El episodio final arranca con Joanne y Noah preparándose para la fiesta de compromiso de Morgan y el doctor Andy —alias el terapeuta con cero ética profesional.
Hay tensión: se sonríen, se besan en la mejilla, pero la energía es de “acabamos de discutir en el coche y no lo hemos resuelto”. Deciden fingir que todo está bien, que hoy toca “modo familia feliz”.
En paralelo, Morgan empieza a darse cuenta de algo evidente para todo el mundo menos para ella: se está a punto de casar con el tipo equivocado. Llama a Joanne desesperada: Ayúdame a romper con Andy.
En la sesión de terapia, Andy hace lo suyo: manipularla con tono calmado de profesor zen. “Estás proyectando tus inseguridades”, le dice, mientras proyecta las suyas. Morgan casi cae otra vez en la trampa, hasta que entra en escena la MVP del episodio: Lynn, la madre de las chicas.
Lynn suelta una charla magistral sobre el amor, el miedo y la autoestima. Les recuerda que ella también se quedó demasiado tiempo en un matrimonio roto porque creía que no merecía algo mejor. “El amor tiene que ser entre iguales”, dice, y por primera vez en la serie, alguien dice algo sensato sin ironía.
Ese discurso sirve de epifanía colectiva: Morgan rompe el compromiso y Joanne empieza a pensar que, tal vez, conformarse no es lo mismo que amar.
Mientras tanto, Sasha y Esther siguen con su tragicomedia matrimonial. Ella le dice que es un gran marido y un gran padre… y que, precisamente por eso, necesita dejarle. Él asiente, dolido, con la mirada de alguien que ya intuía el final. “It’s not you, it’s me”, versión hebrea.
Más tarde, Sasha habla con Morgan y le dice que esperará a Esther “todo el tiempo que haga falta”. Es el tipo de frase que en una comedia romántica suena heroica, pero en la vida real significa “me voy a comer una depresión con banda sonora de Leonard Cohen”.
En medio de la fiesta, Joanne y Noah vuelven a su conversación favorita: “¿por qué no vivimos juntos?”
Él intenta explicarlo con filosofía rabínica: que si la fe, que si la tradición, que si la conversión… Ella lo traduce como “no me ves como suficiente”. Él propone darse seis meses “sin presiones”. Ella ya no quiere esperar más. Lo que antes era ternura, ahora es cansancio.
Al final, Noah dice lo que todos sabíamos que iba a decir desde hace tres episodios: “No puedo obligarte a cambiar. Y no quiero seguir así.” Traducción: te quiero, pero estoy agotado.
Rompen. Sin gritos, sin portazos. Solo silencio. Y la sensación de que ya lo han intentado todo.
En los baños del evento (cómo no, otra vez un baño), Joanne se encuentra con Esther, llorando. Las dos están recién solteras y al borde del colapso emocional. Hablan del amor, del caos y del judaísmo. Esther le dice algo que cambia todo:
“Joanne, ya eres básicamente judía. Vienes a todos los Shabbat, hablas sin parar, opinas de todo, y encima eres cálida y caótica. Eso es lo más judío que hay.”
Y ahí le cae la ficha a Joanne. No necesita una ceremonia ni un certificado: ya pertenece. Lo que buscaba era conexión, y la tenía desde el principio.
Mientras tanto, Noah, cómo no, se da cuenta de que ha metido la pata. Sale corriendo del hotel hacia el único lugar donde podría acabar un final de temporada romántico: las farolas del Urban Light en el LACMA.
Joanne hace lo mismo. Cero comunicación, pero sincronía absoluta. Se encuentran entre las luces, se miran, y Noah suelta el discurso final:
“Te elijo a ti. Siempre te elegiré, seas judía o no.”
Ella sonríe y responde: “Entonces tienes suerte.”
Y se besan.
Corte a negro, violines, y todos los espectadores pensando: vale, pero en la temporada 3 volverán a discutir por lo mismo.
Este cierre de temporada resume perfectamente Nobody Wants This: discusiones, autodescubrimiento y reconciliaciones bajo luz bonita. Morgan aprende a quererse, Sasha aprende a esperar, Esther aprende a soltar, y Joanne y Noah… bueno, aprenden a repetir el mismo ciclo, pero con más madurez y mejor iluminación.
