
Entré en esa casa con un crucifijo en alto, pero lo que allí encontré no era humano. Las paredes estaban cubiertas de sangre fresca, dibujos y pentagramas invertidos pintados en el suelo. El aire vibraba con voces que salían de la oscuridad, susurros en lenguas que jamás había escuchado. La mujer me miró con ojos negros, completamente negros, y sonrió...