
Dios trae abundante lluvia en el preciso momento para aflojar, ablandar y humedecer la tierra de nuestro terreno, con el fin de que las semillas que nos envía puedan penetrar y sean sembradas exitosamente. Nuestra responsabilidad como cristianos es preparar nuestra tierra y limpiarla de toda maleza y espinos con el propósito de que esas semillas den fruto en nuestra vidas.