¿No te ha pasado que crees que lo que has logrado (o gran parte de ello) no es está relacionado a tu esfuerzo, a tu inteligencia, a tu tenacidad o a cualquier otra fortaleza que puedas identificar en ti, sino que es causa de las circunstancias, la suerte, el azar u otros factores que no tienen que ver con tus acciones? Créeme si te digo que esa sensación es más frecuente de lo que crees y tiene un nombre.
Quizá nunca lo hayas escuchado, aunque quizá sí te sientas identificado o identificada el oírlo. Particularmente, nadie me dijo qué es el síndrome del impostor.
Karla está pasando por una etapa muy compleja en su vida llena de momentos inesperados: primero, acaban de despedirla del trabajo, y segundo, su novio ha cortado la relación confesando que se ha enamorado de otra persona.
Naturalmente, Karla, no sabe cómo afrontar dos pérdidas tan importantes y conviviendo ambas en simultáneo. Paola, su mejor amiga, está pasando también por una etapa difícil por la pérdida de un familiar muy cercano. Por ello, Karla decide conversar con una ex compañera del trabajo al cual pertenecía y con quien tiene muchísima afinidad; solían tener conversaciones importantes e intensas durante la hora de almuerzo.
Al contarle Karla lo que le está pasando, su ex compañera de trabajo le mencionó que a veces los cierres de etapas son buenos y que el dolor es necesario para aprender a ser más fuerte. Con firmeza le dijo que esté bien y que todo iba a pasar; que piense en que ahora tendrá más tiempo para descansar y quizá viajar para olvidar a su ex.
A Karla, claramente, esto no le vino nada bien: esperaba ser más escuchada y comprendida.
¿Qué pasó? La ex compañera del trabajo de Karla, en la mejor de sus intenciones, se olvidó de Karla al momento de ayudarla y la invadió con positivismo tóxico.
Positivismo tóxico… ¿Es la primera vez que escuchas este término o quizá lo has escuchado antes pero no sabes muy bien de qué se trata? ¡No te preocupes! Yo te lo cuento. Y es que así como a ti, a mí nadie me dijo qué es el positivismo tóxico.
Como docente, suelo decir en las clases de algunos cursos que dicto, que los seres humanos guían sus acciones con base en sus creencias y no podemos negar que la religión reúne muchas de ellas.
Algunas personas toman muchas de sus decisiones siempre y cuando vayan acorde a la religión que profesan; en el caso del catolicismo, por ejemplo, creen en el cielo o en el castigo eterno. Creen que un sacerdote tiene la facultad divina de absolverlas de sus pecados (que, dicho sea de paso, los pecados son todas aquellas acciones no permitidas por la religión), en resumen: su vida estará destinada a ser lo que sus creencias religiosas comanden.
Alguna vez pensé: ¿por qué tengo que regirme bajo una religión que no elegí o por qué tengo que creer en alguien que ni siquiera sé si existe? Nunca vi la posibilidad de responder a esas preguntas hasta que luego encontré las propias. Es que nadie me dijo que puedo no creer en Dios.
El episodio de hoy tiene como invitado a Fernando Gil Sanllehí, autor del libro “Ser feliz. Principios elementales para vivir en plenitud”, coach y Gerente General de Jamming, consultora organizacional y de gestión de desarrollo personal.
Hoy, conversaré con Fernando acerca de la felicidad, acerca de los mitos que se esconden en ella y que a veces nos confunden para poder alcanzarla, y sobre algo no menos importante: qué estrategias existen para ser feliz.
¡Bienvenido y bienvenida a este nuevo episodio de Nadie Me Dijo!
En este episodio tengo como invitado a Gonzalo Calmet, músico y experto en marketing y publicidad, que nos hablará de una metodología que lo ha ayudado a cumplir muchos de sus grandes sueños y anhelos: el Factor Concha.
¿Qué es el Factor Concha? ¡Pues solo tienes que escuchar y ver lo que Gonzalo tiene para contarnos!
¡Bienvenido y bienvenida a Nadie Me Dijo!
