sus mandamientos y no desviarnos de su voluntad.
La santidad es el llamado de Dios a vivir apartados para Él, reflejando su pureza, carácter y propósito en medio de un mundo caído. Este principio se ve reflejado en el deseo de no contaminarse con las cosas que este mundo nos puede ofrecer. No es solo evitar lo impuro, sino un deseo de honra a Dios en cada decisión de nuestra vida. La santidad no es una carga, sino nace del corazón en respuesta reverente al Dios que nos salvó y nos transformó. La santidad no es pasiva ni superficial, sino activa, valiente y contracultural. Es vivir con la mirada puesta en Dios, aun cuando todo alrededor nos presiona para conformarnos a este mundo.
Como hijos de Dios, debemos aprender a depender completamente de Él. Separados de su presencia nada podemos hacer, y lejos de nuestro Señor nada tiene verdadero valor. Todo lo que somos y tenemos es únicamente por su gracia.
Su Palabra nos exhorta a poner nuestra mirada en Dios, a buscar primeramente su Reino y a descansar en la promesa de que todo lo demás nos será añadido. Aprovechemos el privilegio de su presencia y vivamos cada día anhelándola, pues solo por su amor y misericordia tenemos libre acceso a su trono.
Preguntémonos entonces: ¿qué hay en este mundo que realmente valga la pena fuera de Él? Todo lo tenemos por medio de Cristo, así que vivamos para Él.
Jehová Sama significa “Jehová está allí” y expresa una de las revelaciones más sublimes del carácter de Dios. Este nombre simboliza el cumplimiento de todas las promesas divinas: después del juicio, viene la restauración; después del exilio, la presencia de Dios nuevamente está en medio de su pueblo. La verdadera bendición no radica simplemente en la tierra o en los bienes materiales, sino en la presencia continua de Dios con nosotros. Este nombre anticipa la comunión eterna entre Dios y su pueblo, cumplida plenamente en Cristo, en quien Emanuel que significa “Dios con nosotros” se hace realidad.
Conectados con el Gran Yo Soy a través del Evangelio Episodio 4
Muchas veces nos sentimos atrapados y vemos cómo los problemas se levantan contra nosotros. Sin embargo, en medio del temor y la angustia, estamos llamados a confiar y a esperar en Dios y en Su obra perfecta. Él sigue en el trono, tiene el control y nada se escapa de Sus manos. Su plan es perfecto, y por la fe podemos vivir en paz y confianza, aun en medio de la tormenta. No debemos desanimarnos ni permitir que las corrientes de este mundo nos alejen de Él. Dios es fiel, y Su amor sobrepasa todo entendimiento. Vivamos seguros y confiados en quién es Él.
La restauración espiritual es el proceso por el cual Dios renueva el corazón humano, sanando lo que está seco, roto o contaminado por el pecado. No se trata solo de una mejora moral, sino de una transformación profunda que restablece la comunión con Dios, reaviva la fe y produce frutos de obediencia, gozo y paz. La restauración espiritual es obra del Espíritu Santo que, como un río, penetra cada rincón del alma, trayendo vida abundante y esperanza, para su gloria.
Dios es fiel y su amor va más allá de lo que podemos imaginar, Él nos escogió antes de la fundanción del mundo para su gloria, a pesar de lo que somos Él nos ama y se entregó para que tuviéramos vida nueva, sin embargo, nosotros nos hemos dejado llevar por las corrientes de este mundo y hemos dejado que el pecado se enseñoree de nosotros, hemos sido infieles a Dios, hemos desobedecido y lo hemos deshonrado. Como hijos de Dios debemos vivir para Él, con un corazón entregado a glorificar su nombre, no dejemos que nuestra mirada se desvíe, sino aferrados de su mano vivamos para Él, gozando de su amor y bendiciones, pero con el único deseo de honrarle con todo lo que somos.
La adoración a Dios es la respuesta reverente y amorosa del ser humano ante la grandeza, santidad y misericordia del Señor. No se trata solo de cantar o asistir a un culto, sino de rendir el corazón, la voluntad y la vida entera en reconocimiento de quién es Dios y lo que ha hecho. Adorar es exaltar su gloria, agradecer su gracia, someterse a su soberanía y deleitarse en su presencia. Es una expresión de fe que transforma al adorador en un siervo que vive para honrar y glorificar a nuestro Creador y Salvador.
Como hijos de Dios debemos aprender a mantener nuestra mirada firme en quien es Dios, a vivir por fe seguros de su amor, su gracia, misericordia y poder para transformar cualquier circunstancia, no podemos olvidar que Dios tiene cuidado de nostros y que para Él lo mas importante es nuestro corazón, que Él nos promete que todas las cosas nos ayudan a bien y que nada ocurre sin que Él lo permita, aunque muchas veces las circunstancias que enfrentamos son difíciles y a veces sentimos que ya no podemos más, estamos llamados a clamar a Dios y a confiar en que Él obrara de la manera y en el tiempo perfecto.
La nueva vida en Cristo es una transformación radical y misericordiosa que Dios obra en quienes han sido redimidos por Cristo. Ya no vivimos bajo el dominio del pecado ni según los deseos de la carne, sino que somos hechos nuevas criaturas, guiadas por el Espíritu Santo. Esta vida se caracteriza por un arrepentimiento continuo, obediencia sincera, y una creciente conformidad a la imagen de Cristo. En lugar de buscar nuestra propia gloria, vivimos para la gloria de Dios, confiando en su gracia y descansando en su justicia. La nueva vida no es perfección inmediata, sino un caminar marcado por la santificación, la comunión con Dios, y la esperanza firme en la restauración final.
Todos hemos pecado, todos hemos desobedecido y deshonrado a Dios, en su palabra Dios dice que no hay justo ni aun uno, que todos hemos pecado y hemos sido destruidos de la gloria de Dios, mas por su gran amor, sin que mereciéramos más que un castigo, Dios envió a su único hijo para que todo aquel que en Él cree no se pierda mas tenga vida eterna, Crito murió en una cruz, Él recibió el castigo que tu y yo merecíamos y nos regaló vida eterna, todo lo tenemos por Él y todo para es para Él, así que vivamos para su gloria, con u corazón arrepentido, seguros de su perdón y con la mirada firme en Él.