¿Qué significa realmente orar ? ¿Es un ejercicio solitario, individual? ¿Se trata simplemente de recitar palabras juntos, o nuestra oración tiene el poder de confrontar las realidades más duras de nuestro tiempo, como el drama de la migración?
El 11 de octubre de 2025, un grupo de manifestantes, miembros de la iglesia católica, hacia el Centro de Procesamiento del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en Broadview, un suburbio de Chicago, Illinois.
El objetivo era claro: ejercer el derecho a la libertad religiosa de los detenidos, ofreciéndoles la Comunión. Sin embargo, se les negó la entrada.
Este gesto revela una verdad fundamental: la fe, si es auténtica, es inherentemente pública y samaritana. La negativa de acceso se convirtió en un signo de contradicción que nos interpela sobre las puertas, físicas e institucionales, que cerramos al Cristo sufriente.
Vamos a profundizar en uno de los capítulos más interesantes de la política contemporánea: el conflicto moral que se gesta entre un sector del catolicismo conservador estadounidense y la visión pastoral del Papa Francisco y de la Iglesia actual. Nuestro episodio, "Del Buen Samaritano al America First: El Conflicto Moral del Catolicismo Político", desmantela la compleja alianza entre los católicos del movimiento MAGA (Make America Great Again) y el populismo nacionalista. Veremos cómo esta facción prioriza la protección fronteriza y una estricta ortodoxia, llegando incluso a cuestionar la legitimidad de un Papa que aboga por la acogida a los migrantes, la acción climática y una iglesia más inclusiva. Es una batalla donde la fe se cruza con la política de manera explosiva, creando una profunda fisura dentro de la Iglesia.
Este no es solo un debate teológico, es una lucha por definir lo que significa ser un cristiano en el panorama político actual. Exploraremos las duras críticas entre figuras prominentes del MAGA, como J.D. Vance, y la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU. (USCCB) sobre la inmigración, donde se contrapone la visión del "America First" con la enseñanza milenaria de la Iglesia sobre el Buen Samaritano y la acogida al forastero. Si quieren entender por qué la figura de Francisco se ha convertido en una "piedra en el zapato" para el catolicismo más tradicionalista y cómo la búsqueda de un "reino de Dios aquí y ahora" choca con el Evangelio de la modestia y la inclusión, no pueden perderse este análisis esencial. Pulsen play y descubran las profundas implicaciones de esta guerra espiritual y política.
Hace un mes nos dejó Juan Dejo, jesuita limeño, Vicerrector de Investigación y docente del Departamento de Filosofía y Teología de la Universidad Ruiz de Montoya, compañero con vocación de académico, precisión de cronista y curiosidad profunda, de esas curiosidades que casi no se ven, de esas absolutas curiosidades a las que Alberto Caeiro, quizá el más entrañable heterónomo de Fernando Pessoa, llamaba “asombro esencial que tiene un niño” ( mi mirada ) y que gracias a Dios puede ser, también, una cualidad de los adultos.
“El amor es como la música”… decía Blanca Varela en su poemario “Ese puerto existe”, publicado en mil novecientos cincuenta y nueve.
He querido volver a ese lúcido y melancólico poema como la invitación a reconocer algo profundo: que la muerte, por más temida que sea, tiene poca fuerza frente a la vida… cuando ésta se expresa como amor. Ese amor que llena el alma… y que nos lanza a esa aventura aparentemente irracional: la de creer en la resurrección de los muertos.
Una osadía —sí—, sobre la que el escritor Javier Cercas ( el autor del best seller El loco del Dios en el fin del mundo”) escribió con ironía y asombro, en una de sus publicaciones sobre la fe en la vida eterna:
“Creer en la resurrección de la carne y en la vida eterna: ¿cómo se hace eso? Es una locura.”
Pero lo que para algunos puede parecer locura, para otros —como Juan— era una certeza esperanzada. La resurrección fue siempre uno de sus temas recurrentes. En sus redes sociales, en medio de una Pascua, escribió:
“La Resurrección de Cristo —decía Juan— nos lanza más allá de la incertidumbre, hacia el espacio de la Fe y de un amor ilimitado que, creemos, es el sustrato de todo lo existente.
No hay más prueba que el testimonio de miles de personas, a través del tiempo, que decidieron creer. Porque la Fe no es un mero producto de la razón, sino una experiencia.”
