Aquí terminamos el capítulo 6 de Romanos.
¡Ya estamos adentrándonos en la carta!
En el episodio anterior hablamos de la inconsistencia natural que existe detrás de la idea de un cristiano carnal, o un “cristiano pecador”. Esto lo hicimos enfocándonos en la primera parte del capítulo seis de la carta los Romanos, donde Pablo aborda la imposibilidad de que tal fenómeno exista, y la inconsistencia lógica de pensar que una persona que ha muerto al pecado y se ha vestido de la muerte de Cristo en el bautismo, y que por lo tanto ha renacido a una nueva vida en Dios, una vida que halla su identidad en la vida resucitada de Cristo, continue viviendo en el pecado que antes lo caracterizaba.
La premisa detrás de la homilía Paulina en la primera mitad de Romanos 6 es que cualquiera que ha muerto al pecado no puede seguir viviendo en él. Que pensar lo contrario es promover un pensamiento completamente antinatural.
La idea aquí es que una vez que el cambio de naturaleza toma lugar en el corazón de la persona, la persona es una nueva criatura. Una nueva naturaleza ha sido plantada en su corazón, hay nuevos deseos, hay nuevos anhelos, hay nuevas ambiciones, y una nueva forma de vida comienza a aflorar. Si bien al principio esta forma de vida no sea tan evidente, la Biblia dice que el reino de los cielos es como un grano de mostaza, o como la levadura que se mezcla en la harina y la hace laudar. Es decir, una vez que la simiente de Dios es implantada en nosotros, aunque imperceptible al principio, seguirá creciendo y expandiéndose en nosotros hasta alcanzar cada área de nuestra vida, y seguirá creciendo y tomando cada vez más lugar en nuestro corazón, en nuestros pensamientos, en nuestras acciones, en nuestra forma de hablar y de dirigirnos a los demás y de conducirnos en esta vida, que pronto todo el mundo podrá ver el resultado inexorable de la simiente de Dios plantada en nosotros.
Pensar que un cristiano que ha sido hecho renacer, cuya naturaleza ha sido cambiada, cuya voluntad ha sido cambiada, y en quien el espíritu de Dios habita, pueda seguir viviendo en el pecado como lo hacía antes, no solamente es blasfemo sino que es ilógico. Es como esperar que una lombriz ande erguida, o que un pájaro nade, o que un pez vuele.
Pero de la misma manera, un cristiano que ha renacido a la vida de Cristo, que se ha vestido de su muerte en el bautismo, y que se ha vestido de su vida por medio de la regeneración del Espíritu Santo, tiene una naturaleza que es divina. Dios le ha impartido su naturaleza, su simiente, su semilla, que habita en su corazón. Dios también ha puesto de su mismo Espíritu en esa persona, para guiarla, enseñarle, y transformar al nuevo creyente en el reflejo perfecto de la imagen de Jesucristo. De modo que, sería contra natura pensar que ese creyente aún desearía vivir en pecado.
Así que, la pregunta primordial que Pablo presenta en el primer versículo del capítulo 6, queda rebatida por la propia lógica: “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo!? Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.
Ahora bien, continuando con esa lógica, el apóstol Pablo se propone aquí expandir de una manera gráfica sobre esta idea, para enseñarnos la esencia de nuestra nueva vida.
Hay una herejía maligna, una mentira disfrazada de verdad, cocinada en las profundidades del infierno, que está infiltrándose en muchas iglesias modernas. Se trata de una nueva doctrina que ha contaminado nuestros púlpitos, bajo el nombre de “la libre gracia“.
“¿Qué es la libre gracia?”, me preguntará usted.
Pues bien, la doctrina de la libre gracia surge bajo este nombre a finales del siglo XX, así que es una doctrina muy nueva, que comenzó como protesta contra el así llamado «legalismo» de la interpretación de la salvación por regeneración, común en círculos reformados, y también con motivo de justificar la salvación de tantos pseudo-cristianos que hoy pueblan nuestros templos, aunque jamás han experimentado salvación comprobable.
Hoy día, tenemos iglesias para todos los gustos:
Tenemos el movimiento Hillsong, para todos a quienes les guste pasar un buen rato, con buena música, buenas luces, excelente show, mucha psicología y autoayuda; y muy poca consistencia doctrinal…
Tenemos las iglesias neo-apostólicas, en las que todos reciben revelación fresca continuamente, desviando a la gente de la Biblia, y embelesándola en mentiras diabólicas… pero esas iglesias están ahí, para los que siempre quieren que un profeta les diga algo nuevo, porque son extremadamente holgazanes como para mantener una vida de lectura bíblica disciplinada.
