Cristo venció al mundo y nos ofrece una calma profunda aun en medio de problemas. Su paz no es ausencia de conflictos, sino confianza en que Él gobierna.
La palabra “acampar” habla de permanencia, no de una visita pasajera. Significa que la presencia del Señor establece guardia, como un ejército que protege a Su pueblo.
Él se revela como “tu Dios”, cercano y comprometido contigo. No solo dice “no temas”, sino que asegura: te esfuerzo, te ayudo y te sustento. Estas tres promesas abarcan todas las áreas de la vida: fortaleza para seguir, ayuda en medio de las cargas y sustento que te mantiene en pie cuando tus fuerzas se acaban.
Estos dos Centuriones nos enseñan que Dios responde a la necesidad, pero también honra la búsqueda sincera. El milagro alivia por un momento; la revelación transforma para siempre.
onfiaba en que Dios cumpliría la promesa hecha a Abraham, y que Israel saldría algún día rumbo a Canaán. José no vio ese día, pero lo creyó tanto que dejó instrucciones.
¿Has estado sembrando con fe, sin ver resultados? ¿Te has sentido cansado en medio de tu obediencia? Este versículo es para ti. En Jesús, el Dios que hace nuevas todas las cosas, hay una aceleración espiritual que renueva lo que parecía estancado.
Un caballo no se acerca por amor o entendimiento, sino porque un freno en la boca le impone dolor si no obedece. El freno es un instrumento de control, una señal de que el animal no ha aprendido a ser guiado con suavidad.
por los justos. Murió por los culpables. Por los que han mentido, herido, abandonado, pecado… por todos nosotros. En nuestra peor condición, cuando no lo merecíamos ni lo buscábamos, Cristo ya estaba en camino al Calvario.
Sara se rió por dentro. No fue una risa de alegría, sino una risa de incredulidad. A sus ojos, la promesa de un hijo llegaba demasiado tarde. Ya no era el tiempo. Ya no había fuerza. Ya no tenía sentido. Pero Dios oyó esa risa silenciosa. Y en lugar de ignorarla o condenarla, hizo una pregunta poderosa: “¿Existe algo demasiado difícil para el Señor?”.
No importa el caos a tu alrededor, Dios sigue hablando. David no se dejó llevar por la presión ni por la emoción; esperó la voz de Dios. Y esa palabra cambió el destino del día.
Dios pregunta: “¿Vivirán estos huesos?”. Ezequiel no intenta responder con lógica humana. Se rinde a la soberanía de Dios: “Señor, tú lo sabes”. Y ahí comienza todo.
Cristo fue levantado ante los ojos del mundo. No hubo nada oculto. La redención fue visible, pública, gloriosa. El brazo de Dios fue revelado en Jesús, no con violencia, sino con un amor tan poderoso que venció al pecado y a la muerte.
Jeremías no niega el dolor, pero reafirma lo eterno: Dios sigue siendo suyo
La historia de Israel fue una constante entre el pecado del pueblo y la misericordia de Dios. Ellos olvidaron sus maravillas, fabricaron ídolos, desobedecieron su voz, pero el Señor jamás los borró de su memoria.
Nuestro orgullo muchas veces nos impide reconocer nuestra fragilidad, pero Jesús no busca personas fuertes, sino corazones rendidos.
Jesús mismo enseñó que cuando damos a uno de sus pequeños, lo hacemos con Él. Así que servir a los pobres es servir al mismo Cristo. Y en ese servicio hay recompensa,
Podemos haber tomado buenas decisiones por años, haber cultivado testimonio, y con una sola imprudencia. Una palabra mal dicha, un mal gesto, una decisión apresurada puede quebrantar la confianza de quienes nos rodean.
David no fue al campo de batalla confiando solo en su estrategia. Antes de enfrentar a los filisteos, consultó a Dios.
Dicen que orar no sirve, que creer es una pérdida de tiempo, que nuestras palabras son huecas. Pero hay una gran diferencia entre hablar por hablar y declarar una fe fundamentada en el Dios vivo.
Lo que el Espíritu Santo resalta en la lectura de hoy es algo simple pero glorioso: sirvió a su generación conforme a la voluntad de Dios.