El penúltimo episodio de la temporada, titulado Crossroads, arranca con Joanne buscando piso. Aunque, seamos sinceros, no está buscando piso: está lanzando indirectas del tamaño de un sofá cama para mudarse con Noah. “Podría quedarme en tu casa una temporada”, dice ella. Y Noah, con su habitual torpeza emocional, responde: “Creo que aún no es el momento.”
Más tarde, Sasha y Noah se encuentran, y Sasha, que es el único con algo de instinto, le dice: “Si ella dice que está bien con eso, no está bien.” Pero Noah no capta la indirecta. Se escuda en que “lo ha gestionado bien” y cambia de tema. Por dentro, Sasha piensa: “Estás muerto, colega.”
Aprovechando que su vida sentimental se desmorona, Joanne decide arreglar la de otro: llama a Morgan. Por fin hacen las paces, después de la expulsión, los reproches y los vestidos de novia. Morgan confiesa que ha empezado terapia con Andy, el terapeuta más antiético del planeta. Joanne, por una vez, contiene sus juicios y suelta: “Genial. Hagamos una noche de parejas, así lo conozco mejor.” Porque, si algo puede arreglar una relación disfuncional, es añadir más gente disfuncional.
En la sesión de terapia, Morgan intenta abrirse y Andy se alía con la terapeuta —una colega suya, claro— para convencerla de que el problema no es él. Red flag tras red flag, pero Morgan sigue ahí, tomando notas mentales como si todo tuviera sentido.
Mientras tanto, Esther se harta oficialmente de Sasha. Está cansada de ser su madre, su estilista, su contable y su asistente doméstica. Le falta poco para hacerle una lista de tareas y pegarla en la nevera.
Y llega la escena central: una triple cita entre Joanne y Noah, Morgan y Andy, y Sasha y Esther. Morgan lleva un juego de cartas de terapia para “profundizar en las relaciones”. Mala idea. Muy mala idea.
Todo empieza bien: risas, copas, buen rollo. Pero pronto las preguntas se vuelven afiladas. Y claro, se desata el infierno.
Morgan descubre que Andy tiene un hermano gemelo del que jamás había hablado. Red flag número tres. Esther confiesa que su fantasía secreta es vivir sin marido ni hijos. Sasha la mira como si acabara de decirle que es fan de Taylor Swift. Noah, muy digno, suelta que decidir no vivir con Joanne “no fue difícil”. Error garrafal. Y, como guinda, Sasha, hundido, admite que volvió a jiu-jitsu para manejar su depresión y su ira.
En cuestión de minutos, el bar pasa de “cena entre amigos” a “terapia de grupo sin terapeuta”. Todo el mundo grita, se ofende o mira su copa con desesperación. Si Freud levantara la cabeza, se volvería a tumbar.
De vuelta a casa, Joanne y Noah se sientan en el sofá, agotados. Ella le pregunta, sin rodeos: “¿Por qué no quieres vivir conmigo?” Y él, con voz suave, responde que no es por falta de amor, sino por respeto a su fe. Que antes de mudarse juntos, necesita estar seguro de su conversión. Ella lo entiende, pero también le lanza la estocada: “¿Y si no pasa nunca? ¿Y si esto es lo que somos?”
No hay pelea, pero tampoco solución. Solo esa calma rara de las parejas que se quieren, pero no saben si el amor les alcanza para cruzar el siguiente puente.
Este episodio es básicamente la secuela del elefante en la habitación. El mismo dilema de la temporada anterior, pero ahora con más copas, más terapia y más incomodidad. Noah sigue atascado entre la fe y el amor, Joanne entre el deseo y la duda, y los demás… bueno, los demás simplemente se desmoronan con elegancia.
Joanne menciona a Abby, la amiga de los batidos, y su marido Gabe, que vuelve a aparecer para charlar con Noah. Hablan de arte, de museos y de esa sensación de no entender lo que estás viendo, de necesitar un “descodificador” para que te expliquen el cuadro. Es una conversación ligera, hasta que Abby suelta la noticia: se ha separado.