(1 de abril de 2018)
Esta convicción interior, que Juan abrazaba con el alma, no era una huida de las interrogantes complejas de la vida y de la fe, sino una comprensión serena que brotaba de haber tenido el coraje de contemplar sin desvíos el abismo de la duda. Como él mismo expresó, lo que se derrumba en nosotros son apenas los ‘techos’ de nuestras seguridades estrechas, para dejar al descubierto el cielo genuino, inmenso y misterioso, que es el verdadero hogar de la fe. Su esperanza en la Resurrección no era una afirmación más para acumular, sino una entrega valiente, como la de Jesús en Getsemaní, que se rinde con humildad a la fragilidad profunda, confiando en ser sostenido por una Presencia amorosa, más vasta y eterna que la propia muerte.
Es verdad que no sería justo decir que las palabras que Juan sobre la resurrección eran premonitorias; todo lo contrario, eran palabras llenas de una esperanza activa, la misma que late en los versos de Blanca Varela: la que convierte al amor en una promesa musical, y a la muerte en un simple horizonte que precede a la eternidad.
El amor es como la música,
me devuelve con las manos vacías,
con el tiempo que se enciende de golpe
fuera del paraíso.
Conozco una isla, mis recuerdos,
y una música futura, la promesa.
Y voy hacia la muerte que no existe,
que se llama horizonte en mi pecho.
Siempre la eternidad a destiempo.
Me tocó vivir con Juan desde marzo del 2025, yo dejaba una larga experiencia de misión en la formación de los jóvenes jesuitas. Recuerdo que, en nuestra primera conversación al llegar a mi nueva comunidad (Juan era el responsable de mi comunidad, a los que los jesuitas llamamos “superior de comunidad” ) me animó a entrar en un esquema de vida distinto, “bienvenido a este tipo de vida que es más real, o por lo menos diferente”. Efectivamente la vida comunitaria supuso una dinámica de vida distinta en la que el principio era intentar hacerle la vida agradable al compañero de casa que compartía, con más años o menos, el mismo entusiasmo por la misión.
Una vez que aprendemos a encontrar a Dios en nuestra vida, surge una pregunta natural: Y ahora, ¿qué? La respuesta de Ignacio es una palabra: Magis.Pero debemos tener cuidado. El #MAGIS ignaciano no es la búsqueda ansiosa de la perfección, ni una carrera por la excelencia que nos lleva al agotamiento. No es ser los mejores o los más eficientes. Esa es una trampa del ego. El magis es algo mucho más profundo: es la respuesta de un corazón agradecido que desea amar más y mejor. Es el impulso de la Vida misma que siempre busca más plenitud, más justicia, más compasión, más libertad. Es un dinamismo que nos saca de nosotros mismos y nos pone al servicio. Un servicio que nace de la convicción de que el amor debe ponerse más en las obras que en las palabras. Un servicio que integra lo que a veces vemos como opuesto: la fe y la promoción de la justicia, la contemplación y la acción, el estar con los más pobres y, a la vez, buscar transformar las estructuras que generan esa pobreza. Y en este camino, no estamos solos. Quizás el mayor descubrimiento de Ignacio, y su mayor legado, es la importancia de la comunidad, de los otros, de las otras… ‘la compañía’. Necesitamos de otros para ver con claridad, para no perdernos. Necesitamos ser acompañados y acompañar a otros, porque nos ayudamos mutuamente a nombrar por dónde nos viene la vida. Hoy es 31 de julio y celebramos a #SanIgnaciodeLoyola, no solo como fundador o místico, sino como un incansable escritor de cartas cuyo corazón y sabiduría fluían a través de la tinta, encarnando el MAGIS ignaciano en acción. Con pluma atenta y espíritu pastoral, Ignacio tejió una red de consuelo, guía y ánimo que cruzó continentes, yendo siempre más allá de lo meramente necesario. Sus cartas fueron mucho más que órdenes o noticias; fueron instrumentos de acompañamiento espiritual personalizado, donde el MAGIS se manifestaba en el esfuerzo constante por alcanzar a cada hermano, en la creatividad para adaptar el mensaje a situaciones únicas, y en la profundidad de amor invertida en cada palabra. Sin duda podríamos decir que su legado epistolar es una invitación perenne al MAGIS: a no conformarnos con lo mínimo en la caridad, a buscar siempre más formas de sostener, corregir con delicadeza y encender la chispa de la fe en el otro, ampliando constantemente la "tienda" de nuestra entrega por la mayor gloria de Dios.
La espiritualidad ignaciana nos invita a ser esa directora atenta para nuestra propia vida. Nos propone hacer esa misma pausa, detener la escena y preguntarnos con honestidad: ¿cómo está mi mirada hoy? ¿Refleja vida, esperanza y gratitud, o se ha vuelto opaca por la rutina y el cansancio?
