El artículo 12 del Credo, "Creo en la vida eterna", expresa la convicción central de la fe cristiana sobre el destino último del ser humano: la existencia de una vida después de la muerte, en comunión plena con Dios. Este artículo nos habla de la esperanza en la vida eterna, que es el fin para el que fuimos creados, la meta hacia la cual todos los cristianos caminan.
El artículo del Credo que proclama: “Creo en la resurrección de los muertos”, afirma la creencia cristiana en la vida eterna y la resurrección corporal al final de los tiempos. Esta declaración de fe es uno de los pilares centrales de la esperanza cristiana, ya que proclama que la muerte no es el final definitivo, sino el paso hacia una nueva vida en plenitud con Dios.
El artículo del Credo que proclama “Creo en el perdón de los pecados” expresa la confianza en la misericordia infinita de Dios y en su capacidad de liberar a la humanidad del pecado. Este artículo subraya que, a través de Jesucristo, Dios ofrece a todos los creyentes la posibilidad de ser reconciliados con Él y de restaurar la relación rota por el pecado. A continuación, reflexionamos sobre el significado y las implicaciones de este artículo en la vida cristiana.
El noveno artículo del Credo refleja la fe en la Iglesia como el Cuerpo de Cristo y la unión espiritual que existe entre todos los miembros de la Iglesia, tanto los que están en la tierra como aquellos que ya han fallecido. Este artículo subraya la importancia de la comunidad cristiana, la misión de la Iglesia, y la solidaridad espiritual entre los fieles, vivos y muertos.
Vamos a continuar reflexionando sobre el 8 artículo de nuestra fe: “Creo en el Espíritu Santo”.
Este artículo del Credo tiene una importancia fundamental en la teología cristiana, ya que el Espíritu Santo es el gran don de Dios a la humanidad, enviado por el Padre y el Hijo para santificar, guiar y transformar a los creyentes y a la Iglesia.
Vamos a continuar reflexionando sobre el 7 artículo de nuestra fe: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”.
El séptimo artículo del Credo se refiere a la segunda venida de Cristo al final de los tiempos y su papel como juez supremo de la humanidad. Este artículo subraya la enseñanza cristiana sobre el juicio final, la justicia de Dios y la esperanza en la promesa de una nueva creación.
Subió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso", se refiere a la Ascensión de Jesucristo y su entronización a la derecha del Padre. Este artículo marca la culminación de la obra redentora de Cristo en la tierra y su exaltación en el cielo, desde donde intercede por nosotros y reina con poder y gloria.
Este artículo tiene un significado profundo dentro de la fe cristiana, ya que nos habla del triunfo de Cristo sobre la muerte y el pecado, su victoria sobre el mal y el cumplimiento del plan de salvación. Vamos a reflexionar sobre dos aspectos fundamentales: el descenso de Cristo a los infiernos y su resurrección gloriosa.
Este artículo de nuestra fe nos invita a reflexionar sobre la Pasión de Cristo, un misterio central de la fe cristiana que aborda el sufrimiento, la muerte y el sacrificio redentor de Jesús. Este acto de entrega suprema es el punto culminante del amor de Dios hacia la humanidad, donde Cristo, mediante su sacrificio, ofrece la salvación y la reconciliación entre Dios y los hombres.
Vamos a continuar reflexionando sobre el 3 artículo de nuestra fe: “Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María la Virgen”.
El misterio de la Encarnación es uno de los artículos fundamentales de la fe cristiana. En este misterio, Dios, en la persona del Hijo, asume la naturaleza humana, tomando carne y haciéndose hombre sin dejar de ser Dios. Este evento tiene lugar por obra del Espíritu Santo y con la cooperación de la Virgen María, ambos jugando un papel esencial en la obra de la salvación.
Vamos a continuar reflexionando sobre el 2 artículo de nuestra fe: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor
El segundo artículo del Credo expresa una verdad central de la fe cristiana: la identidad de Jesucristo como el Hijo de Dios y su naturaleza divina y humana.
Hoy queremos reflexionar sobre una verdad central en nuestra fe cristiana: Dios como Padre y Creador. Desde los primeros momentos de nuestra oración, cuando decimos "Padre Nuestro", reconocemos a Dios como un Padre amoroso que no solo nos cuida, sino que también ha creado todo lo que existe.
Hoy profundizaremos en esta relación tan especial que tenemos con Él, como hijos suyos y como parte de su maravillosa creación.
Vamos a ver cómo el Credo es mucho más que un conjunto de palabras; es el corazón de nuestra fe cristiana.
¿Qué es el Credo, cuál es su historia, su significado en nuestra vida cotidiana como católicos, y su lugar especial en la liturgia y en nuestra oración diaria?
En el episodio de hoy vamos a preguntarnos ¿Dónde murió la Virgen? Para responder a esta pregunta hay que responder primero dónde vivía la Santísima Virgen cuando tuvo lugar su muerte.