Mientras Noah procesa la noticia, la serie nos lleva a una escena deliciosa con Bina, la madre de Joanne. Está decidida a convertirse al judaísmo y acude a la entrevista con un entusiasmo desbordante. La acompañan Noah, el rabino y una ayudante de rizos imposibles. Bina responde a todas las preguntas con una mezcla de ingenio y convicción.
En paralelo, Morgan y Andy almuerzan en una terraza perfecta, todo limpio y luminoso. Hasta que aparece una mujer espectacular que saluda efusivamente a Andy. Morgan sonríe, pero enseguida siente el golpe: la chica era una paciente suya. Andy intenta restarle importancia, dice que fue hace tiempo, que ni lo recordaba. “¿Seis meses y no lo recordabas?”, pregunta Morgan. Red flag número uno.
Después, Joanne charla con Bina sobre su conversión. Es una escena preciosa, calmada, sin sarcasmo. Joanne le confiesa que ella no logra sentir nada con el judaísmo, que lo intenta, pero que algo se lo impide. Su madre la escucha sin juzgarla y le dice: “Hay quien necesita tiempo, sentirlo poco a poco, inch by inch.” Por primera vez, madre e hija se entienden sin chillar.
Mientras tanto, Morgan se mete en un lío monumental. Al hablar con el jardinero Fabrizio, menciona su nombre y le dice que escuche el podcast… justo el episodio donde contaron que vomitó en la piscina. Un clásico auto-sabotaje marca de la casa. El espectador sabe que esa frase va a explotar pronto.
La trama vuelve a Noah y Joanne preparando la cena para recibir a los padres de ella. Lo que no esperan es que los padres llegan juntos. Nadie sabe si están reconciliados o solo han salido a cenar.
Mientras tanto, Sasha y Morgan se encuentran a escondidas en el coche para hablar del tema Andy. Ella le cuenta todo y él, medio en broma, propone una solución: desbloquearle el móvil mientras duerme. Se lo toma tan en serio que acaban en una Apple Store, fingiendo ser dos ingleses que intentan recuperar el teléfono de una poeta muerta. La escena es absurda y genial: improvisan un acento británico, inventan historias imposibles y acaban humillados cuando el empleado los pilla. “That’s not a believable story in any way, shape or form.”
El momento termina con una frase que lo resume todo: “Si necesitas que te ayuden a espiar a tu pareja, ya sabes la respuesta.”
Joanne y Noah, por su parte, finalmente se sinceran. Ella le dice que sabe que él odia su nuevo templo, y él lo admite. Ella confiesa que se siente atrapada, que le cuesta creer en la fe que está intentando adoptar. Y él le reprocha algo: “Tú y tu familia siempre dejáis las cosas cuando se ponen difíciles.”
Pero Joanne lo corrige: “Justo por eso no voy a dejar esto. He pasado la vida huyendo, ahora quiero estabilidad.”
Es el primer momento en mucho tiempo en que ambos hablan de verdad. Sin filtros, sin sarcasmos.
El episodio termina con Sasha y Morgan comiendo en un food truck. Ella duda sobre Andy; él confiesa que su relación también se enfría. Comparten confidencias, risas, y una frase que resume todo el espíritu de la serie:
“My family is quietly fucked up.”
Y ella responde: “Me encanta tu madre.”
Lo que empezó como una alianza de amigos se está convirtiendo en algo más profundo. Una conexión sincera, fuera del ruido.
Este octavo episodio es uno de los mejores de la temporada. Divertido, tierno y lleno de señales de alarma —las red flags del título— que todos prefieren ignorar. Andy miente, Morgan duda, Esther se apaga y Joanne empieza a sentir que, por primera vez, no quiere escapar.
Todo apunta a que el desenlace está cerca.
Noah se prepara para su primer día en su nuevo trabajo, en el templo Ahava, una congregación mucho más moderna y relajada que la anterior. Joanne lo anima con cariño, aunque le lanza alguna pulla: “Espero que no haya más mujeres no judías… o al menos que no sean rubias.” El tono parece ligero, pero debajo hay inseguridad.
En el Ahava Temple conocemos a los nuevos compañeros de Noah. El rabino jefe y su ayudante le explican que allí se practica un judaísmo “con corazón abierto”, sin reglas tan estrictas. Si es Shabbat y tu madre está en el hospital, conduces. Si Spielberg llega al set sin plan, tú también puedes improvisar. Noah intenta adaptarse, aunque se siente fuera de lugar. En un gesto simbólico, se quita el kippah —la pequeña kipá que lleva en la cabeza— y todos celebran el “cambio”. Pero enseguida se la vuelve a poner. No está listo para soltar del todo lo que conoce.