Tenemos las iglesias homosexuales, para todos esos «desechados» por el sistema cristiano tradicional —pues nosotros no hemos entendido la verdad del Evangelio, que es la apertura y la tolerancia a todos los gustos— y en esas iglesias, el supuesto «cristiano» puede continuar en la inmundicia de su pecado, y tener «salvación garantizada» por medio de las mentiras que les predican…
Tenemos a las iglesias heavy metal, para todos aquellos que quieran adorar a Dios de manera violenta… porque de otro modo no pueden entrar en la presencia de Dios.
Es decir… literalmente tenemos iglesias para todos los gustos… excepto el gusto de Dios. Porque en la Biblia vemos el gusto de adiós y la voluntad divina para la iglesia, pues leemos que «Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada (Efesios 5:25-28 LBLA)». Es decir, el sacrificio de Cristo tiene como objetivo que Él se prepare una iglesia a su gusto. Hoy día tenemos iglesias para todos los gustos, excepto el de Cristo. O si no, dígame donde está esta iglesia por la que Cristo murió, que anhele ser santa y sin mancha delante de Él.
Hemos llegado al punto en que, si uno simplemente abre la Biblia para refutar tantas corrientes nefastas a las que hoy les hemos puesto la alfombra roja… uno termina siendo tratado de fariseo, de hipócrita, de traga-libros, de retrógrado (sí, esa palabra también se usa en círculos cristianos), y en el mejor de los casos, uno es tratado como un pobre sujeto que no ha entendido nada. ¿Y por qué todo esto? Pues simplemente por querer filtrar lo que uno ve por medio de la Biblia. Nada más.Hay una herejía maligna, una mentira disfrazada de verdad, cocinada en las profundidades del infierno, que está infiltrándose en muchas iglesias modernas. Se trata de una nueva doctrina que ha contaminado nuestros púlpitos, bajo el nombre de “la libre gracia“.
“¿Qué es la libre gracia?”, me preguntará usted.
Pues bien, la doctrina de la libre gracia surge bajo este nombre a finales del siglo XX, así que es una doctrina muy nueva, que comenzó como protesta contra el
En el día de hoy comenzaremos a ver la comparación paulina entre Adán y Cristo, y de cómo una decisión de Adán, que fue injusta y pecaminosa, termina arrojando al mundo entero bajo maldición, a sufrir para siempre el reinado tiránico de la muerte, por causa del pecado de uno —que infecta a todos sus descendientes, convirtiéndolos también en míseros pecadores condenados a padecer el fruto de la corrupción del corazón y la muerte espiritual manifestada continuamente en el recordatorio de la muerte corporal—, eso se nos presenta de este lado de la balanza (Adán, por medio de una acción pecaminosa, libera un veneno mortal que infectará a la humanidad para siempre, sin aparente remedio); mientras que, del otro lado de la balanza se nos presenta a Jesús —más valioso y precioso que toda la creación junta— resolviendo todo este dilema, por medio de un acto de justicia, en favor de toda la humanidad, y se presenta a Jesús como el único capaz de revertir la maldición de Adán, por medio de su muerte, a través de la fe.
Generación tras generación de pecado y maldición son aniquiladas por medio de la muerte sacrificial de uno. Resolviendo así la problemática global y eterna causada por unamala decisión de uno de nosotros.
Aquí apreciamos lo que el escritor también esboza en su primera carta a los corintios, cuando declara que “la necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Corintios 1:25 LBLA).
En esta ocasión comenzaremos a estudiar el capítulo central de la carta a los Romanos. Es aquí que llegamos al centro de la cuestión: la justificación por fe. Es aquí donde se abordará la idea central de la carta, y donde se explicará exactamente la razón por la que podemos tener paz para con Dios: el sacrificio de Jesucristo.
Todos sabemos que el sacrificio de Cristo ha pagado por nuestros pecados, porque ese es un concepto que, en mayor o menor medida, todos hemos escuchado alguna vez. Pero el dilema es tratar de entender la profundidad de dicho sacrificio, y el alcance que este tiene delante de Dios.
