🎃¡¡ESPECIAL HALLOWEEN!! 🎃
Las últimas dos horas fueron las más extrañas. El GPS señalaba apenas una línea delgada en medio de la nada, y la señal desapareció por completo. Solo me quedaba confiar en la dirección que había anotado y en la intuición de seguir conduciendo hacia lo más profundo del bosque...
Lo más aterrador era su sonrisa. Aquella mueca que había visto en el cuadro se había transformado en algo vivo, respirando odio y placer. Cada diente afilado relucía tenuemente bajo la luz del pasillo. Sus músculos se movían con un sonido húmedo, como si la sombra misma se hubiera vuelto carne, y de su boca salía un susurro sibilante que no podía comprender
Entré en esa casa con un crucifijo en alto, pero lo que allí encontré no era humano. Las paredes estaban cubiertas de sangre fresca, dibujos y pentagramas invertidos pintados en el suelo. El aire vibraba con voces que salían de la oscuridad, susurros en lenguas que jamás había escuchado. La mujer me miró con ojos negros, completamente negros, y sonrió...
Nací torcido. Eso fue lo primero que escuché de mi madre cuando tuve conciencia de mí mismo: “este niño nació torcido”. Mis huesos no se acomodaron como debían, y desde pequeño mi cuerpo fue un mapa de deformaciones. Una pierna más corta, la espalda arqueada, el rostro desfigurado como si alguien hubiera jugado a armarme a ciegas...
Hay una tendencia reciente en el tratamiento infantil. Tal vez lo han escuchado: juguetes con inteligencia artificial integrada. Algunos están diseñados específicamente para ayudar a niños con dificultades de comunicación. El niño interactúa con el juguete, lo percibe como un amigo, y poco a poco empieza a responder verbalmente...
No recuerdo exactamente en qué momento comencé a entender que mi abuelo era todo lo que tenía. Tal vez fue una tarde cualquiera, en esas en las que él me llevaba de la mano al mercado, mientras su voz grave me contaba historias de su juventud, exageradas, pero siempre llenas de emoción.
Me llamo Carlos Méndez y vivo en la Ciudad de México, en una colonia silenciosa llamada Santa María la Ribera.
Antes de que me juzguen, antes de que piensen que esto es solo un cuento más, quiero que sepan que no fue nada fácil para mí decidir compartir esta historia. Me costó semanas juntar el valor para escribir estas palabras y enviarlas a este canal. No busco fama ni atención, solo necesito que alguien escuche lo que viví.
Cuando el tren se adentró en la penumbra del túnel, vi una sombra moverse de forma extraña en el borde del andén. Apenas me dio tiempo de accionar el freno de emergencia antes de que esa figura cayera frente a mí...
Nunca me han gustado las reuniones ruidosas. Prefiero las conversaciones tranquilas, donde las palabras no tienen que competir contra la música o el bullicio de la gente. Pero esa noche hice una excepción.
Recuerdo a Billy Michaels desde que sus padres llegaron a la calle hace más de diez años.Yo vivía justo al lado, en una casa de madera que crujía incluso con el viento más suave. Sus padres eran gente reservada, siempre ocupados, y no hablaban mucho con nadie… pero él, Billy, tenía algo que te obligaba a mirarlo. No era precisamente su simpatía, porque no sonreía como los demás niños; más bien parecía que su rostro había olvidado cómo hacerlo.
No es fácil dejar atrás la tierra que lo vio a uno nacer. yo crecí en San Bartolo de la Cañada, un pueblito enclavado entre los cerros de Guanajuato, donde el sol cae seco y el viento levanta tierra como si escarbara tumbas olvidadas.
Yo llevo veinte años manejando tráiler. He rodado por todo el país: de Tijuana a Cancún, de Monterrey hasta Tapachula. Pero hay una carretera que siempre me dio mala espina… y no sabía por qué. Hasta esa noche.
Mundo Fantástico estaba en una zona olvidada, casi fuera de la ciudad. Un edificio viejo, con un letrero iluminado por tubos de neón desgastados. Un payaso enorme con los ojos exageradamente redondos y vacíos...
La cajita la escondí en el fondo del ropero, detrás de una cobija vieja. Pero no podía dejar de pensar en ella. A veces me parecía escuchar una nota… una sola, flotando en el aire como un suspiro lejano. Tal vez era mi imaginación...
La entrada al circo era una boca gigante. Una boca de payaso. abierta, con dientes filosos pintados como si fueran de verdad, y una lengua de lona por donde tenías que caminar para entrar.
¡¡Soy lo mejor que este maldito pueblo ha tenido!!
Ahí empezó todo. Ahí empecé a escuchar cosas , a ver sombras. a sentir que algo me seguía incluso cuando estaba solo. Aunque quizá no estaba solo...
Querétaro no era un lugar donde uno esperaría encontrar el infierno desatado. Pero lo encontré. O más bien, él me encontró a mí...
Creí que el fin del mundo nunca llegaría… o al menos, no en este siglo. Pensé que sería cosa de generaciones futuras, que los desastres se reservaban para el cine, los libros, las noticias lejanas.