Mientras tanto, Morgan va a probarse vestidos de novia, acompañada por Joanne y sus padres.
El momento cómico se convierte en algo incómodo cuando Joanne, sin poder evitarlo, se prueba un vestido de novia. Sí, ella, vestida de blanco, delante de todos. Dice que es por diversión, pero todo el mundo ve lo obvio: no lo hace por juego, lo hace por celos. Morgan la mira horrorizada, y el vendedor sentencia: “Esto no es normal.” Incluso el padre suelta la frase más brutal del episodio: “Eso podrías evitarlo si no fueras una attention whore.”
Morgan sigue probándose vestidos, y cuando por fin encuentra el “correcto”, repite la frase maldita: “When you know, you know.” Joanne no aguanta más y explota. Le dice que no conoce de verdad a Andy, que todo va demasiado rápido, que está confundiendo comodidad con amor. Morgan se defiende con fuerza: “Tú no sabes lo que quiero.”
La pelea escala rápido. Morgan le recuerda que ni siquiera fue capaz de felicitarla con sinceridad. “Dijiste ‘¿felicidades?’ con signo de interrogación”, le dice. Es el tipo de frase que duele porque es verdad.
Joanne le lanza su argumento final: que Andy la conoce solo como paciente, no como pareja. Morgan, herida, le responde que eso suena a envidia. Que ella está feliz, aunque Joanne no lo entienda.
La discusión continúa cuando llegan al estudio para grabar su podcast. La productora Ashley intenta poner paz, pero las hermanas ya no se escuchan. Morgan, cansada, le dice que necesita un descanso. “¿Del podcast?” pregunta Joanne. “No, de nosotras.”
Antes de irse, Morgan deja caer una bomba: “Si no apoyas mi boda, no serás mi dama de honor.” Y nombra a Ashley en su lugar. Joanne se queda muda, intentando sonreír, pero se le nota la rabia. Morgan, más calmada, le dice lo que todos pensamos: “Tú también ocultas cosas. No le dices a Noah lo que sientes sobre su conversión. Ni siquiera sabes si quieres vivir así.”
La serie, una vez más, se luce con su capacidad para mostrar conversaciones incómodas sin dramatismo. La tensión se palpa, pero el tono sigue siendo íntimo y real.
El episodio termina con Noah y Sasha cenando en el jardín. Sasha riega las plantas mientras Noah se desahoga: “Creo que me he equivocado de templo.” Le gusta la idea de un judaísmo abierto, pero algo no encaja. No sabe si es el lugar, el estilo o él mismo. “No es molesto, solo… no soy yo.”
Y entonces, casi en broma, repite el título del episodio: “When you know, you know.” Pero ahora la frase ya no suena romántica. Suena resignada.
Joanne llega a casa, se sientan, se preguntan cómo fue el día y los dos mienten. “Bien.” “Bien.” Saben que no es verdad, pero no lo dicen. Igual que en el desayuno.
Este séptimo capítulo es un espejo del primero: vuelve el tema de la comunicación, los malentendidos y las inseguridades. Joanne y Noah se mienten para protegerse, Morgan se precipita para demostrar que puede amar, y todos, en el fondo, están intentando convencerse de que lo saben. Pero no lo saben.
La historia se centra en Noah y Joanne, que están preparando su disfraz para la fiesta de Purim, una celebración judía que mezcla disfraces, alcohol y revelaciones espirituales.
Todo parece tranquilo hasta que Noah propone algo que descoloca por completo a Joanne: una night off, una noche libre, cada uno en su casa. Ella se queda en shock. No hay pelea, pero el gesto abre una grieta de inseguridad. En su mundo, una noche separados suena a “ya no me quieres”.
Joanne pasa la velada sola, pegada al móvil, esperando una respuesta a su mensaje. Se hace una mascarilla, come sándwiches de crema de cacahuete con mermelada y mira el Instagram de Abby, esa influencer que tanto la irrita. Mientras tanto, Noah está en una entrevista para una nueva sinagoga. El rabino que lo recibe resulta encantador: relajado, inclusivo, y casado con una mujer no judía. Todo lo contrario al entorno rígido del que viene Noah. Es su oportunidad para empezar de cero, en un templo que lo acepta tal como es.