Para sanar esa mirada, Ignacio nos regala una herramienta sencilla y poderosa: el examen del día. Es detenerse un momento, no para juzgarnos, sino para mirar la jornada que termina con los ojos de Dios. Para reconocer y agradecer. ¿Dónde sentí vida hoy? ¿En qué conversación, en qué tarea, en qué gesto percibí el paso discreto de Dios? ¿Qué fue un regalo?
Porque Ignacio nos enseña que no hay que huir del mundo para encontrar a Dios. Nuestra propia vida es el lugar sagrado del encuentro. Se trata de aprender a ser ‘contemplativos en la acción’, descubriendo que lo importante no es tanto qué hacemos, sino la presencia y el cariño con que estamos en las cosas. Es ahí donde recuperamos el brillo en la mirada y encontramos el gusto y el sentido que tanto anhelamos."
En un mundo tan ruidoso y confuso como el nuestro, las reglas de discernimiento siguen siendo una “luz perenne y una brújula indispensable”. Ignacio nos enseñó a escuchar más allá del ruido superficial, a identificar los movimientos sutiles del espíritu de consolación y el de desolación en lo profundo del alma. Nos regaló herramientas para distinguir la voz auténtica de Dios de nuestros propios deseos o engaños, para tomar decisiones no desde el impulso o el miedo, sino desde la libertad interior y la búsqueda sincera de la mayor gloria divina. Celebrar su discernimiento es comprometernos a cultivar esa misma atención fina a los movimientos del Espíritu en nuestra vida cotidiana, confiando en que Dios nos habla también en la quietud y en las encrucijadas.
La historia de Ignacio de Loyola no comienza con un santo, sino con un soldado. Un hombre de su tiempo, lleno de sueños de gloria, honor y de conquistar el favor de una dama importante. Su vida estaba proyectada hacia el éxito mundano, hacia el ruido de las cortes y los campos de batalla.
Pero en Pamplona, el estruendo de un cañón silenció todos sus planes. Una herida. Una fractura. El dolor lo postró en una cama y lo obligó a detenerse. Y en esa quietud forzada, en esa fragilidad que desbarató todos sus proyectos, Dios encontró una grieta por donde entrar.
Aburrido, sin las novelas de caballería que tanto le gustaban, tuvo que conformarse con los únicos libros que había en casa: uno sobre la vida de Cristo y otro sobre la vida de los santos. Y al leerlos, empezó a soñar despierto. Pero notó algo curioso. Cuando soñaba con hazañas mundanas, sentía una alegría intensa que luego se desvanecía y lo dejaba seco, vacío. En cambio, cuando imaginaba imitar a los santos, como Francisco o Domingo, la alegría que sentía era distinta: era serena, profunda y, sobre todo, duradera. Dejaba en su alma un rastro de paz.
Sin saberlo, estaba descubriendo el arte del discernimiento. Estaba aprendiendo a leer el lenguaje de su propio corazón, a distinguir los movimientos interiores, las ‘mociones’ que lo acercaban a la vida y aquellas que lo alejaban de ella.
Esa herida física se convirtió en la puerta a una sanación mucho más profunda. Su mirada sobre el mundo comenzó a cambiar. Ya no buscaba la grandeza fuera, sino que comenzaba a descubrirla dentro. Se despojó de su armadura, de sus ropas de noble, y se vistió de peregrino. Ya no para conquistar tierras, sino para dejarse conquistar por Dios en el camino de la vida.
El 3 de agosto de 2023, en el marco de la J.M.J. el Papa Francisco reflexionó sobre la Iglesia y el necesario cambio de paradigma que plantea el hecho de que “En la Iglesia hay espacio para todos. Y, cuando no lo haya, por favor, hagamos que lo haya; incluso para quien se equivoca, para quién cae, para quien tiene dificultades. ¡Todos, todos, todos!” Casi año y medio después me pregunto si esa curiosa forma tan porteña de inventar verbos que caracterizaba a Francisco no era lo que más esperaba en mi propia historia de fe para aquellos momentos en los que me sentía invitado a dejar de "balconear" ( contemplar desde la ventana, sin implicarse) "primerear" ( tomar la iniciativa, a menudo para referirse a la iniciativa De Dios a la que llamamos revelación) "misericordiar" ( ofrecer misericordia) cariñoterapia, "discipular"
…Quizá uno de los más grandes méritos de Francisco fue buscar cumplir la voluntad De Dios aunque esto le llevara a enfrentarse a sí mismo y eso produjo una conversión, una metanoia en él y en sus hermanos jesuitas. Quizá la vida en la Compañía me preparó para llegar a este momento y confiar en la gracia de Dios que transforma los corazones.