Muchísimos cristianos hoy viven en temor mortal respecto a su situación para con Dios, pues nunca se sintieron seguros de si verdaderamente están o no entre los escogidos. Es más, esa es una pregunta que he encontrado más de una vez: ¿cómo sé si estoy entre los escogidos o no?
No saben si están en buenos términos con Dios, o no. No saben si últimamente han hecho las cosas lo suficientemente bien como para que Dios aún los tenga en mente, o si Él ya los ha olvidado completamente y los ha borrado de su libro para siempre.
Sin embargo, cuando leemos en la carta a los Romanos, capítulo 5, la intención principal del autor es impartir paz a sus lectores. Que supieran que todos los que han sido justificados por la fe, verdaderamente tienen una amplia basepara estar en paz con Dios.
Nada hay tan importante para la fe cristiana como el concepto de la justificación por la fe en el Hijo de Dios, aunque dicho concepto sea contrario a lo que, como seres humanos, normalmente esperaríamos de Dios. Porque personas somos sinergistas innatos. Es decir, vemos nuestra salvación (si se la puede llamar así) más bien como una “ayuda” de parte de Dios para que nosotros mismos hagamos las obras necesarias para ser aceptos delante de Dios, y así “Dios y nosotros juntos” logramos nuestra preciada salvación.
Esto no debería sorprendernos, pues como hemos dicho anteriormente, el ser humano no percibe su pecado más que un pez percibe estar mojado, a pesar de que la Biblia describe al ser humano como una raza “abominable y vil, que bebe la iniquidad como agua” (Job 15:16). Es decir, el ser humano no aprecia la gravedad de su pecado, y lo ve como algo leve y cotidiano, a pesar de que Dios lo vea de una manera muchísimo peor.
Y es precisamente porque no apreciamos la gravedad del pecado, que pensamos que somos capaces de cooperar con Dios en nuestra salvación, y que la salvación debe obtenerse por medio de la sinergia entre los esfuerzos humanos y la obra de Dios.
El ser humano naturalmente rechaza la idea de la justificación solamente por fe. Esa clase de justificación nos suena barata. No puede ser que solamente por la fe el pecador puede ser justificado delante de Dios. Debe haber algo más. Se debe requerir algo más de parte de nosotros: Esta es la forma más natural de pensamiento humano. El ser humano es un sinergista innato. Quiere estar (aunque sea parcialmente) en control de su propio destino. Y la idea de que la salvación no dependa de nosotros en ninguna instancia, nos deja expuestos por lo débiles y vulnerables que realmente somos en nuestra propia condición de pecadores.
En el día de hoy comenzaremos a hablar de lo que posiblemente sea el tema principal de la carta a los romanos. El apóstol Pablo ha estado elaborando su argumento hasta llegar a este punto, comenzando desde la ira de Dios manifestada hacia todo el mundo, pues todo el mundo le dio la espalda a Dios habiéndose Dios manifestado universalmente a todo el mundo. Continúa con la ira de Dios manifestándose hacia los judíos, aquellos que no solamente fueron partícipes de la manifestación universal de Dios hacia toda la humanidad sino que, por medio de los patriarcas y de Moisés habían recibido la ley, teniendo una revelación de Dios completamente diferente a la que todas las naciones podrían llegar a alcanzar. Pablo continuó entonces hablando de la inhabilidad del ser humano en cumplir con la ley de Dios. Tanto judíos como gentiles, todos fallaron y todos fueron destituidos de la gloria de Dios. Todos pecaron, todos le dieron la espalda a Dios, todo se hicieron inútiles igualmente. Tanto el impío como de justo, tanto el moral como el inmoral. Tanto el judío como de gentiles. Sin importar quién seas, si fuiste uno de esos que nunca intentó hacer el bien, y que se deleito en hacer el mal, haz pecado contra Dios. Eres uno de esos que siempre intento hacer el bien, quiero decirte que también haz pecado contra Dios.
Y es en ese contexto que el apóstol Pablo dice que todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Siendo justificados gratuitamente por la gracia de Dios, por medio de la fe.
Uno de los temas principales del Evangelio es que es todo por gracia. Que el ser humano no hace nada para obtener su salvación, y no hace nada porque es incapaz de hacer algo para procurar salvarse.