La más antigua y general tradición de la Iglesia señala que María había vivido en Jerusalén en los últimos años de su vida. Sin embargo hubo algunos que emitieron la opinión que la Virgen había vivido en Éfeso y que allí había muerto.
Con respecto de Éfeso, es conocido por muchos peregrinos como la “Casa de la Virgen”, donde supuestamente habría vivido la Madre de Dios con San Juan al final de su vida en la tierra y donde, por lo tanto, habría muerto.
La historia de este sitio comienza recientemente, a fines del siglo pasado, cuando se descubrieron cerca de Éfeso las ruinas de una capilla que en la antigüedad llevaba el nombre de “Puerta de la Toda Santa”, posiblemente dedicada a la Virgen, y que se encontraba adosada al monte Bulbul-Dag (Monte del Ruiseñor).
Nos dice el padre Joaquín Cardoso que el propietario hizo correr la voz de que las ruinas eran de una casa pequeña en la que habría habitado María con San Juan al final de su vida y que por consiguiente allí habría tenido lugar la Asunción.
Hoy en día lo de Éfeso son unas ruinas reconstruidas en piedra, donde muestran a los peregrinos cada aposento de la casa y cada sitio donde supuestamente tuvo la muerte, la Asunción, etc.
Son unos cuantos los argumentos en favor de Éfeso, pero la gran generalidad de la tradición eclesiástica señala a Jerusalén como el sitio donde la Virgen vivió sus últimos días en la tierra. Y el argumento principal a favor de Jerusalén es la cronología del Nuevo Testamento.
Hemos celebrado solemnemente en la Basílica de Candelaria la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María. Por eso voy a dedicar varios dos episodios en honor de la Virgen, y que están relacionados con la Asunción de la Virgen.
Hoy nos vamos a preguntar ¿de qué murió la Virgen? El fraile dominico Royo Marín responde así a la pregunta: "No parece que muriera de enfermedad, ni de vejez muy avanzada, ni por accidente violento (martirio), ni por ninguna otra causa que por el amor ardentísimo que consumía su corazón” . Esta enseñanza se funda en testimonios de los Santos Padres, quienes dejaron traslucir con frecuencia su pensamiento sobre este particular.
Es importante examinar los movimientos de nuestra alma, es decir, vigilar sobre nuestro interior ¿Dónde nacen esas inspiraciones de la gracia? No nacen en nuestra imaginación o en nuestra cabeza, sino que surgen en lo más íntimo de nosotros mismos: de nuestra alma. Para reconocerlas, es preciso estar atentos a lo que ocurre en ella, a los “movimientos” que podemos detectar en su interior, y saber distinguir si esos movimientos provienen de nuestra naturaleza, de la acción del demonio o de la influencia del Espíritu Santo.
El Espíritu de Dios es un espíritu de paz, habla y actúa en la paz, nunca en la inquietud y en la agitación. Además, las mociones del Espíritu son toques delicados, que no se manifiestan en el estrépito, y sólo pueden emerger en nuestra consciencia espiritual si existe en ella una zona de calma, de serenidad y de paz. Si nuestro interior es siempre ruidoso y agitado, la dulce voz del Espíritu Santo tendrá muchas dificultades para hacerse oír. Esto significa que, si queremos percibir las mociones del Espíritu Santo y obedecerlas, adquiere la mayor importancia el hecho de tratar de mantener nuestro corazón en paz en toda ocasión.
Dios ama a todos los hombres y quiere conducirlos a todos a la perfección, pero al mismo tiempo tiene caminos distintos para cada uno. Lo que quiere decir que las inspiraciones de la gracia tendrán frecuencias y manifestaciones muy diferentes de una persona a otra. No se puede obligar al Espíritu, y Dios es dueño de sus dones. No obstante, no podemos dudar de que Dios conceda a toda alma las inspiraciones necesarias para su propia santificación y si uno es fiel ciertamente llegará a ser santo.
El Espíritu también nos lleva a la unidad que Cristo pidió en la Última Cena, “que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21). En su carta a los Efesios, San Pablo habla de la obra de la unidad realizada por Cristo y que se hace presente en nuestras vidas por obra del Espíritu Santo: si bien es Cristo quien “derribó con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad” (Ef 2,14), es el Espíritu quien nos edifica “con los demás en la construcción para ser morada de Dios” (Ef 2,22).
El Espíritu nos conduce a la verdad. Vivimos en una cultura que dice que no hay verdad, pero que luego se ve fracturada por las consecuencias de esa mentira. Cuando todo es relativo y elegimos lo que es verdadero para nosotros, se produce el caos. El sufrimiento, el odio y la división en nuestro mundo. A menudo pensamos que la verdad es el resultado de lo que nosotros determinamos lo que es verdadero, lo que está bien y lo que está mal. Si la verdad no existe, será imposible que todos se pongan de acuerdo en una cosa, porque cada uno elegirá sus propios deseos, su propia voluntad, lo que conducirá al conflicto.