Así, cuando llegó el momento de la elección de León XIV, me encontré en un lugar muy diferente al de aquella primera sorpresa en 2013. Ya no me veía a mí mismo como alguien perfecto ni totalmente convertido, pero la revolución espiritual que había vivido con Francisco me permitió abrazar la elección de León XIV con profunda confianza e inspiración.
La mirada contemplativa y la mística identidad del cristiano, como señalaba Karl Rahner, me ayudaron a ver que León XIV era, efectivamente, el Papa que el mundo de hoy necesita. Con humildad, serenidad y firmeza, confío en que sabrá enfrentar los retos del mundo y de la Iglesia, guiándonos hacia un futuro donde la fe y la compasión iluminen cada vez más nuestra misión en el mundo.
Todos sabemos que el discernimiento espiritual es vital para responder a los desafíos actuales de la Iglesia, marcada por una erosión de confianza debido a escándalos y resistencias internas. Ojala podamos pedir la gracia de contar con un líder capaz de restaurar la credibilidad, unir a la Iglesia, dialogar con el mundo y profundizar el legado de Francisco en áreas como la justicia, la ecología y la sinodalidad. Deberiamos, como iglesia, dar importancia a la posibilidad abordar retos globales como la paz, la ética tecnológica (IA, transhumanismo) y la encarnación de la fe en las periferias, señalando la relativa falta de respuestas robustas ante el impacto espiritual de la hiperconectividad y la soledad digital.
Un eje central del análisis es la credibilidad, examinando los esfuerzos de Francisco y Benedicto XVI para confrontar la crisis de los abusos sexuales, aunque reconociendo que la tarea de transparencia y justicia aún no está completa. El discernimiento, más allá de una práctica interna, debe convertirse en la esencia de una Iglesia capaz de comprender el mundo con la perspectiva de Dios y actuar con el corazón de Cristo. Este camino de discernimiento comunitario y personal se presenta como crucial para afrontar las complejidades contemporáneas y proyectar una autenticidad evangélica que genere confianza y promueva la transformación.
El pasado lunes, falleció el querido Papa Francisco, líder espiritual de millones de fieles en todo el mundo. Su partida tiene lugar en este año jubilar, dedicado a la esperanza y la fe en el amor inquebrantable de Dios, que nos fortalece y ampara en medio de las dificultades y adversidades de la vida. Jorge Mario Bergoglio, quien fue elegido Papa el 13 de marzo del año 2013, nació en el año 1936 y recientemente había celebrado su octogésimo octavo cumpleaños. Encabezó con liderazgo y compromiso el gobierno de la Iglesia católica, demostrando un profundo interés pastoral en transformarla en un ambiente acogedor, inclusivo y solidario para todos los fieles y creyentes.
Se finaliza un ciclo de 12 años al frente de la dirección de la Santa Sede. Durante este amplio período de doce años, se hizo un fuerte énfasis en el trabajo pastoral, el cual estuvo respaldado por una sólida base doctrinal en el ámbito de la teología, la cual ha mantenido una estrecha relación con la tradición eclesiástica. En ese interesante contexto histórico, Francisco, el primer Papa americano, se destacó por ser reconocido y aclamado como el Papa de los pobres, los desamparados y los relegados de una sociedad cada vez más polarizada.
Desde hace unos días el término “Ordo Amoris” (orden del amor) un principio de la teología moral, ha aparecido en el contexto político de los Estados Unidos y en el del mundo entero atento a las primeras semanas del gobierno de Trump. En una reciente entrevista con Fox News , el vicepresidente JD Vance invocó la noción teológica tradicional del "orden del amor" para justificar la agresiva cancelación o suspensión de casi todos los programas de ayuda exterior de Estados Unidos por parte de la administración Trump.
Él ha argumentado que la política migratoria debe ser restrictiva porque el amor cristiano sigue un orden jerárquico: primero la familia, luego la comunidad, la nación y, finalmente, los demás. Según esta idea, la responsabilidad cristiana de acoger al migrante sería secundaria frente a la obligación de cuidar primero a los ciudadanos nacionales.
Pero ¿de dónde viene este principio de discernimiento moral ? El término “Ordo amoris” proviene del latín y significa “orden del amor”. Es una expresión teológica y filosófica que describe cómo debe organizarse el amor en la vida humana de acuerdo con su verdadera naturaleza y su relación con Dios.