Así que el evangelio proclama que la salvación se debe a un milagro, es decir, una obra sobrenatural de Dios, por medio de la cual Él hace ciertas cosas que, de no ser por su intervención en nuestra vida, serían completamente imposibles.
Pero ahora, algo sorpresivo se introduce en la historia: Dios parece, en esta instancia, manifestar su justicia hacia la humanidad, pero en otro tono. Parecería que, en este momento, Dios corre la ley a un lado —por eso el texto dice: aparte de la ley—, y parece revelar su justicia no de manera justiciera, sino mas bien imputándosela gratuitamente a débiles y despreciables pecadores que nunca obedecieron la ley, solamente sobre las bases de la fe.
Estos jamás obedecieron la ley, pues eran incapaces de hacerlo. Todos ellos fracasaron igualmente, y fueron destituidos de la gloria de Dios; y sin embargo en esta instancia del texto parece indicarse que la perfecta justicia de Dios podría ser imputada sobre el pecador sobre las bases de la fe.
Por eso dice: “Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen. Porque no hay distinción (entre judíos, griegos, romanos, indios, chinos, hombres, mujeres, niños) por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria De Dios”.
Y sin embargo, “Todos son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús”,
algo inédito y asombroso.
Así que definitivamente hay buenas noticias para la humanidad. Pero hay un dilema que resolver, que es el siguiente:
Romanos 1:18 dice que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”. Esto ya lo hemos visto varios episodios atrás, y todos entendemos la premisa de este pasaje, pues es muy similar al sistema legal humano: Es justo que Dios manifieste su ira sobre el hombre rebelde, pues ha quebrado su ley y merece ser castigado. Eso nos parecería justo: Dios debe castigar al pecador por su pecado.
Pero entonces ¿cómo puede Dios manifestar su justicia perdonando al malo, en vez de castigándolo? Aquí hay algo que no queda muy claro todavía.
Salmos 5:4-6 RV60
[4] Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El malo no habitará junto a ti. [5] Los insensatos no estarán delante de tus ojos; Aborreces a todos los que hacen iniquidad.
Salmos 11:6-7 RV60
[6] Sobre los malos hará llover calamidades;
Fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz de ellos. [7] Porque Jehová es justo, y ama la justicia; El hombre recto mirará su rostro.
Esto nos parece justo. Aterrador, sí, porque estas sentencias se pronuncian contra todo pecador (nosotros inclusive), pero al fin y al cabo, es justo.
Pero ¿cómo es que Dios ahora manifiesta su justicia removiendo la ley del medio, y simplemente perdonando al pecador, imputándole una justicia que no tiene?
¿Acaso no es eso lo que hacen los jueces corruptos? ¿Dejar la ley a un lado y fallar a favor de sus aliados? ¿Cómo puede un Dios justo hacer esto y seguir siendo justo?
Pues bien, el pasaje continúa diciendo que a este Jesús Dios lo “exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a través de la fe, como demostración de Su justicia (vuelve s repetir ese concepto) , porque en Su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente”.
El sacrificio de Cristo aquí aparece íntimamente ligado a la demostración de la justicia de Dios. Pues a través de la historia de la humanidad, años, generaciones, siglos y milenios, Dios había soportado el pecado de la humanidad, pasando por alto a miles y miles que pecaron contra Él quebrando su ley, y que merecían la condenación instantánea.
En este pasaje somos confrontados con una realidad que el ser humano muchas veces ignora, ya sea por ignorancia propiamente dicha, o adrede. Y esta realidad tiene que ver con un problema existencial de nuestra especie, que es el siguiente: el ser humano no es una raza imperfecta que necesite mejorar, o superarse, o seguir ciertas pautas morales y éticas para poder alcanzar el estándar requerido para ser hecho acepto delante de Dios. Eso es lo que las religiones en general piensan de la raza humana. Eso es lo que muchas filosofías orientales piensan de la raza humana. Pero la revelación divina plasmada en las escrituras nos muestra algo muy diferente a lo que el ser humano piensa de sí mismo y de su posición delante de su creador.