La escena entre ambos rabinos es uno de los momentos más brillantes del episodio. Por primera vez, Noah se siente cómodo siendo él mismo, y el espectador siente lo mismo que él: alivio. El tono, el ritmo, el diálogo… todo encaja tan bien que hasta sospechamos que algo malo tiene que venir después.
La gran fiesta llega, y con ella, los disfraces. Noah se disfraza de vampiro (incómodo, con esos dientes imposibles), y Joanne aparece de princesa azul —una especie de Elsa sin copyright—. No es casualidad: su disfraz refleja su deseo de control, de cuento perfecto, aunque por dentro esté hecha un lío.
El evento está lleno de guiños. Sasha va de gánster, Esther aparece de Catwoman (para horror de su hija), y los padres de ambos hacen su primera aparición conjunta. Bina, la madre de Noah, se disfraza de Reina Isabel II, mientras el padre va de un personaje del folclore judío.
Entre copa y copa, Noah anuncia la gran noticia: le han ofrecido el nuevo trabajo como rabino. Su padre lo celebra, su madre desconfía. “¿Qué tipo de templo da un puesto con una sola entrevista?”, pregunta con desdén. Bina sigue siendo Bina.
A la fiesta también llegan Morgan y Andy, disfrazados de Pretty Woman y Richard Gere. La madre de Joanne va de Madonna, el padre de Reina Esther. Todos llegan cuarenta y cinco minutos tarde, en plena explosión de colores, máscaras y conversaciones cruzadas.
Entre risas y copas, Vina (Bina) y el padre de Joanne descubren que se caen bien. Hablan, coquetean, se ríen de las tradiciones, y entre ellos surge una chispa inesperada. No sabemos si es el vino o el encanto natural, pero el momento es deliciosamente incómodo.
Mientras tanto, Morgan observa a Sasha hablando con Andy, su novio, y algo se le remueve por dentro. Aunque dice que no le molesta, su mirada dice otra cosa. Esther, siempre perceptiva, lo nota y se lo comenta a Joanne. Parece que la relación entre Morgan y Andy tambalea justo cuando Noah y Joanne están en su mejor momento.
En medio del caos, llega la escena más loca del episodio. Bina, escuchando a Noah hablar sobre el monte Sinaí, tiene una epifanía: “¡Yo estuve allí!”, grita. “¡Soy judía!”. La situación roza lo surrealista.
El episodio culmina con el sermón de Noah durante la fiesta. Dice que la vida está llena de incertidumbre, que lo desconocido puede ser aterrador pero también emocionante, porque a veces lo mejor que nos pasa es aquello que no esperábamos. Lo dice mirando a Joanne, y ella, por fin, se relaja.
Y cuando todo parece cerrar con ese toque poético, llega el giro final: Andy pide matrimonio a Morgan delante de todos. De rodillas, con confeti incluido, le dice que nunca querría tener una night off con ella. Morgan acepta entre lágrimas y saltos, mientras Joanne se queda con una sonrisa congelada que dice: “¿En serio?”.
La historia arranca con una escena de calma: Noah, Joanne y Morgan parecen más tranquilos, y hasta Esther —la mujer de Sasha— ha suavizado el tono. Sin embargo, pronto descubrimos que nada es tan estable como parece. Joanne y Noah viajan para visitar a Abby, una antigua amiga de la infancia de Joanne, que ahora vive en una enorme casa con su marido y sus hijos.
Desde el primer momento, el reencuentro promete incomodidad. Abby es de esas personas encantadoras pero intensas, sonríe demasiado y comenta todo. Lo primero que hace al ver a Joanne es abrazarla y decirle: “No me acordaba de lo bajita que eras.” Un cumplido envenenado que marca el tono de su relación.
Poco después conocemos a su marido, Gabe, y a su hija, que tiene un nombre peculiar: Afternoon. Cuando Noah escucha el nombre, se muerde la lengua para no hacer ningún comentario. Abby explica que en su familia los nombres deben seguir un orden alfabético: si el padre es Alexander, los hijos empiezan también por A. Todo muy simbólico, muy “perfecto”, y al mismo tiempo un poco delirante.