Etimología y origen
“Ordo” significa orden, disposición estructura. En este contexto, se refiere a la manera en que el amor debe organizarse en la vida de una persona. “Amoris” es el genitivo de “amor”, es decir, significa “del amor”.
Esta expresión fue utilizada por San Agustín (siglo IV-V) y luego desarrollada por Santo Tomás de Aquino (siglo XIII). Para ellos, el amor no es algo caótico o impulsivo, sino que tiene una jerarquía y un propósito, y debe estar alineado con Dios, quien es el origen del amor.
Este principio aplicado a la política migratoria de los Estados Unidos ha generado un debate importante. En respuesta, el Papa Francisco ha recordado que el verdadero “Ordo Amoris” solo puede entenderse a la luz de la Parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37), que nos llama a una fraternidad sin exclusiones ni cálculos de cercanía.
¿Qué significa el “Ordo Amoris” en la tradición cristiana?
San Agustín y Santo Tomás enseñan que el amor tiene un orden: primero Dios, luego el prójimo. Dentro del amor al prójimo, es natural que sintamos una prioridad hacia quienes están más cerca de nosotros, como nuestra familia o comunidad. Sin embargo, este orden no significa que podamos ignorar a los demás. Ejemplo: Un padre tiene la obligación de alimentar primero a sus hijos antes que a otros niños, pero si ve a un niño hambriento en la calle, no puede ignorarlo solo porque no es parte de su familia.
El amor cristiano no puede reducirse a un esquema rígido. Amar más a quienes están cerca no debe convertirse en una excusa para desentenderse de los demás, especialmente de los más vulnerables. Ejemplo: Un médico en un hospital atiende primero a los pacientes más graves sin preguntarles su nacionalidad o si pertenecen a su comunidad. Su deber es ayudar a quien más lo necesita.
Al respecto nos recuerda el Teólogo estadounidense Stephen J. Pope “ Tomás de Aquino equilibra el amor entre los miembros de la familia con las responsabilidades que pertenecen a otros tipos de relaciones. El orden del amor proporciona un marco amplio para pensar en la forma general de nuestras responsabilidades, pero no ignora el hecho de que a veces las contingencias de la vida pueden exigirnos que anulemos nuestras prioridades habituales.
Al respecto, en una significativa y motivadora carta, el Papa Francisco advierte que el cristianismo no puede reducir la caridad a fronteras nacionales o identitarias. Para él, el amor cristiano debe responder ante todo al sufrimiento humano con misericordia incondicional. En su magisterio, ha reiterado que la fraternidad cristiana no depende del parentesco ni de la pertenencia a un grupo específico, sino del amor que Dios nos tiene a todos, inspirado por la parábola del Buen Samaritano.
En dicha parábola , el protagonista ayuda a un judío herido a pesar de que, culturalmente, samaritanos y judíos eran enemigos. No tenía una obligación legal ni una conexión personal con él, pero su compasión lo llevó a actuar. Ejemplo: Es como si hoy un extranjero indocumentado ayudara a un ciudadano en un accidente, sin preguntarse si es su deber o si recibirá algo a cambio.
En conclusión, la enseñanza cristiana reconoce que el amor tiene un orden, pero también que este orden nunca debe ser una excusa para excluir o rechazar a los demás. Amar a los cercanos no nos exime de amar al prójimo, especialmente al que sufre.
Por otro lado la visión del Papa Francisco parte de la convicción de que el cristianismo no puede reducir la caridad a un esquema de prioridades nacionales o identitarias, sino que debe responder a la urgencia del sufrimiento humano con misericordia incondicional. En su magisterio, Francisco ha reiterado que la fraternidad cristiana no se fundamenta en el parentesco ni en la pertenencia a una comunidad específica, sino en el amor que Dios nos tiene a todos. En la parábola, el samaritano no tenía una obligación natural de ayudar al judío herido, pero su compasión lo llevó a actuar.
En este mismo sentido, la reflexión de Karl Rahner profundiza en la relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo, señalando que no se pueden separar. El amor al prójimo no es un mandato secundario o una consecuencia de la fe, sino que es la expresión concreta del amor a Dios. Rahner critica la tendencia a considerar la fraternidad como una simple regulación social o una obligación moral calculada, y en cambio, insiste en que el amor cristiano no es tal si se mide en términos de utilidad o de reciprocidad. Para él, el verdadero amor cristiano es aquel que trasciende los límites del egoísmo y se entrega incluso cuando no hay recompensa, cuando implica sacrificio y cuando nos coloca en el lugar del otro.
