
Estamos cuarenta años después de la salida de Egipto, en el mismo lugar donde Israel una vez dudó de que Dios pudiera llevarlos a la tierra prometida. En muchos sentidos, los sucesos de este capítulo son una repetición, no porque se narre lo mismo, sino porque el pueblo vuelve a sus actitudes de siempre: murmurar, dudar de Dios y cuestionar a sus líderes. Para Moisés, este momento debió ser profundamente agotador; acaba de perder a su hermana María, el pueblo no guarda luto ni comparte su dolor, y en medio de su tristeza vuelven a presionarlo con las mismas exigencias de siempre. Es un relato con mucha profundidad emocional y varias capas, donde veremos (1) el momento emocional de Moisés, (2) un pecado que aparentemente da resultado y (3) una afrenta contra la santidad de Dios. Aprenderemos que nuestras emociones no nos excusan, que los resultados visiblesno garantizan la aprobación divina y que la santidad de Dios debe ser el principio que guíe cada una de nuestras acciones.