Uno de los más grandes desafíos que todo ministerio enfrenta, es sin duda, la gestión del compromiso y la lealtad con la visión de la casa donde uno fue sembrado. El mundo está viviendo una nueva crisis, la crisis de la lealtad; que no es otra cosa, sino la manifestación de una vida sin códigos y principios.
Uzías es la representación de quienes empiezan siendo instrumentos promotores de los cambios sociales de su nación, de cambios mas domésticos como el de su familia, o de cambios espirituales en el liderazgo o la iglesia; pero que debido a una seria falla del carácter terminan enalteciéndose y corrompiéndose provocando que el mismo Dios que un día los bendijo, los separe de su posición de autoridad y los hiera mortalmente.
Un discípulo no solo es alguien que declara abiertamente ser seguidor de Cristo, sino, es alguien que incluso esta dispuesto a morirse antes que traicionar la causa del Evangelio.
Una Iglesia que no se alinea a los pensamientos del Reino de Dios, tendrá una relación parecida a la de un amante, solo buscara la satisfacción de sus sentidos sin lograr encarnar vívidamente los ideales y propuestas del Reino de Dios. Tampoco tendrá la sustancia, la fuerza espiritual y moral para poder ser un instrumento de reforma social; debido a su frágil y superficial condición espiritual
Existe la necesidad que un liderazgo emergente entienda que una vision particular que le ha sido dada por Dios, y que lo ha colocado en una posición privilegiada, no le da el derecho de alejarse de otros que son distintos, pero al mismo tiempo iguales en dignidad. De hacerlo producirán un sectarismo, un movimiento separatista y exclusivista, que terminará mutilando el avance del Reino de Dios en la tierra.
Una secta o un sectario no solo deben de ser definidos por los errores teológicos en relación al texto bíblico, sino también por los vicios de una conducta que resulta insultante a lo que se predica.
Si nuestras convicciones son realmente importantes, entonces tenemos que estar dispuestos a encarnarlas y defenderlas a cada momento. Evidentemente, esto puede traer consecuencias, pero al aplicarlas mostraremos la integridad o el carácter necesario para hacer funcionar una fe capaz de producir la atmósfera necesaria para que una unción de restitución se opere en todos nuestro escenarios de vida.
Lo único que puede mantener avivada la llama del entusiasmo de una persona en medio de climas tempestuosos, es su capacidad de no perderse en mil actividades que pueden resultarle productivas, pero que lo alejan de su propósito. Las verdaderas posibilidades de éxito de una persona, no se encuentra en aquello que lo mueve a obtener ganancias; sino en desarrollar el propósito para el cual fue diseñado
La vida no se trata solamente de nosotros, fuimos puestos en esta tierra para algo más grande que construir nuestras propias historias de éxito. Fuimos llamados a mentorear y activar a otros para que, a pesar de los distintos episodios de sus vidas, alcancen cumplir su verdadero propósito de vida. Naturalmente para que esto suceda, tenemos la obligación moral de hacer a un lado nuestros egoísmos y pensar que alguien cerca nuestro nos necesita.
La religión y la política nunca pudieron detener el avance del EVANGELIO que empezó en Jerusalén, y se extendió sobrenaturalmente por toda la tierra hasta alcanzar a quienes vivimos en esta generación.
Fortalecer el tema de la unidad, es fundamental antes de intentar edificar cualquier otro proyecto. No es posible ser la extension de la vida y el ministerio de Cristo siendo una iglesia fragmentada por dentro.
La influencia de la Iglesia sobre todas las estructuras sociales siempre será el resultado de que los cristianos encarnemos la vida, y las propuestas del Evangelio de Cristo en los distintos escenarios donde hemos sido puestos por Dios para ser protagonistas principales, y no actores segundones.
Es imposible pretender influenciar sobre otros, si nosotros no estamos expuestos de forma voluntaria a la influencia de Cristo, no solo en el pensamiento, sino también en la conducta.
El Éxito según Dios no se puede medir por la obtención de bienes materiales, sino en términos de fidelidad con aquello que Dios nos ha llamado a ser y hacer.