En contraste con la postura de Vance, que propone un amor ordenado en círculos concéntricos de prioridad, Rahner nos recuerda que el amor cristiano es un acto existencial total, en el que no hay cálculos ni jerarquías. La verdadera fraternidad cristiana no se limita a los que nos resultan más cercanos o afines, sino que exige una apertura radical a la alteridad, al otro en su necesidad concreta. Desde esta perspectiva, la visión de Francisco y Rahner coinciden en afirmar que la misericordia no es una opción secundaria en la vida cristiana, sino el núcleo mismo de la fe.
Frente al uso del "Ordo Amoris" para justificar políticas de exclusión, la Iglesia reafirma que el criterio fundamental del cristianismo no es el de la prioridad nacional, sino el de la misericordia universal.
A veces se piensa que el amor cristiano es algo que comienza en casa, con los más cercanos, y luego se extiende hacia afuera, como círculos que van creciendo. Pero el mensaje de la carta papal es claro: el verdadero amor cristiano se demuestra cuando defendemos los derechos de los más pobres y marginados, sin importar quiénes sean o si los consideramos parte de "nuestro grupo".
Por ejemplo, imagina a un migrante que llega a un nuevo país, sin recursos, sin redes de apoyo y, a veces, sin ser bien recibido. El amor cristiano nos llama a ver en esa persona una dignidad infinita, un valor que no depende de su origen, su estatus legal o si habla nuestro idioma. Es una invitación a ir más allá de las fronteras, ya sean físicas, culturales o mentales, y a reconocer que todos somos parte de una misma humanidad.
Si bien es cierto que las comunidades tienen responsabilidades internas, el evangelio nos desafía constantemente a ampliar el horizonte de nuestro amor y a hacer de la acogida al extranjero una manifestación concreta del rostro de Cristo.
Este mensaje no es solo para cristianos practicantes, sino para cualquiera que quiera construir un mundo más justo y solidario. Nos invita a pensar no como individuos aislados, sino como personas conectadas, capaces de tejer redes de apoyo que superen las barreras que los gobiernos o las sociedades a veces imponen.
En tiempos de crisis migratoria y de fracturas sociales, la pregunta que Jesús hizo al final de la parábola del Buen Samaritano sigue resonando: "¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los ladrones?". Y la respuesta sigue siendo la misma: "El que tuvo misericordia de él".
La segunda parte de la película “el Jocker” , dirigida por Todd Phillips y protagonizada por Joaquin Phoenix y Lady Gaga no fue un éxito como la primera parte, sin embargo la banda sonora parece que tiene una mejor calificación. De hecho, quiero tomar una de las canciones que canta magistralmente Lady Gaga: Gonna Build a Mountain, un canto al optimismo y a la confianza que brota de la resiliencia ( voy a construir un paraíso desde un pequeño infierno y sé muy bien que si construyo mi montaña, el cielo estará esperando allí)
Quiero partir de esta curiosa canción para hablar sobre uno de los acontecimientos mas interesantes De la Iglesia católica, El Jubileo 2025, inaugurado por el Papa Francisco con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, llega en un momento crucial para el Perú y el mundo. Con el lema “La esperanza se no defrauda”, este Jubileo no solo nos invita a renovar nuestra fe, sino también a reflexionar y actuar frente a los grandes retos de nuestra sociedad.
La indulgencia plenaria es un regalo especial que la Iglesia Católica ofrece a quienes desean acercarse más a Dios y dejar atrás las consecuencias espirituales del pecado. Es decir que se nos devuelve al sentido común que supone la conversión como deseo constante y no sólo como resultado del mérito por un “buen comportamiento”. Esta tradición tiene raíces antiguas, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando las comunidades realizaban actos de penitencia para buscar reconciliación. Durante un Año Jubilar, como el Jubileo 2025, la indulgencia plenaria está más al alcance. Es una invitación a dejar atrás lo que nos aleja de Dios y a vivir una vida más renovada y comprometida con el amor y el servicio hacia los demás.
Pero esto ¿qué tiene que ver con un país como el nuestro , marcado por la inseguridad, la polarización política, la desigualdad y los efectos del cambio climático? Creo que mucho. De hecho el Jubileo nos llama a trabajar por la paz, la justicia y la reconciliación y creo que la encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco nos da pautas concretas para construir una “amistad social” que rompa las barreras de este tiempo polarizado y promueva la unidad. La polarización no solo afecta a la política o la sociedad en general, sino que también se manifiesta dentro de la Iglesia misma. En este contexto el diálogo y la fraternidad son esenciales para construir una paz duradera y probablemente podríamos empezar por generar espacios de encuentro en donde el diálogo espiritual ( me refiero a la metodología de discernimiento común ) el sentido común y el respeto a la dignidad humana tengan prioridad
En donde el riesgo de perdonar sea un proceso que incorpora la resistencia y el resultado sea humanizarnos cada vez más para promover sociedades justas.