Uno de los momentos más divertidos del episodio es cuando Morgan aparece en escena. Llega vestida como si fuera a la alfombra roja, con un vestido carísimo que Laura —en el podcast— descubrió que cuesta más de mil euros. Y claro, nos fuimos por las ramas hablando de los precios absurdos de los bolsos Birkin, los Hermes, y cómo algunos se venden como inversión. Una crítica perfecta a ese consumismo disfrazado de exclusividad, muy en sintonía con la serie.
La trama da un giro cuando Morgan y Joanne se cuelan en la habitación del bebé. Allí recuerdan una vieja historia: cuando eran niñas, Abby cortó el pelo de una muñeca y nunca lo admitió. Esa escena infantil se convierte en símbolo de todo lo que arrastran. Las dos hermanas (porque ya son casi hermanas) se quejan de Abby, hasta que la propia Abby las pilla in fraganti.
La confrontación es brillante. Abby las sorprende, las acusa de reírse de ella y, por primera vez, deja ver su lado humano. Confiesa que escucha su podcast y que, en realidad, las admira. Que las invitó no por despecho, sino porque creció con ellas y quería reconectar. Incluso revela que contrató a Noah para la ceremonia precisamente por eso. Y, de paso, admite lo de la muñeca: sí, fue ella quien le cortó el pelo.
El momento cambia todo. Joanne y Morgan pasan de burlarse a sentirse culpables. Entienden que su ironía escondía envidia: envidia de la seguridad de Abby, de su casa, de su familia, de su aparente felicidad. Al final, Joanne le propone participar en el podcast, y aunque Abby duda, deja la puerta abierta.
Morgan, fiel a su estilo, convierte la culpa en humor y bromea con que ha estado todo el día enseñando las spandex. Y entre risas, la escena se disuelve, dejando ese sabor agridulce tan típico de la serie.
En la última escena, Joanne reflexiona: dice que por primera vez quiere ser adulta, que ahora sí sabe lo que quiere. Noah le responde con una sonrisa: “Entonces demuéstralo.” Ella dice que quiere todo: las cenas, las rutinas, incluso la papelería de pareja. Y mientras se besan, él le recuerda que primero tendrá que hablar con “la jefa”.
El episodio termina con ese equilibrio entre comedia y ternura que define Nobody Wants This: dos adultos comportándose a medio camino entre la madurez y el caos, justo donde siempre han estado.
Este capítulo marca la mitad exacta de la temporada. Hemos visto cómo se cruzan todas las historias, cómo los personajes retroceden justo cuando parecía que crecían. Pero se siente que algo se está preparando. El nudo está hecho; ahora solo falta que la cuerda empiece a tensarse.
El cuarto episodio, titulado “Valentine’s Day”, arranca con un tono más ligero, pero no menos incómodo. Joanne, Morgan y su representante están grabando un nuevo episodio del podcast. Hablan del amor, de las expectativas románticas y de cómo el día de San Valentín puede ser una fuente de estrés para cualquiera. La representante participa activamente, algo poco habitual, y les pregunta si harán algo especial con sus parejas.
Ahí empieza el lío. Joanne y Morgan tienen una tradición: comer juntas y emborracharse al mediodía. Su clásico “drunk lunch”. Pero este año ambas están en pareja y ninguna ha hablado con su respectivo compañero sobre cómo celebrarán el día. La incomodidad se palpa. Joanne apenas puede llamar “Andy” al doctor Andy. Le sigue diciendo “el doctor”, con esa mezcla de respeto y distancia que ya nos hace sospechar que algo no va del todo bien.
Durante la grabación reciben una llamada inesperada de una oyente: Melanie. Y aquí la serie vuelve a brillar. Melanie asegura haber salido con un hombre llamado Noah Brogowski —el mismo Noah, claro— y cuenta que él se mostró extremadamente atento y romántico… hasta que un día desapareció sin explicación.
Joanne enfrenta a Noah por la historia de Melanie. Él, sorprendido, insiste en que fue una relación sin importancia. Ella, con su instinto periodístico, no se conforma. Le pregunta qué hizo exactamente con Melanie. “Le compré flores”, responde Noah. “Visité a su madre en el hospital”. “La acompañé a una boda familiar”. Cada frase empeora la situación. Joanne le señala lo obvio: si haces todo eso, parece una relación, no una amistad.