Estar bien frente a los demás o para los demás, es algo que se nos enseña desde niños.
Hacer feliz a nuestros padres, demostrar ser buenos estudiantes en el colegio, sacar las mejores notas y más. Ser buen hijo, buen hermano, buen amante, buen novio y más. Todo eso, que podría definirse como acciones para atender expectativas de terceros, nos puede llevar a muchos momentos de tensión, de no sentirnos suficientes y de compararnos con los demás; y en momentos como esos, los auto diálogos pueden ser por demás negativos.
Nos enseñaron a ser educados, respetuosos, cariñosos y bondadosos con los demás, pero ¿y cuándo con nosotros mismos? Particularmente, no recuerdo que en algún momento alguien me haya dicho “¡Trátate bien!” y de eso hablaré en este episodio.
En el episodio de hoy tengo como invitada a Siara Horna, activista feminista interseccional y fotógrafa.
Conversaremos sobre los distintos tipos de feminismo, sobre qué es el machismo, sobre el patriarcado y otros temas más que buscan dejar muy en claro qué es la violencia de género, cual es el actual enfoque de las mujeres con relación a este tan importante tema y cuál debe ser el rol de los hombres frente a él.
¡Será un episodio de mucho aprendizaje y cuestionamiento!
En este episodio de Nadie me dijo tengo como invitado a Gustavo de la Torre, director audiovisual de Pasaje 18.
Gustavo es también manager de nada menos que Wendy Sulca y también de Samanez, ambos, artistas peruanos.
Desde el lado creativo y del management, ha trabajado con una cantidad importante de artistas del Perú y también con otros de talla internacional como Café Tacuba.
Hoy, nos hablará de su perspectiva de la honestidad, de la relación que existe entre ella y la empatía, y de la relación que no existe entre ser honesto y ser agresivo.
¡Disfruten de este interesante y divertido episodio!
Podría decir con casi total certeza que existen que personas que piensan (y me incluyo porque a veces me sucede) que la felicidad es un destino; que es una suma de situaciones o etapas previas a una meta por alcanzar. Estar tan pendiente de esa meta –de ese destino– nos distrae del valorar lo que podemos estar viviendo, experimentando o teniendo en el momento presente.
La vida es una suma de situaciones, algunas nos van a afectar de manera no positiva y nos pueden hacer sentir tristeza, melancolía, frustración y más, pero a la vez, existirá su contraparte: situaciones que nos harán sentir gozo, alegría, tranquilidad, plenitud y más, y este episodio trata de eso. De la suma de momentos que quizá nos perdemos o no disfrutamos porque no lo consideramos como peldaños hacia esa meta llamada felicidad, cuando con cada peldaño son momentos de esta.
Muchas veces me sentí así, porque realmente, nadie me dijo que la felicidad no es un destino.
En las últimas semanas ha retornado a mi mente la idea de tomar una posición y decisión definitiva en cuanto a mi deseo de ser papá. Hace un par de años empecé a pensarlo de manera más seria, aunque desde hace otros muchos años ya esa idea empezó a rondarme. Considero que es una decisión importante de vida, muy personal, dicho sea de paso.
Traer una vida al mundo no es cosa de juego y creo, hoy por hoy, que los roles de género con relación a la co-responsabilidad de la paternidad y maternidad hacen que sea sumamente necesario el analizar qué nos motiva a ser padres (o madres), si estamos listos para serlo, si estamos romantizando la paternidad y la maternidad, y las implicancias de ese gran proyecto a nivel biológico, físico, psicológico y social de quien vendrá al mundo a través nuestro.
Siempre pensé que quería ser papá porque así lo había aprendido y nunca lo había cuestionado, y es que nadie me dijo que puedo elegir no ser padre.
Aunque suene contradictorio o ambiguo el título de este episodio, es real: ¡Está bien estar mal!
Muchas veces se espera de nosotros ser personas positivas, resilientes, fuertes, inquebrantables y no mostrar tristeza alguna, porque si no, se nos considera débiles o vulnerables. Se ha estigmatizado a aquellas emociones que no son “positivas”, cuando son tan válidas como todas las emociones que pueden abrazar al ser humano.
