
Podría nombrar innumerables sufrimientos que enfrentamos y que no pueden clasificarse como prueba, sino como consecuencia. Sin embargo, todo se resume en lo siguiente: cuando vivimos según la voluntad de Dios, sembramos para el Espíritu y cosechamos vida.
Pero cuando sembramos para satisfacer nuestros propios deseos y voluntades, cosechamos muerte y corrupción.