Este capítulo de Deuteronomio, se conoce como el pasaje de las leyes de la guerra. La batalla, es una constante a lo largo de toda la Palabra de Dios, porque es una realidad a lo largo de toda nuestra vida. Batallamos contra el infierno, contra el pecado y contra nuestra propia carne, nuestra tendencia a pecar.
Esta historia comienza en el capítulo anterior, cuando los espías que fueron a ver la tierra prometida, regresan con el informe de que es una tierra extraordinaria, pero está habitada por gigantes. El consejo de los espías es negativo, por lo que Moisés, Aarón, Josué y Caleb se angustian, al ver a Israel nuevamente cuestionar la Voluntad de Dios e irrumpen cortando el discurso de lo negativo, para declarar lo que está en el corazón de Dios.
Alguien dijo por allí con mucha razón, que no hay tiempo de oración en nuestras vidas mas intenso, que aquel que se desarrolla en tiempos de crisis o necesidad. En lo personal, creo que es verdad. Cuando vemos amenazada nuestra vida en alguna forma o en riesgo aquello que consideramos valioso, el clamor toma otra dimensión.
David supo de soledad. Pasó mucho tiempo de adolescente solo en los montes cuidando las ovejas de su padre y fue solo a enfrentar al gigante Goliat. Fue bendecido por Dios con victorias y reconocimiento de su pueblo, pero perseguido injustamente por Saúl, debió refugiarse solo en el desierto y finalmente llegó a una cueva, donde le unieron personas derrotadas y rechazadas por la sociedad de su época.
Las batallas son parte de la vida. Desearíamos vivir sin tener que enfrentar conflictos o tensiones de ningún tipo, sin embargo, la vida no funciona así. Este mismo concepto, se aplica para la vida del cristiano. Jesús mismo advirtió a sus discípulos, acerca de que en el mundo, encontrarían aflicción, pero Él venció y la misma victoria, podemos vivirla nosotros