La tarea básica de la creatura es llevar gloria al nombre del creador, pero en el estado actual del ser humano esto no puede dejarse a la espontaneidad. En este Salmo David hace un esfuerzo activo, primero por involucrarse él mismo en la adoración y luego por involucrar a su pueblo y después a toda la creación. Una razón importante para el culto público es estimularnos los unos a los otros; ser invitados activamente a participar de la adoración.
La primera parte del viaje de Israel culmina en el monte Sinaí, donde Dios les dio la ley. Pero antes de entregarla, ya los había rodeado de bienes, mostrando su cuidado tierno; y en el mismo momento en que la ley sería dada, desplegó su poder, su gloria y su grandeza, para que la recibieran con la actitud correcta: confianza en su cuidado y temor reverente ante su majestad. Y aquí hay una lección: no todo en la vida espiritual tiene que ser inmediato, práctico o accionable; no siempre es «vamos a lo que vinimos». Hay capítulos como este que existen para preparar el corazón. Nada sobra. Todo tiene un propósito. Sí, llegaremos a la ley en Éxodo 20, pero primero está la preparación.
Estamos cuarenta años después de la salida de Egipto, en el mismo lugar donde Israel una vez dudó de que Dios pudiera llevarlos a la tierra prometida. En muchos sentidos, los sucesos de este capítulo son una repetición, no porque se narre lo mismo, sino porque el pueblo vuelve a sus actitudes de siempre: murmurar, dudar de Dios y cuestionar a sus líderes. Para Moisés, este momento debió ser profundamente agotador; acaba de perder a su hermana María, el pueblo no guarda luto ni comparte su dolor, y en medio de su tristeza vuelven a presionarlo con las mismas exigencias de siempre. Es un relato con mucha profundidad emocional y varias capas, donde veremos (1) el momento emocional de Moisés, (2) un pecado que aparentemente da resultado y (3) una afrenta contra la santidad de Dios. Aprenderemos que nuestras emociones no nos excusan, que los resultados visiblesno garantizan la aprobación divina y que la santidad de Dios debe ser el principio que guíe cada una de nuestras acciones.
Al final del ministerio público del Señor, los discípulos se encontraban profundamente turbados. Sabían que habían sido llamados por Él, pero su comprensión de quién era realmente Jesús seguía madurando. En este capítulo, el Maestro los exhorta a no turbarse, recordándoles que la paz no proviene de entender el futuro, sino de confiar en su Persona: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí». Este pasaje no es principalmente evangelístico (aunque puede serlo); ofrece consuelo a todo creyente inquieto y nos muestra que no hay vergüenza enreconocer nuestra necesidad de seguir creciendo en el conocimiento del Señor. Nos invita a hallar en esa relación viva la fuente de nuestro verdadero sosiego. Hoy contemplaremos la persona de Jesús —el camino, la verdad y la vida— y cómoesta realidad incomparable puede traer descanso profundo a nuestras almas.
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Después de haber fracasado al intentar crear un culto por sus propios medios con el becerro de oro, Israel recibe ahora la instrucción de ofrendar para la construcción del tabernáculo. Lo que aquí se presenta no es simplemente un mandato, sino una invitación a participar personal y activamente en la obra de Dios. El Señor no fuerza la mano de nadie: llama a corazones movidos por gratitud y llenos de su Espíritu. Este momento, registrado con gozo en la historia de Israel, se convirtió en un modelo que más tarde se repetiría —en los días de David (1 Crónicas 29), en la iglesia primitiva, y a lo largo de los siglos— cada vez que el pueblo de Dios despierta a la realidad de que todo lo que tiene proviene del Señor. Donde ese reconocimiento florece, surge también el deseo de dar con generosidad y hermosear la adoración de Dios.
En Éxodo 19 dejamos a Israel sobrecogido ante la majestad de Dios, temblando al pie del monte y prometiendo obedecerlo en todo. Pero apenas cuarenta días después, mientras Moisés recibe la ley en la presencia del Señor, encontramos al pueblo desenfrenado, olvidando al Dios que los rescató y fabricando un ídolo para adorarlo con un culto inventado. El contraste es profundo: del temor reverente al desorden idolátrico. Sin embargo, antes de juzgarlos, debemos reconocer que la idolatría sigue acechando nuestros corazones. Lo difícil no es solo salir de Egipto, sino lograr que Egipto salga de nosotros. En este pasaje veremos la fabricación del ídolo, la condena divina y la reprensión del pecado, pero sobre todo, la gracia abundante que permanece firme a pesar de nuestra infidelidad.