Son muchos los factores que nos pueden llevar a no tenernos paciencia en nuestros momentos de sombra, cuando muchas veces son sumamente enriquecedores ya que nos llevan a parar, a pensar, a analizar y a cuestionar si es que hay algo que podamos o debamos cambiar, o si simplemente entender que son solo eso: momentos. Hablemos de esto en este episodio.
¡Gracias por estar aquí!
¡Bienvenido y bienvenida a Nadie me dijo!
¿Cuántas veces nos hemos sorprendido en un lugar distinto al que estamos viviendo en ese momento? Y con lugar distinto no me refiero a un espacio físico o uno que podamos ver. Me refiero a lugares que habitan nuestra mente, aquella mente que nos puede llevar a recordar eventos del pasado y aquella mente que puede hacer que inventemos historias increíbles. Podríamos llamarle a esto: pasado y futuro, dos lugares que –mientras escribo este texto– no existen.
Fui consciente hace muchos años de la importancia de vivir en el presente como único lugar y momento desde el cual puedo realmente hacer; puedo hacer y puedo ser. Hasta ese momento (y aunque a veces me sorprendo viviendo en lo inexistente) no supe de lo sumamente enriquecedora que es esta práctica y en la gran herramienta que se convertiría para mi camino de bienestar emocional; y es que nadie me dijo cómo vivir en el presente.
Digo y pienso frecuentemente que somos seres interdependientes (aunque algunas personas piensen que lo logrado forma parte de su independencia). Es importante entender que no existe meta u objetivo alguno que no hayamos logrado gracias a la intervención directa o indirecta de otros ser humanos.
Somos seres sociales. Interactuamos frecuentemente con otros y con base en esa relación es que maduramos, incrementamos nuestros niveles de pensamiento, nuestro conocimiento y toma de decisiones. Es a través del vínculo con los demás que aprendemos, que cuestionamos, que vamos formando nuestra identidad y también vamos formando conceptos particulares de lo que es el mundo. La pregunta que cae de madura sería entonces: ¿Cómo hacer para que esas relaciones interpersonales brinden a las partes involucradas resultados enriquecedores y así construir en conjunto?
Lo que puede parecer muy obvio y cotidiano, puede no serlo si es que no lo vemos desde una perspectiva distinta, una que no fui capaz de ver antes porque nunca nadie me dijo qué es la inteligencia social.
Los hombres.
Los hombres y nuestro tan falso e inquebrantable muro emocional que nos impide sentir, conectar con nosotros mismos, validar nuestras emociones y mostrarlas.
Nos han dicho que tenemos que ser fuertes y competitivos.
Nos han dicho que debemos ser el sostén de la familia, un roble firme en un bosque lleno de oportunidades y que debemos conquistarlo todo, sin dudar, sin tener miedo, ¡porque somos fuertes guerreros luchadores!... Nada más alejado de la verdad.
Los hombres, como seres humanos que somos, sentimos.
Tenemos miedo y dudas. Dudamos de nosotros mismos como parte de esas dudas.
Nos sentimos presionados por el peso social de lo que se espera de nosotros. Nos frustramos, nos sentimos impotentes y también nos comparamos. Y sí, a veces también lloramos. Yo siempre pensé que eso era malo, pero es que nadie me dijo que los hombres también podemos llorar.
Vivimos en una sociedad cada vez más acelerada, extremadamente enfocada en el éxito, con lo particular y relativo que tiene esta definición para cada persona. A veces, todo ello nos hace vivir buscando cumplir expectativas de distinta índole: profesionales, académicas, familiares, de pareja y más, que nos alejan de nosotros mismos, de nuestros ideales; de lo que realmente necesitamos para vivir a plenitud.
La pregunta es, ¿y qué con lo que queremos para nosotros mismos y nuestro bienestar? ¿Por qué nos enfocamos tanto, a veces, en cumplir expectativas de otras personas? ¿Por qué somos tan duros con nosotros mismos cuando sentimos que –entre comillas– estamos fallando? Y todo ello lo podría resumir en, ¿por qué me cuesta tanto cuidar de mí y me sacrifico para satisfacer dichas expectativas?