Pues si el caso fuere uno de mera imperfección, o de ni ser tan buenos como Dios quiere que seamos, esa situación sería fácilmente remediable. Pues de este modo, el ser humano sería comparable a un niño inexperto que debe aprender muchas cosas para poder introducirse a la sociedad adulta y desarrollarse como un miembro maduro de su comunidad. Un poco de educación, un poco de formación en ciertas áreas, mucha práctica en los aspectos necesarios, y el ser humano podría ser elevado al estándar requerido para insertarse en la comunidad divina. Y si ese fuera el caso, la ley sería la herramienta perfecta para reformar lo que debe ser reformado en nosotros, mejorar lo que debe ser mejorado, y llevar a todo ser humano obediente a la perfección.
Sin embargo, la realidad que vemos ek nosotros mismos es otra. Y eso es exactamente lo que el apóstol Pablo se propone plantear aquí: y es por este problema existencial, que la ley no puede con la debilidad humana. Que cada vez que la ley manifiesta los deseos y estatutos santos y justos de un Dios que es santo y justo, la naturaleza humana se retuerce y se rebela contra la ley de Dios, manifestando el pecado que asedia la naturaleza misma del ser humano.
Support the showEn el día de hoy comenzaremos con nuestro estudio de la carta los romanos, del capítulo tres, donde el apóstol Pablo vuelve a tocar en el tema de la depravación total del ser humano. Éste es un tema que ya habíamos visto en el capítulo uno, donde Pablo describe los efectos del pecado tanto a nivel personal, como a nivel social. Pablo ya ha declarado que el pecado del ser humano consiste en ese trueque, en el que el ser humano intercambia la gloria del Dios incorruptible por imágenes, cosas, religiones, creencias, supersticiones, filosofías, conocimiento, ismos de todo tipo, por medio de los cuales el ser humano intenta desterrar de su alma esa noción que Dios puso dentro de cada corazón de qué hay un Dios que un día juzgará a los vivos y los muertos.
Ésa es la idea que Pablo desarrolla en la segunda mitad del capítulo uno de la carta a los romanos, y ahora el apóstol Pablo se pone a describir un poco más el efecto personal, interior, del corazón, del alma que el pecado ha tenido en todo ser humano.
Uno de los conceptos con los que el ser humano lucha constantemente, es la idea de que todo lo que Dios hace, decreta, dispone… Tiene como único propósito, glorificar la grandeza de Dios.
Toda la obra salvífica de Dios ronda en torno a la glorificación de su nombre, a la reivindicación de su santidad, y a la exaltación de su persona.
Que toda la obra de salvación que Dios se dispone hacer por el pecador sea simplemente para traer gloria para sí mismo, y no tanto por nosotros. Que toda la gracia y la abundancia de la misericordia de Dios, que nosotros disfrutamos todos los días, son un efecto secundario a Dios glorificando su propio nombre, no es un concepto que nos guste tanto considerar.
Como lo dice nuestro texto de hoy:
“Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador?”
El pasaje que nos toca hoy es el siguiente:
Romanos 3:1-4 RV60
[1] ¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? [2] Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios. [3] ¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios?
[4] De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado.
El apóstol comienza haciendo una pregunta que no debería sorprender a ningún lector. Pues, si todo lo que se viene diciendo hasta ahora en el capítulo 2 es verdad, es decir: que no es judío el que lo es exteriormente, en la carne, nacido bajo la ley, circuncidado bajo la ley; sino que el verdadero judío lo es en lo interior, y la verdadera circunsición es la del corazón, no hecha por mano sino por Dios; y si es verdad que no son los oidores de la ley (es decir, los que desde su niñez tuvieron acceso a la ley de Moisés, y que fueron educados en esta, habiéndola recibido como legado cultural), sino que son los hacedores de la ley los que serán justificados; y que si un gentil obedece la ley, por más que sea gentil, su obediencia la será contada como circunsición, mientras que al judío desobediente su obediencia le es contada como incircunsición… Si todo esto es verdad, entonces la pregunta con la que el apóstol Pablo comienza el capítulo 3 es completamente lógica: ¿de qué sirve la circunsición? ¿De qué sirve ser judío? ¿Qué ventaja tiene la elección de Dios sobre Israel? ¿”De qué me ayudó a mí el haber sido instruido en la ley toda la vida, si al final no soy mejor que el resto?