Éxodo 18. Entre las muchas provisiones que Jehová dio a su pueblo en el desierto, una de las más valiosas fue el compañerismo. Hasta este punto, Dios ya había provisto agua en Mara, un oasis en Elim, codornices y maná para el sustento diario, e incluso una victoria militar. Pero en Éxodo 18 encontramos otra provisión, distinta y también necesaria: un tiempo de solaz para el compañerismo. En este pasaje veremos dos grandes regalos del Señor que son ejemplo para nuestra vida cristiana: un buen ejemplo de compañerismo y un buen ejemplo de consejo.
(Éxodo 16) Puedes ser creyente por muchos años, tener un trabajo estable y buenos ingresos, incluso guardar fielmente el día del Señor… y aun así no haber hallado verdadero reposo. Puedes conocer mucho acerca de Dios, manejar doctrinas profundas como la omnipotencia y la soberanía de Dios, y sinembargo no haber interiorizado la verdad más básica: que Dios cuida de ti. De hecho, puedes confesar que Dios es todopoderoso y soberano y, al mismo tiempo, vivir en constante ansiedad respecto a tu sustento. El maná no fue simplemente provisión para Israel; reducirlo a eso sería perder por completo su sentido, porque el Señor ya los venía sosteniendo desde siempre. El maná fue una escuela completa donde Dios enseñó a su pueblo que cuida de ellos (un hecho para interiorizar), los disciplinó para que aprendieran a confiar en que la obediencia trae reposo, y dejó un testimonio permanente de su fidelidad. Hoy veremos las lecciones del maná.
(Génesis 18:17-19) Todo hombre desea hacer algo importante con su vida, pero pocos consideran que la familia puede ser esa plataforma desde la cual encontrar su significado, su misión, su relevancia y su trascendencia. Muchos prefieren buscar su lugar en los negocios, en la delincuencia, en la esfera política o incluso en el ministerio cristiano. Sin embargo, Abraham es un buen ejemplo de hombre que hizo de su casa una plataforma de servicio, y desde allí impactó a todas las familias de la tierra. Hoy escucharemos lo que Dios pensaba de Abraham en su rol como padre. Veremos: (1) lo relevante que es el rol del padre en la perspectiva de Dios; (2) la proyección que Dios hizo de la paternidad de Abraham; y (3) cuál era su misión y la promesa que le acompañó.
Éxodo 15:22-27. A menos de una semana de haber sido liberados de la esclavitud en Egipto, a escasos tres días de haber cruzado el mar Rojo —cuando el pueblo cantó junto a Moisés, exaltando cuán grandemente se había magnificado Jehová: «Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación» (v2)—, hubo un repentino cambio de actitud. Una prueba inesperada reveló una tendencia recurrente en el pueblo: la murmuración, expresión de descontento, ingratitud y rebelión. El caso nos recuerda que nuestro arte puede ir muy por delante de nuestro nivel de madurez, y que podemos estar cantando junto a una multitud grandes verdades que aún tenemos pendientes de aprender. Hoy veremos la prueba repentina que enfrentó Israel al entrar en el desierto, su actitud persistente y la completa provisión de Dios para ellos.
El castigo de Uza es una de las historias más desconcertantes de la Biblia, pero también una de las que revelan más claramente el carácter santo de Dios y el privilegio que implica estar en su presencia. Uza acompañaba a David en el traslado del arca, y aunque su acción parecía bien intencionada —impedir que cayera al suelo— fue severamente castigado por tocar lo que era sagrado. Lo que comenzó como una celebración terminó en juicio, dejando una profunda marca en la conciencia espiritual del rey y del pueblo. Este pasaje nos muestra que Dios ha elegido revelarse por medios visibles, pero eso no disminuye la seriedad de su santidad ni nos da libertad para modificar lo que Él ha establecido. Su presencia exige reverencia, y su relación con nosotros está siempre mediada por una obediencia estricta a sus instrucciones. Dios es santo, y debemos acercarnos a Él en sus términos, no en los nuestros.