Y, como siempre, Joanne empuja para que lo resuelva: “Tienes que hablar con ella, con Rebeca.” Rebeca fue su pareja más seria antes de Joanne. Él intenta postergarlo, pero ella le da el móvil y lo obliga a llamar “ahora”.
La siguiente escena es fantástica. Noah se encuentra con Rebeca en un restaurante elegante. Va dispuesto a buscar “closure”, ese cierre emocional que cree que falta. Pero pronto se da cuenta de que la historia no fue como él la recordaba. Rebeca, dolida, le explica que para ella la relación era seria: habían planeado un viaje a Portugal, habían hablado de hijos, incluso ella se veía casada con él. Y todo se vino abajo de la noche a la mañana.
Mientras Noah intenta justificarse, ella le devuelve el golpe con elegancia: “Decías que éramos tu familia para siempre. Dos semanas después, me dejaste.”
Él, en shock, apenas puede articular palabra. No fue cruel, simplemente despistado, pero eso no hace menos doloroso el resultado.
La escena está escrita con un equilibrio precioso entre comedia y melancolía. Noah no es un villano, pero sí un ejemplo perfecto de cómo las buenas intenciones no bastan si falta claridad. Su obsesión por “hacer lo correcto” lo lleva una y otra vez a decisiones confusas.
El episodio usa el día de San Valentín como metáfora de todo lo que la serie quiere contar: que el amor moderno está lleno de malentendidos, de expectativas contradictorias y de inseguridades camufladas bajo buenas intenciones. Joanne quiere comunicación, Noah busca armonía, y ambos terminan hablando idiomas distintos.
Al final del capítulo, él admite que quizás intentó ser un buen novio en lugar de ser él mismo. Es un pequeño paso, pero significativo: por primera vez reconoce que no puede complacer a todos y que su idea del amor quizá necesita una revisión.
En paralelo, la relación entre Morgan y el doctor Andy sigue sin convencernos. Ella repite frases de manual (“es una relación estable”, “nos entendemos bien”) que suenan más a autoconvencimiento que a pasión real. Todo apunta a que esa historia va a explotar más pronto que tarde.
Este episodio, más que un especial de San Valentín, es una radiografía de lo que pasa cuando confundimos ser amables con ser honestos. Noah empieza a entenderlo, Joanne también, y nosotros, los espectadores, nos reímos mientras nos reconocemos un poco en ellos.
El tercer capítulo, Unethical Therapist, empieza con una escena muy familiar: la cena de Shabbat. Joanne está en casa de los padres de Noah, intentando encajar en esas reuniones semanales que para él son sagradas.
A partir de ahí, el episodio se divide entre tres tramas paralelas: la fiesta de cumpleaños, el misterio del nuevo novio de Morgan y las dudas de Noah sobre su vocación.
La primera gran sorpresa llega cuando Morgan presenta a su nueva pareja: Andy. Al principio parece un tipo encantador, atento, un poco analítico... hasta que descubrimos que es su exterapeuta. La cara de Noah y Joanne lo dice todo.
Morgan lo justifica diciendo que ya no lo es, que la terapia terminó “la semana pasada”.
La incomodidad se dispara. Joanne sospecha que hay algo raro, y decide investigarlo, por supuesto sin sutileza. Recurre incluso a su madre, con la excusa de “ir a buscar los platos bonitos” para la fiesta. Bina, como siempre, se deja arrastrar por el entusiasmo. Terminan hablando en una sauna llena de trastos mientras planean la decoración y analizan al nuevo novio. Es un momento que mezcla comedia y ternura: dos generaciones de mujeres intentando entender las reglas del amor moderno.
La discusión en la sauna es una de las escenas más intensas del episodio. Se gritan, se acusan, se reprochan cosas antiguas. Morgan la acusa de juzgarla, Joanne responde que solo intenta protegerla. Todo acaba en lágrimas y portazos.