Esta pregunta que Pablo postula abre la puerta para todo un desarrollo teológico e histórico que se desarrolla comenzando en el capítulo cuatro, donde el apóstol Pablo se propone demostrar que la justificación por fe no era algo nuevo que él había recibido como una nueva revelación, sino que históricamente siempre había sido así. Que Dios no había cambiado de opinión, que el plan de Dios se mantenía inmutable, y que la fidelidad de Dios se mantenía inalterable, porque la torpeza y la rebelión humana, manifestada en las masas que fueron rebeldes y no creyeron, tanto de judíos como de gentiles, no entorpecen el plan divino de salvar a aquellos que Dios desea salvar.
Toda la doctrina de la elección incondicional que los reformadores elaboraron tan minuciosamente, parte (parcialmente por lo menos) de esta premisa: que no es el legado cultural ni la etnicidad la que sirve como fundamento para la elección divina de su pueblo, sino que Dios se manifestó como Dios desde el principio de la creación, escogiendo sobre quiénes se revelaría.
No es novedad que, culturalmente hablando, el judío veía en su ley y en la circunsición las marcas de la elección divina sobre Abraham. Y que por lo tanto, por promesa divina, dicha elección se trasladaba a ellos, a modo de legado sanguíneo. Dios había escogido a Abraham y a su descendencia, por lo tanto, todo judío circuncidado bajo la ley era un heredero de la promesa de Dios a Abraham.
Ahora bien, sabemos claramente que ese no es el caso. Que Dios no está maniatado a un linaje. Y que desde el comienzo de la creación, su plan siempre fue manifestarse a toda la humanidad. Y para eso, él escogió a Abraham, para que en él fuesen benditas todas las naciones, y no solamente la nación de Israel.
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Romanos 2:17-29 RV60
[17] He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, [18] y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, [19] y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, [20] instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad.
Esta es la situación de todo hombre religioso. Si bien el apóstol Pablo le está hablando a los judíos de su época, esta misma descripción aplica a cada persona religiosa. Esto es exactamente lo que el hombre religioso busca. Y esto es lo que la religión le hace a la persona: le da una forma de seguridad, un sentido de superioridad, de propósito, de estar haciendo lo correcto, de ser un poco mejor que el resto, de tener algún conocimiento más elevado y del resto no puede llegar, y que por alguna razón él se lo ha ganado bien.
Romanos 2:12-16 RV60
[12] Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; [13] porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.
[14] Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, [15] mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, [16] en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.
Hace mucho tiempo, en el seminario, un profesor utilizó este pasaje para enseñarme que, en ciertos casos en los que el individuo no había tenido la oportunidad de oír el evangelio y aceptar a Cristo en su corazón, el mismo podría ser salvo por medio de las obras de consciencia, si había vivido una vida decente.
Aparentemente, este pasaje parecería indicarle a algunos que los que vivieron sin ley (lo que, según un sector de la iglesia poco versado en la Biblia, significaría los que no han tenido la oportunidad de escuchar el evangelio) serían justificados por la ley de conciencia. Es decir, que los que no tuvieron conocimiento suficiente de Dios como para buscarle, los que jamás escucharon acerca de Jesucristo, para poner su fe en Él, podrían ser juzgados según la ley interior de todo ser humano.
Pues, todo sabemos que una de las cosas que nos diferencia de los animales, es que tenemos una ley de conciencia. Si observamos a través de las culturas, a lo largo de la historia podemos descubrir que existe una ley moral (la ley natural del ser humano, esa norma de conducta que nos dice lo que está bien y lo que está mal, y que nos impulsa a reprimir las malas acciones y los malos deseos de nuestro corazón, y escoger lo bueno).
De modo que, sería lógico, humanamente hablando, pensar que Dios tenga dos modos de juicio. Los que escucharon el evangelio y no creyeron, que sean juzgados según el nivel de responsabilidad que tuvieron, según su rechazo. Pero los que no escucharon el evangelio, y por lo tanto nunca tuvieron la oportunidad de creer, si durante su vida se comportaron de una manera digna, que sean justificados ese modo.
Esta forma de enseñanza, por atractiva que parezca a la mente humana (por causa de la pluralidad de métodos de juicio que Dios podría llegar a emplear según lo que cada uno haya experimentado en vida) simplemente no es doctrina bíblica. Aquellos que han tratado de argumentar a favor de un juicio divino basado en la ley de conciencia utilizando este pasaje, han tenido que ignorar el punto principal de este pasaje: a saber, que tanto los unos como nosotros perecen.