Félix aparece en el relato como un hombre bien informado sobre el «camino», amigable con los cristianos y con un aparente interés por el mensaje. Sin embargo, fue también profundamente indeciso. Durante dos años recibió testimonio sin recibir salvación. Más que un testimonio de salvación es un ejemplo del avance del evangelio a pesar del rechazo de los hombres. Muestra que Dios puede colocarnos providencialmente ante personas específicas para que demos testimonio. Nuestra responsabilidad es proclamarlo con fidelidad, aunque no siempre tengamos fruto. Hoy veremos tres momentos clave en la historia de Félix: (1) la providencia que llevó el evangelio hasta él, (2) su interés inicial, que aunque prometedor, fue superficial; y (3) su rechazo progresivo, que comenzó con temor, continuó con excusas y terminó en endurecimiento. Esta es la historia de un hombre que vio el camino, tuvo interés en él y hasta preguntó, pero no caminó.
La carta de Pablo a los Colosenses concluye con una despedida sorprendentemente larga, rica en nombres, algo notable si consideramos que el apóstol está preso en Roma y nunca había visitado esta iglesia. Aun en esta sección final, el evangelio sigue siendo el centro, y entendemos que estos saludos no son solo muestras de afecto, sino también expresiones intencionales de propósito y enseñanza. La idea central que veremos hoy es que las amistades en el pueblo de Dios, cuando se cultivan de manera intencional y en el contexto del evangelio, fortalecen la misión de la iglesia y traen consuelo y ánimo a nuestras vidas. Pablo no solo busca instruir a los colosenses, sino compartirse con ellos (7–9), este texto puede enseñarnos a valorar las relaciones por lo que significan en Cristo (10–14) y motivarnos a interesarnos sinceramente por lo que Dios está haciendo más allá de nuestro círculo inmediato (15–18).
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En la última exposición de la carta a los Colosenses, reflexionamos sobre cómo representar a Cristo en tres esferas fundamentales de la vida: el matrimonio, la crianza de los hijos y el trabajo. Ahora, el apóstol Pablo nos lleva a considerar dos dimensiones adicionales de nuestra vida cristiana: nuestra relación con Dios, expresada en la oración, y nuestra relación con «los de afuera», manifestada en nuestro testimonio. El tema central de la carta sigue siendo el mismo: la supremacía y centralidad de Cristo. Hoy veremos cómo el evangelio de Cristo avanza en el mundo por medio de creyentes que oran con perseverancia y testifican con sabiduría.
¿Dónde está la plenitud del Cristiano? (Colosenses 2:8-10)
Todos luchamos con el sentimiento de abandono. Incluso los creyentes más piadosos y maduros se han preguntado que dónde está Dios en medio de esta incertidumbre o si seguirá cuidando de ellos. El texto que tenemos ante nosotros no recoge simplemente el clamor de un individuo, sino que expresa la respuesta de Dios todo un pueblo que se hacía esas mismas preguntas. A través del profeta Isaías, el Señor toma el lamento de Israel en el exilio —como si repitiera sus palabras textualmente— y responde con una imagen conmovedora de su amor y un recordatorio de que Él sigue pensando constantemente en ellos. Hoy veremos el profundo amor de Dios por su pueblo.
El tema central de la carta de Pablo a los Colosenses es cómo «la palabra verdadera del evangelio» (1:5) de Cristo lleva fruto y crece entre los creyentes. Y uno de los lugares donde este crecimiento y su fruto se hace especialmente evidente es en nuestras relaciones. Regularmente se toma este texto para hablar de las relaciones en el matrimonio, pero este texto tiene que ver más con tu relación con Cristo que con tu relación con tu esposo, más con tu relación con Cristo que con tu relación con tus hijos, y más con tu relación con Cristo que con tu relación con tus empleados o tu empleador. Hoy veremos cómo el evangelio reordena todas las esferas de la sociedad, desde la familia hasta el trabajo. Es Cristo (no el esposo, ni el padre, ni el empleador) en nuestras relaciones.