La iglesia debería tener la capacidad de ser Puente y no hoguera de condenación. El Papa Francisco nos llama a ser “puentes” que unan comunidades, grupos políticos y sectores sociales.
Por otro lado el Papa destaca que no hay amistad social sin justicia para los más necesitados.
En un país fracturado por el enfrentamiento ideológico, la amistad social propuesta en Fratelli Tutti es una herramienta poderosa. Esto no significa que todos pensemos igual, sino que aprendamos a respetarnos y a trabajar juntos por el bien común.
Estos espacios no solo sanan heridas, sino que también fortalecen el tejido social y ayudan a superar la desconfianza que tanto afecta al país.
Conclusión: El Jubileo como oportunidad
Una de las más importantes herencias del pontificado del Papa Francisco es la invitación a vivir la sinodalidad como aquel hermoso proceso de ser aquel cuerpo en el que únicamente Cristo es la cabeza de la Iglesia y sus representantes son partes que tienen labores administrativas. De hecho, tal como lo dijo Monseñor Carlos Castillo, al inicio del año jubilar 2025, citando el poema de Madeleine Delbrêl: “Haznos vivir nuestra vida, no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula, no como un partido en el que todo es difícil, no como un teorema que nos rompe la cabeza, sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo, como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor”. Y la Sinodalidad es eso, un baile armónico que permite que todos entremos y nos dejemos llevar por esa armonía para llenar de esperanza a la humanidad, de cariño, de alegría, de inspiración.
A continuación, quisiera proponer 4 ideas clave sobre el Jubileo y la tradición de la Puerta Santa en relación con estos retos:
Probablemente para los que son menores de 40 años estos versos no suene a nada conocido, pero quizá los que pertenecen a mi generación, “new year’s day” de la banda irlandesa U2 sea un hit necesario y esperanzado de la nueva vida que empieza cuando el calendario cambie de papel y pase al 2025.
A los menores de 40 les quiero pedir que perdonen la osadía generacional.
El álbum “under a blood red Sky” de U2 de 1983 , grabado en vivo, que yo descubrí seis años después, marcó mi entusiasmo adolescente a ritmo de la lírica de Bono y the edge ( claro, todo esto matizado por el hisparock de todos los que fuimos adolescentes en los ochentas) Algunas décadas después me pregunto cuál era la novedad de jovenes de un país sumido en una terrible crisis económica y sus efectos para la vida ordinaria del Perú de los ochentas.
Supongo que la respuesta llegaría tres años después cuando en la voz de Gustavo Cerati todos anhelábamos un trato especial mientras contábamos “trátame suavemente”
Algunos años después, la incertidumbre creció y empezamos q intuir que cuando Cerati decía que “ la soledad se esconde tras tus ojos “ nos invitaba no sólo a imaginar una extraña canción de amor, sino a imaginar que todos podíamos ser sujetos de afecto, de amor y de confianza. “ no quiero soñar mil veces las mismas cosas, ni contemplarlas sabiamente, quiero que me trates suavemente”
Confianza, sí, dije confianza. Esa palabra que, según veo, es nuestro gran tema pendiente o nuestra materia desaprobaba.
La contemplación del nacimiento de Jesús, como propone San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, nos invita a participar activamente en la escena. Imaginamos a María, José y el Niño enfrentando el frío y la soledad del pesebre. Este ejercicio no es solo un acto de devoción, sino una interpelación: ¿Cómo respondemos al sufrimiento de las familias migrantes que hoy buscan un refugio? El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, nos recuerda que todos somos responsables del bienestar de los migrantes. La Navidad nos desafía a encarnar el amor en obras concretas: abrir nuestras puertas, construir redes de apoyo y abogar por políticas que promuevan la dignidad humana.
En América Latina, la fe de los migrantes es un testimonio vivo de la fuerza transformadora del Evangelio. Sus peregrinaciones recuerdan que todos somos peregrinos en este mundo, llamados a construir el Reino de Dios, un hogar donde nadie sea excluido, ni siquiera nuestros legisladores que nos regalan leyes para culpar a otros de lo que ellos o ellas no saben resolver.