Piense por un momento en lo que acabamos de leer: el apóstol Pablo aquí no está diciendo que los que vivieron sin ley podrán ser justificados sin ley, sino que: sin ley perecerán. Es decir, aquellos que no tuvieron la revelación Mosaica del antiguo testamento (es decir, todos los no israelitas a lo largo de la historia) perecerán sin ley. Es decir, la condenación no está limitada a la desobediencia a la ley Mosaica.
La razón por la que estos perecen no es que desobedecieron la ley de Moisés (es decir, la revelación escrita de Dios entregada a su pueblo escogido), sino que son condenados por haber nacido en pecado como todos los demás. Pues vivieron en pecado durante toda su vida, y durante toda su existencia evidenciaron la realidad de su pecado con cada acción, palabra, pensamiento y deseo.
Support the showLa dureza de corazón es la característica principal del muerto en delitos y pecados. El profeta Ezequiel describe al hombre no regenerado como teniendo un corazón de piedra, cuando dice, al describir la obra regeneradora de Dios en el pecador:
Ezequiel 36:26 RV60
[26] Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Es decir, antes de la obra regeneradora del Espíritu Santo, el ser humano se encuentra muerto en delitos y pecados, como lo describe el apóstol Pablo al decir:
Efesios 2:1-5 RV60
[1] Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,[2] en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, [3] entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. [4] Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, [5] aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),
Es decir, la persona nace enemiga de Dios, muerta en pecados, con un corazón de piedra, naturalmente enfurecido contra Dios, contra todo lo bueno, todo lo justo, todo lo celestial, y de no ser por intervención divina, el ser humano nace, vive y muere en completa enemistad con Dios, incapaz de hacer lo bueno, incapaz de obedecer a Dios, incapaz de reconocer su pecado.
El problema más grande de la hipocresía humana es que nos hace pensar que el hecho de que Dios todavía no nos haya destruido por nuestra maldad, significa que Él de alguna manera está de acuerdo con lo que hacemos. Sin darnos cuenta que la única razón por la que Dios no ejecuta sus juicios automáticamente, es para mostrar su misericordia de modo que, viendo esa misericordia, seamos guiados a la cruz, y movidos al arrepentimiento.
Sin embargo, esa misma misericordia que Dios extiende hoy sobre cada pecador al refrenar su ira y no ejecutar sus juicios, rápidamente se tornará en ira y en castigo, pues al no arrepentirse ante la misericordia de Dios, el ser humano desprecia su venida.
Support the showNada hay que aterre tanto la mente humana como el concepto de que hay un Dios por encima de todas las cosas, en los cielos, completamente autosuficiente, completamente auto existente e independiente de toda su creación, que no necesita nada de nosotros, y que sin embargo nos da todo de él, quien un día juzgará a los vivos y a los muertos según lo que cada uno haya hecho.
Pero la Biblia enseña que Dios que tiene su trono en las alturas, bien por encima de todas las cosas, bien por afuera del ámbito terrenal, alto, sublime, exaltado, en cuyas manos están los destinos de los hombres, quien decide cada segundo de nuestra existencia, ese Dios no es un Dios ausente, ni desentendido de su creación, sino que sus ojos miran constantemente y examinan cada acción, cada pensamiento, cada palabra, cada intención.
Y como si eso fuera poco, el apóstol Pablo nos garantiza algo más aterra todavía: Dios no se equivoca en su juicio. Él no utiliza de testigos externos. Él no necesita que nadie le diga lo que sucedió. Él no necesita preguntarle a nadie lo que pasó. Él no necesita recolectar evidencia que pueda ser adulterada y modificada para cambiar la realidad delante de sus ojos. Sino que él es testigo ocular de todo lo que hemos hecho, pensado, y dicho. De modo que cuando él pasa juicio, todo su juicio es según la verdad.
La sociedad actual está corriendo a 1000 por hora en una ancha carretera de autodestrucción. Es como que el ser humano está intentando esforzadamente de apartarse de Dios sin importar el costo.
Hoy día el que crea la Biblia tal cual está escrita es considerado un fanático retrógrado e ignorante. No sólo entre los inconversos y no creyentes, sino también entre muchos en la iglesia .
¿Cuál es la razón para estas cosas? ¿Qué nos llevó a este punto? Pues bien, el apóstol Pablo describe la historia de la sociedad humana y su relación rebelde contra Dios, de principio a fin, en el fragmento que estudiaremos hoy.