
Toda la historia, cada reino, cada vida, existe para la gloria de Dios. Su soberanía es profundamente intencionada: Él dirige los acontecimientos del mundo para exaltar a Cristo y revelar su majestad. Cuando reconocemos que la sabiduría, el poder y el propósito pertenecen solo a Dios, entendemos que nuestra existencia encuentra sentido al rendirse ante su majestad. Nada es casual; todo, desde lo más grandioso hasta lo más oculto, está diseñado para mostrar la excelencia de su carácter y la belleza de su plan redentor.