Nos acercamos al final de esta primera temporada, en la que hemos recorrido un camino que va desde la comprobación de la existencia de Dios hasta el descubrimiento de la plenitud de la fe que se vive en la Iglesia.
En este penúltimo episodio reflexionaremos sobre una pregunta: ¿por qué somos católicos?
Ya que no basta sólo creer en Dios ni confesar a Cristo; es necesario permanecer en la Iglesia que Él fundó, la que custodia y transmite íntegra su verdad a lo largo de los siglos.
En los episodios anteriores hemos recorrido cuatro verdades esenciales. Primero, afirmamos con certeza la existencia de Dios: causa primera de todo lo creado, ser necesario, eterno y perfecto. Después, reconocimos que el hombre, obra de Dios, posee un alma espiritual, libre e inmortal.
De ahí se desprendió la tercera verdad: el hombre necesita una religión, porque no basta conocer a Dios; es necesario rendirle culto y vivir en relación con Él. La cuarta verdad nos mostró que entre todas las religiones, solo una es verdadera: la revelación cristiana, definitiva y universal, fundada por Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre.
Hoy damos un paso más. Jesucristo, al cumplir su misión en el mundo, no quiso permanecer visiblemente entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Por eso estableció un medio vivo y permanente para conservar, transmitir y hacer practicar la religión que Él mismo reveló: la Iglesia Católica. Esta es la verdad que ahora nos corresponde descubrir y profundizar.
En los primeros episodios hemos recorrido tres verdades fundamentales. Primero, demostramos la existencia de Dios: causa primera, ser necesario, perfección absoluta e inteligencia ordenadora. Después, reconocimos en el hombre un alma espiritual e inmortal, principio de vida, libertad y conciencia.
De allí surge la tercera verdad: el hombre necesita de una religión, porque no basta conocer a Dios y al alma; es necesario vivir esa relación mediante adoración, obediencia y gratitud.
Hoy damos un paso más. Si el hombre necesita religión, no todas pueden ser verdaderas. La cuarta verdad nos conduce a examinar la historia de los cultos humanos, desde las religiones primitivas hasta la ley mosaica, para descubrir que solo una religión ha sido revelada por Dios mismo y lleva en sí la plenitud de la verdad.
En los episodios anteriores profundizamos sobre la existencia de Dios, y la existencia del alma espiritual e inmortal. Ahora damos un paso más: si Dios existe, y si el hombre tiene un alma llamada a algo más alto que la materia, surge una pregunta fundamental: ¿qué relación debe tener el hombre con Dios?
La respuesta es clara: el hombre necesita de una religión. Hoy hablaremos de por qué la religión no es algo superfluo ni una opción secundaria, sino una exigencia de nuestra propia naturaleza. Veremos cuáles son los deberes que el hombre tiene para con Dios —adorarlo, agradecerle, obedecerlo— y por qué la verdadera religión no puede ser cualquiera, sino aquella que Dios mismo ha revelado.
En el episodio anterior profundizamos sobre la existencia de Dios. A través de argumentos racionales —la necesidad de un primer motor, una causa primera, un ser necesario, una perfección absoluta y una inteligencia ordenadora— concluimos que Dios no es una suposición, sino una verdad demostrable.
Hoy hablaremos del hombre. Si Dios existe, entonces su criatura no puede reducirse solo a materia organizada.
En este episodio abordamos la segunda verdad: el hombre tiene alma.
No se trata de una creencia impuesta ni de una idea poética, sino de una realidad que se impone por la inteligencia: el alma es principio vital, pero también fuente de pensamiento, voluntad, libertad y conciencia.
Analizaremos por qué esta alma no puede ser producto de la materia, cómo su existencia se sostiene por la razón, y qué implica reconocer en el hombre una dimensión espiritual.
En este episodio abordaremos la primera verdad de la religión: y es que Dios existe.
Sin recurrir aún a la fe, seguiremos las vías que la razón humana puede recorrer por sí misma para alcanzar esta certeza: que todo lo que se mueve necesita un primer motor, que toda causa exige una causa primera, que el mundo no puede sostenerse sin un ser necesario, que los grados de perfección apuntan a una perfección absoluta, y que el orden del universo reclama una inteligencia que lo rija.
Hablaremos de estos fundamentos para reconocer que la existencia de Dios no es solo creída, sino también demostrada.
En este episodio damos una introducción al programa y al sentido profundo detrás del nombre que lo contiene.
Velum Scissum significa en latín el velo rasgado, una imagen que atraviesa la historia de la Revelación cristiana, la liturgia, la tradición de la Iglesia, la disciplina del Arcano y hasta los signos de nuestra vida sacramental.