La serie vuelve a su patrón habitual: explosión emocional, silencio, y reconciliación al día siguiente. Porque sí, al día siguiente ya están tomando café y haciendo las paces. Morgan confiesa que lo que realmente le duele es sentir que su hermana no cree en ella. Joanne admite que tiene envidia: en el fondo, quiere una relación como la suya, aunque sea imperfecta.
Mientras tanto, Sasha y Esther siguen con su propio dilema. Bina les sugiere tener otro hijo, algo que Sasha empieza a contemplar con ilusión. Pero cuando la pareja lo habla caminando por la calle —él con un bol de cereales y ella con una taza de cerámica, detalle surrealista típico de la serie—, todo cambia. Ella sueña con viajar, probar cosas nuevas, recuperar libertad. Él quiere familia, estabilidad. Entre risas y evasivas, deciden dejar el tema en el aire, aunque sabemos que no está cerrado.
La jornada acaba con una escena entre Noah, Joanne y Bina viendo Pretty Woman en la cama. Mientras madre e hijo se besan, Bina levanta un auricular y sonríe: “Esta es la energía que necesito.” Es un momento entre tierno y ridículo, marca de la casa.
La parte más profunda del episodio la protagoniza Noah. Después de todo el caos familiar, vuelve a hablar con su antiguo rabino, el que ahora se dedica al buceo. En paralelo, vemos a Noah dando un sermón sobre la importancia de tomar decisiones, incluso con miedo. “El miedo es señal de que la decisión importa”, dice.
El antiguo rabino le responde: “Nos gustabas porque no eras como los demás. No sabíamos lo que ibas a decir, y eso era lo que te hacía especial.”
Ese intercambio resume todo el arco del episodio. Noah se da cuenta de que ha estado intentando agradar demasiado, seguir las reglas, hacer lo correcto... y ha perdido la voz propia que lo hacía único. Termina el capítulo anunciando que ese será su último sermón. No queda claro si deja la sinagoga o la religión, pero sí que está a punto de empezar un nuevo capítulo.
En este capítulo, el tema de fondo es la toma de decisiones. El primero trataba de hablar o no hablar, el segundo de soltar o retener, y este de decidir o quedarse paralizado. Todos los personajes están en una encrucijada: Morgan con su nuevo amor, Sasha con la paternidad, Noah con su vocación, Joanne con su miedo a perder el control.
Cada uno debe elegir si sigue haciendo lo mismo… o si se atreve a cambiar.
Primer episodio de la segunda temporada en el que se descubre que "no hablar" de los temas clave no es muy bueno, pues te puede explotar en la cara en cualquier momento.
El 'bat mitzvah' de Miriam, inspirado en la Gran Manzana, es la antesala de cambios vitales mucho más importantes cuando Noah y Joanne se enfrentan a preguntas sobre su futuro.
La lucha por el poder y por una tabla de charcutería casera interfieren en la complicada presentación oficial de Joanne a los padres de Noah. Morgan le pide un favor a Sasha.
A pesar de que intenta no husmear más, Joanne descubre una cajita en el dormitorio de Noah que guarda un gran secreto. Noah recibe importantes noticias en el trabajo.
Conocer a las amistades de Joanne para Noah es pan comido. Pero ganarse a sus amigos pasa por ser amable con sus esposas y novias, es decir, las amigas de su ex.
Noah está decidido a causar una buena impresión en la reunión improvisada con la familia de Joanne. Tanto, que todo le sale al revés.
Las obligaciones laborales interfieren en la relación de Noah y Joanne, mientras Sasha y Morgan conectan a causa de las interacciones familiares.
Las prisas de última hora de Joanne por encontrar algo para su pódcast se convierten en una inolvidable primera cita con Noah. Sasha ayuda a Miriam con un problema amoroso.
La inseguridad sobre su aura y un mensaje sin contestar hacen que Joanne se cuestione si hace buena pareja con Noah, que se siente culpable tras un accidente.
Joanne y Noah empiezan a conocerse mejor, pero la realidad les sacude cuando ella descubre el pasado amoroso de él, y él se ve sometido a un interrogatorio por la familia de ella.
Primer episodio del podcast en el que hablamos del primer episodio de la serie «Nadie quiere esto». Una serie en la que una agnóstica con un podcast sobre sexo y un rabino recién separado se enamoran. ¿Sobrevivirá su relación a unas vidas tan radicalmente opuestas y a sus entrometidas familias?