
Recuerdo a Billy Michaels desde que sus padres llegaron a la calle hace más de diez años.Yo vivía justo al lado, en una casa de madera que crujía incluso con el viento más suave. Sus padres eran gente reservada, siempre ocupados, y no hablaban mucho con nadie… pero él, Billy, tenía algo que te obligaba a mirarlo. No era precisamente su simpatía, porque no sonreía como los demás niños; más bien parecía que su rostro había olvidado cómo hacerlo.