
Lo más aterrador era su sonrisa. Aquella mueca que había visto en el cuadro se había transformado en algo vivo, respirando odio y placer. Cada diente afilado relucía tenuemente bajo la luz del pasillo. Sus músculos se movían con un sonido húmedo, como si la sombra misma se hubiera vuelto carne, y de su boca salía un susurro sibilante que no podía comprender