A pesar de las dificultades, la migración también es fuente de esperanza. Los testimonios de quienes superan obstáculos y reconstruyen sus vidas son signos de la presencia de Dios en medio del dolor. Como lo expresa el relato de los magos en el Evangelio de Mateo, el camino puede ser incierto, pero la estrella que guía hacia el pesebre nunca deja de brillar.
¡Hola ! Bienvenidos a U R D P un podcast personal en que reflexiono sobre distintos temas de coyuntura cultural, eclesial y espiritual desde mi perspectiva, ignaciana, por supuesto.
Esta es la tercera parte de mi reflexión sobre la vitalidad de la Iglesia en Oriente y la posibilidad de tener un Papa de estas tierras. En esta ocasión, les traigo algo especial: una carta ficticia escrita por el misionero jesuita Matteo Ricci (Lì mǎ dòu) al Papa Francisco.
Ricci,un misionero católico jesuita, matemático y cartógrafo italiano es venerado en la Iglesia católica, habiendo sido declarado Siervo de Dios por el Papa Benedicto XVI. El 17 de diciembre de 2022 se le concedió el título de venerable con la aprobación del Papa Francisco.
Esta carta intenta ser una propuesta de reflexión sobre la realidad de la Iglesia y los retos del pontificado del Papa Francisco. De hecho fue creada con la ayuda de algunos programas de inteligencia artificial y creatividad propia, lo que nos invita a reflexionar sobre el papel de la tecnología en la reflexión teológica y la gestión de la Iglesia.
Esa charla fue breve, recuerdo que, torpemente le pedí que nos cuente ¿Qué fue de aquella teología de la liberación? Luego caimos en cuenta de mi torpeza, todos mis compañeros me miraron con sonrisas y yo, rojo de vergüenza, tuve que cambiar mi pregunta…. “ Perdona Gustavo… ¿Qué es la Teología de la liberación? Gustavo sonrío y nos explicó de qué se trataba.
Con el tiempo descubrí que mi pregunta, que parecía hablar del pasado, realmente quería hablar del presente, como un constante gerundio que me llevaba a preguntarme… ¿Y para mi, qué está siendo hoy la teología? Con el tiempo y los tropiezos, los aciertos, las horas de lectura y las charlas inacabables comiendo ceviches en el Agustino, masatos en Chiriaco o “Tinticos” en el Barrio de Buenos Aires, al sur de Bogotá, entendí que el discernimiento espiritual implica el mismo riesgo que supone querer liberar, liberarme liberarnos… No sabía cuánto me había marcado esa conversación y ahora entendía porqué un regalo que había recibido unos años antes en mi barrio limeño de breña, un Libro de Gustavo llamado “Beber en su propio Pozo”, era premonitorio de lo que luego me iba a apasionar tanto: La libertad humana. Todo eso, como es lógico, marcó un hito en mi camino vocacional.
La posibilidad de que el próximo Papa provenga de una nueva periferia, como Asia, representa una oportunidad única para la Iglesia Católica de ampliar su perspectiva y profundizar su compromiso con las realidades contemporáneas. Un Papa de estas características podría integrar las luchas sociales y culturales de los pueblos del Tercer Mundo, aportando una visión teológica más inclusiva y diversa. Este enfoque no solo enriquecería la doctrina de la Iglesia, sino que también fortalecería su relevancia en un mundo cada vez más globalizado y multicultural.
Al dar voz a las periferias históricamente marginadas, este liderazgo no solo reformaría las estructuras del Vaticano, sino que también respondería a las realidades de los oprimidos y promovería una mayor solidaridad a nivel mundial. En un mundo marcado por la desigualdad y la injusticia, un Papa con estas características podría guiar a la Iglesia hacia un futuro más inclusivo y comprometido con las causas de justicia social.
El legado de Francisco podría ser la preparación del terreno para una elección aún más disruptiva, como la de un Papa asiático. Esto reflejaría una Iglesia verdaderamente global y comprometida con los procesos de renovación iniciados hace un siglo en Shanghái.
Una reflexión sobre la coincidencia de la muerte de Alberto Fujimori y los terribles incendios en la PanAmazonia
Existe una máxima Ignaciana que, los que conocemos los Ejercicios de Ignacio de Loyola, intentamos aplicar en espacios de conversación; “todo buen cristiano ha de inclinarse más a salvar la proposición del prójimo que a condenarla” Sin embargo para que ello suceda será necesario que nos sentemos a conversar sin distorsiones ni manipulaciones ideológicas o religiosas. Seguramente el Dios de la vida que libera constantemente a su pueblo, seguirá invitándonos a liberarnos de futuras tentaciones absolutistas que no deshumanizan. Ojalá así sea.