Suelo decirles a los jóvenes cristianos que aquellos que se entrega físicamente a otra persona antes del matrimonio aún no conoce plenamente su valor delante de Dios.
La disciplina del Señor no es un juicio sin misericordia, sino una enseñanza necesaria, un acto de amor para nuestra corrección y perfeccionamiento.
Un cristiano que vive como mundano, satisfaciendo sus pasiones, aún no ha descubierto su verdadero valor para Dios. No comprende plenamente el alto precio pagado por su rescate y el valor inmensurable que Dios le atribuyó al entregar a Su único Hijo en sacrificio en la cruz.
Si Dios nos corrige, es porque nos ama profundamente y desea acercarnos a Él. El autor de la carta a los Hebreos lo deja explícito al afirmar que Dios pretende que seamos participantes de Su santidad
Dios nos ha dado todo para vivir su vida y expresar su santidad, todo incluye la disciplina.
Gracias a Dios, Su reprensión siempre viene acompañada de corrección. De lo contrario, seríamos culpables por nuestros pecados, pero sin la oportunidad de corregir el error. Por eso, es esencial no solo ser reprendidos, sino también disciplinados (corregidos).
Ya hemos visto que hay sufrimientos que no se originan en nosotros, sino que sirven como prueba para trabajar nuestro corazón. También analizamos que muchos de los llamados sufrimientos de prueba son, en realidad, consecuencias de lo que sembramos.
En los próximos episodios, veremos un tipo de sufrimiento que surge para salvarnos de nosotros mismos y para hacernos partícipes de la santidad divina.
La Biblia llama a este sufrimiento disciplina de Dios.
Podría nombrar innumerables sufrimientos que enfrentamos y que no pueden clasificarse como prueba, sino como consecuencia. Sin embargo, todo se resume en lo siguiente: cuando vivimos según la voluntad de Dios, sembramos para el Espíritu y cosechamos vida.
Pero cuando sembramos para satisfacer nuestros propios deseos y voluntades, cosechamos muerte y corrupción.
Otro tipo de sufrimiento que los creyentes suelen llamar “prueba" es el resultado de la mala crianza de los hijos. La crianza equivocada de los hijos también genera consecuencias dolorosas.
Padres que exageran en la rigidez o en la indulgencia cosechan sufrimientos amargos más tarde.
Conocí algunos casos de parejas que, cuando aún eran incrédulas, vivían juntas sin estar casadas. Después de la conversión, decidieron casarse, y fue entonces cuando comenzaron los problemas conyugales.
Algunas de estas parejas cristianas llegaron a afirmar que la vida sexual era mejor antes del matrimonio, cuando vivían en la incredulidad, pero que, después del matrimonio, surgieron dificultades.
Muchos matrimonios cristianos descuidan los mandamientos referentes a la vida conyugal.
Cuando surgen las consecuencias de esta negligencia, suelen decir que están pasando por una gran prueba, cuando, en realidad, se trata solo del resultado de una elección carnal.
Esta deuda sexual puede, incluso, abrir espacio para la acción del diablo. Deuda es deuda, y la deuda sexual surge cuando descuidamos los deberes conyugales en el contexto del matrimonio.
La Biblia es clara al advertir sobre esto
Podemos ser cristianos "cartón", pero si sembramos el mal, cosecharemos el mal.
En este caso, nuestro sufrimiento no es una prueba, sino la consecuencia de nuestros propios errores.
Lamentablemente, gran parte del sufrimiento actual de la iglesia en occidente no puede clasificarse como prueba, sino como resultado directo de actitudes pecaminosas.
La segunda causa que necesitamos abordar es la consecuencia, es decir, el resultado de lo que decimos y vivimos, o, en otras palabras, la cosecha de nuestros actos.
'No se dejen engañar: nadie puede burlarse de la justicia de Dios. Siempre se cosecha lo que se siembra. ' (Gálatas 6:7 - NVT).
Si la prueba es hoy tu realidad, ¡ten buen ánimo!
En breve, tu fe tendrá un valor mayor que el oro refinado. ¡Alégrate!
‘Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra.’
Puede ser que alguien dude de la necesidad de ser purificado. Sin embargo, un discípulo de Jesús que ya ha caminado lo suficiente con Él reconoce el valor de esta purificación y clama a Dios para seguir siendo transformado.
Dios prueba al ser humano desde la antigüedad. Probó al pueblo de Israel al conducirlo por el desierto, y sigue probando a la Iglesia hasta el día de hoy. El propósito de la prueba es revelar lo que está dentro de nosotros para luego iniciar un proceso de purificación.
Ser probado no es ser tentado; es ser purificado por Dios en el fuego de la prueba.
No es consecuencia de errores personales disfrazados de espiritualidad aparente.
Lamentablemente, muchos cristianos sufren por razones que no pueden llamarse “Prueba”. Mas bien son consecuencia de acciones o decisiones que son reprobadas por Dios.
Si sufrimos por causa de la justicia del Reino de Dios, somos felices y no debemos tener miedo de las amenazas, ni tampoco sentirnos angustiados (1 Pedro 3:14).
No es la voluntad de Dios que suframos por hacer el mal (1 Pedro 4:15). Pero como dijo el apóstol: “Si es la voluntad de Dios, es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal.”
(1 Pedro 3:17 NVI)
Todo sufrimiento, en realidad, genera tristeza al principio, especialmente cuando no se logra percibir a Dios en las circunstancias.
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