
Sara se rió por dentro. No fue una risa de alegría, sino una risa de incredulidad. A sus ojos, la promesa de un hijo llegaba demasiado tarde. Ya no era el tiempo. Ya no había fuerza. Ya no tenía sentido. Pero Dios oyó esa risa silenciosa. Y en lugar de ignorarla o condenarla, hizo una pregunta poderosa: “¿Existe algo demasiado difícil para el Señor?”.