
Todo lo que este mundo ofrece es pasajero; hoy existe y mañana puede desaparecer. Incluso nuestra vida terrenal tiene un fin. Pero Dios es eterno, y en su amor y misericordia nos dio la vida eterna a través del sacrificio de Cristo, quien pagó con su sangre por nuestros pecados. Como hijos de Dios, debemos comprender que fuimos creados para la eternidad, para vivir por siempre junto al Señor. Por eso, nada de lo que el mundo ofrece puede compararse con su gloria; vivamos cada día para honrarle, con la mirada puesta en Él.