«Si no me escribo soy una ausencia». Alejandra Pizarnik
Es habitual caer en el error de atribuir aptitudes a las personas que deseamos. Se pueden perdonar los defectos de una personalidad, pero no se perdona la fealdad.
Uno de los temas que más divide opiniones es la patria. Para ti, ¿qué es? ¿Los libros como dijo Yourcenar? ¿Una cama como escribió Vargas Llosa? ¿El ser amado como Octavio Paz?
Recorrer los pasillos de mi mente es como estar atrapado en un laberinto. Tengo tantas cosas por decirte, pero mi ansia no debe ser desbocada. Debo hallar el orden correcto de cada una de las cosas.
Alguien dijo alguna vez que las circunstancias nos definen. Yo creo que mucho de nosotros se conoce, precisamente, por lo que hacemos en determinadas condiciones.
Carta a Betsaida es la materialización de un impulso. Escribí en poco más de 20 días este libro. Y aunque es íntimo, no tuve reparo en publicarlo porque sé que la experiencia humana, en esencia, es muy semejante. De tal suerte que lo personal termina siendo universal. Es por esta razón que varias personas que lo han leído, se han sentido identificadas.
Yo no controlo al mundo, pero sí controlo lo que el mundo es para mí. Yo no controlo lo que hacen otros, pero sí lo que hago yo. Y lo que hice fue agradecer por los buenos momentos, agradecer su honestidad, respetar su decisión y alejarme.
Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano, nos muestra a un hombre que, a pesar de ser un guerrero y un emperador, es alguien que anhela la paz. En esta lectura recogí algunos fragmentos que nos permiten ver a un Adriano que intentó mitigar las asperezas entre los pueblos. Asimismo, refleja las contradicciones a las que se enfrenta el gobernante como: buscar la paz a través de la guerra.
Algo que hace de Adriano un personaje especial es la pasión, la casi obsesión por Antínoo, el joven que murió misteriosamente en el Río Nilo. Adriano cargó durante muchos años el luto por la pérdida de su amado. Su afán por salvar a Antínoo del olvido lo llevó a hacer numerosas efigies de él. En esta breve lectura, el emperador, en voz de Marguerite Yourcenar, narra lo sucedido aquellos días en los que se conmemoraba el aniversario de la muerte de Osiris, dios de las agonías.
En el primer capítulo de esta obra de Marguerite Yourcenar, Adriano habla de su estado físico. De lo consciente que es de su enfermedad, de su cuerpo venido a menos y de la certeza de la muerte. Sin embargo al mismo expresa el cuidado y amor que le ha dado y que le da a su carne. Así como de la incertidumbre, cada vez más estrecha, del día y la hora de su último respiro.
Capítulo V de mi libro El seductor o las confesiones de un hombre solo. Disponible en Amazon.
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P.D. El capítulo II no lo subiré a podcast, pero este es un fragmento: Una vez que ella me dio su aprobación me coloqué en medio de sus piernas, las besé y lamí su ingle. Después recorrí la vereda que está entre sus labios. Pasé mi lengua por sus pétalos, como si fuese una rosa.
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La ausencia física paradójicamente se puede convertir en la presencia más abrumadora. En el caso de la muerte, el ser amado permanece no sólo en nuestros recuerdos, sino en los objetos que le pertenecieron, en las canciones que le gustaban, en las risas y las palabras.
Todos tenemos un gran amor del pasado. Todos sentimos nostalgia por lo que fue y ya no es. Todos claudicamos en si deberíamos darnos una oportunidad e intentar regresar. Pero Jorge Luis Borges dijo algo muy interesante: tendemos a exagerar las felicidades perdidas. Y José Emilio Pacheco tiene un poema titulado Memoria, en donde nos dice que no tomemos muy en serio lo que dice la memoria. A lo mejor no hubo esa tarde.