Necesitamos comenzar en pequeño, sin esperar que las cosas esten listas para caminar con Dios, porque antes de que Él trabaje en lo visible, trabajará en lo invisible. Lo que necesitamos en realidad es tener fe en Dios y en su Espíritu para poder ver su gloria y comenzar de nuevo.
Dios comienza algo pequeño en nuestra vida, pero la semilla que pone en nuestros corazones se llama eternidad.
Él tiene un gran propósito para nosotros, pero primero tendremos que atravesar por comienzos difíciles, de retos y dificultades, porque es cuando Dios nos prepara y nos forma para recibir sus bendiciones y todo lo que él tiene para nosotros.
Muchos soñamos en grande y con tener una vida próspera, pero no todos están dispuestos a abrazar el proceso y dejarnos moldear por Dios. Él nos llama a ser reyes para producir riquezas y recursos, pero también nos llama a ser sacerdotes para construir una relación íntima con él. Y eso sólo podemos lograrlo cuando dejamos que Dios nos forme en lo secreto, en la intimidad, en lo privado, en lo oculto y hacer las tareas que nos ha encomendado cumplir.
Dios trae abundante lluvia en el preciso momento para aflojar, ablandar y humedecer la tierra de nuestro terreno, con el fin de que las semillas que nos envía puedan penetrar y sean sembradas exitosamente. Nuestra responsabilidad como cristianos es preparar nuestra tierra y limpiarla de toda maleza y espinos con el propósito de que esas semillas den fruto en nuestra vidas.
Cuando dejamos de buscar a Dios y descuidamos nuestra relación íntima con su Espíritu Santo, nuestro espíritu se adormece, dandole la oportunidad al enemigo de sembrar sus semillas en nuestra tierra y le abrimos la puerta a infiltrarse en nuestra vidas, ocasionando destruccion y sufrimiento. Tenemos que proteger nuestra tierra y estar despiertos a los ataques del diablo para que nuestra vida no se marchite y cumplamos el propósito que Dios tiene para nosotras.
Somos como una higuera cuyo propósito es dar fruto sin importar el estado o el clima. Así mismo Dios nos envió a esta tierra para que demos fruto en abundancia, sin importar nuestras circunstancias, a tiempo y a destiempo. Para esto debemos exponernos a la Palabra de Dios y arar nuestra tierra para que la semilla pueda ser sembrada, porque tiene el poder de poner raíces en nuestra vida y transformar nuestras mentes.
Jesús es el principal intercesor en nuestra vidas y, junto con Dios, obra en nosotros para reforzar nuestra fe. Pero, a cambio, necesitamos sujetarnos a su Palabra, llevar una vida de oración, resolver los conflictos en nuestras relaciones interpersonales y perdonar a aquellos que nos han herido, para que podamos dar fruto en abundancia.
Dios nos envía semillas para que sean depositadas en nuestra tierra y en nuestros corazones para que den fruto. Esas semillas representan a Cristo y el fruto representa su carácter que debemos encarnar en nuestra vida. Para que podamos parecernos más a Cristo y tener una cosecha abundante tenemos que preparar nuestra tierra con paciencia y aferrarnos a la palabra de Dios.
Todos son llamados por Dios, pero no todos responden, no todos saben responder, y pocos son los elegidos. Pero en el momento que Dios nos elige y usa para que le sirvamos, bendiciones maravillosas caerán sobre nosotros y tendremos acceso a todos sus recursos, ¡absolutamente nada nos faltará!
La Palabra de Dios es vida y tiene el poder para cambiar tu cuerpo, alma y espíritu. Pero el enemigo intentará que las semillas de Dios no entren en tu terreno poniendo piedras sobre él y endureciendo cada vez más nuestros corazones. Tenemos que construir una barrera y cerrarle la puerta al diablo para que las semillas de Dios florezcan y den prosperidad en nuestras vidas.
Las crisis son una temporada y la antesala de algo poderoso. Para salir de las crisis necesitamos tres cosas: tener un profeta para direccionarnos, una ventana de oportunidad a un cambio mejor, y una saeta que representa una palabra que es enviada a nosotros con fuerza y poder.
Las semillas son la Palabra de Dios que vienen del cielo y caen sobre terrenos para que puedan ser sembradas y dar frutos en abundancia, pero muchas veces no crecen más que espinos solamente. Nuestra obligación es preparar y mantener nuestro terreno fértil para que nuestras vidas puedan dar riquezas y prosperidad.
Como cristianos, el proceso es una etapa crucial en nuestra vidas, una etapa de formación donde pasaremos por crisis y dificultades, pero una vez logremos superarlas, Dios abrirá el cielo a nuestro favor y nos conectará con nuestro propósito eterno.
Dios entrega la misma semilla a todos nosotros para que podamos cosechar frutos en abundancia. Pero con el paso del tiempo descuidamos y abandonamos la tierra de nuestro terreno, dejando crecer espinos y malezas, permitiendo que Satanas nos destruya lentamente. Tenemos que limpiar y preparar la tierra para que las semillas de Dios puedan dar riquezas y prosperidad en nuestras vidas.
Muchas veces pasamos por alto cuando Dios nos da una palabra, cuando nos dice algo. Por ende, necesitamos aprender a tomar con más valor las palabras de parte de Dios, porque cuando una palabra o promesa reposa sobre alguien, tiene el potencial no sólo de afectar a esa persona, sino de afectar a todo su linaje familiar.
Pretendemos vivir nuestra nueva vida en Cristo siendo las mismas personas, sin un cambio real, recordando nuestras heridas del pasado y viviendo de la misma manera que antes. Necesitamos que el mensaje de Dios cambie nuestras vidas y nuestro interior, nos transforme y prepare la tierra para depositar en nosotros las semillas que darán fruto en abundancia.
La obediencia a Dios garantiza sus bendiciones sobre nosotros. Dios quiere bendecirnos, por eso, nos motiva a obedecer su palabra.
Cuando nos negamos a obedecer la palabra de Dios, estamos evidenciando que seguimos siendo victimas del diablo.
Si queremos ir al cielo, tenemos que aprender a obedecer a Dios en la tierra. En el cielo no cabe ningún desobediente.
Obedecer a Dios no es fácil, y las expectativas de nuestra obediencia son altas. Pero cuando nos rendimos a su palabra, sus promesas se cumplen en nosotros y nuestra vida se convierte en testimonio de cómo Dios bendice a quienes le siguen de verdad
Los procesos son demandas que el cielo pone en nuestras vidas para que aprendamos algo que es importante para nosotros. Estos procesos que atravesamos son parte de nuestro propósito, y son necesarios para llegar a cumplir las promesas que Dios ya nos ha dado.
Dios ha plantado sueños y propósitos en nosotros, pero antes, el primer precio que tenemos que pagar es la perseverancia. Mientras no estemos dispuestos a perseverar nunca obtendremos lo que Dios tiene preparado para nuestra vida.
La cima representa desafíos, retos, pruebas, dificultades con un precio que pagar, pero cuando subimos a la montaña para buscar a Dios en la cima, Él desciende con toda su gloria.