Pasé años (y no miento) buscando calzar con modelos de sociedad y sí, muchas veces, sacrificándome y/o sacrificando mis ideales. Es que nadie me dijo cómo cuidar de mí.
Creo que lo he dicho y repetido en diferentes oportunidades, pero los seres humanos somos seres sociales por excelencia. En esa natural forma de relacionarnos se van formando vínculos afectivos, y dentro de esos vínculos afectivos (no en todos, claro está) se van formando vínculos sexoafectivos y es aquí cuando empezamos a hablar de modelos relacionales.
Con el paso de los años y el desarrollo de la sociedad –que como consecuencia trae la flexibilidad de algunas culturas– ya se permite hablar de relaciones afectivas o sexoafectivas distintas al modelo relacional monógamo dando paso a una serie de modelos relacionales no mónogamos como los swingers, las relaciones abiertas, la anarquía relacional y el poliamor (por mencionar solo algunos). Fue este último el que más llamó mi atención y decidí investigar para compartir con ustedes algo que nadie me dijo: ¿qué es el poliamor?
Somos seres sociales, es natural, es y será así. En esa natural relación entre los seres humanos, y para ser más específico, cuando se generan vínculos afectivos como resultado de dicha relación, también es natural la necesidad de afecto básica; hasta ahí todo bien. El inconveniente es cuando dicha necesidad de afecto es desproporcionada, asimétrica y puede convertirse en un rasgo patológico afectando a la persona al punto que la relación consigo misma y con la otra persona no le hace bien a nivel emocional, físico, social, personal y hasta profesional, dejando de ser “quien es” para ser “lo que esperan de ella” buscando validación y aprobación.
Yo sin saberlo y en diferentes momentos de mi vida, he dependido emocionalmente, nunca lo cuestioné y hasta lo consideraba común; “normal”. Lo que sucede es que nunca nadie me dijo qué es la dependencia emocional.
Las diferentes formas en las que los seres humanos se relacionan afectivamente, y la deshumanización de cierto tipo de vínculos por la búsqueda del beneficio al corto plazo o por la silenciosa forma de asumir acuerdos implícitos, requiere que se fortalezca la comunicación, la transparencia y la empatía entre las personas.
La responsabilidad afectiva –término que podría aplicarse no solo a las relaciones amorosas si no también en el ámbito amical y familiar– busca el hacernos cargo de nuestras intenciones y su impacto en el otro, así como cuidar de nosotros mismos al relacionarnos con los demás.
En este episodio hablaré sobre su concepto e impacto, y más aun, sobre cómo ser responsable afectivamente.
Esfumarse de la vida de alguien sin darle una explicación no es algo nuevo (y menos algo positivo), pero ya desde hace unos años a dicha acción se le ha asignado un vocablo en particular: “ghosting”. Esta práctica se ha acentuado con el uso de las redes sociales y la virtualización del vínculo entre las personas.
¿Qué es el ghosting? ¿Cuáles son sus consecuencias? ¿Qué hacer si eres víctima de él? Todas esas preguntas las responderé en este episodio de Nadie Me Dijo.
En nombre de la libertad de expresión y la libertad de opinión se dicen muchas cosas y se cruzan muchas líneas que solo benefician a una de las partes.
Hay contextos donde es necesario el uso de ambos tipos de libertades –como en el arte o el periodismo– ya que su uso es un factor neurálgico en aras de expresar emociones, ideas o posturas (hablando del arte) o de informar verazmente a las personas (hablando del periodismo), pero fuera de ese ámbito y bajo el escudo de “tengo derecho a expresarme”, a veces, las personas se olvidan de un factor muy importante en su relación con otras: la empatía y el impacto que pueden tener sus expresiones y opiniones.
El episodio de hoy habla de aquellos límites que son importantes plantear y cuál es, desde mi perspectiva, el momento ideal para hacerlo.
¡Espero que lo disfruten!