En el año 1960, un avión DC-3 de la Misión Aérea de Sudán transportaba medicinas y alimentos a aldeas remotas cuando sufrió una falla en pleno vuelo. El piloto, Bill Cameron, misionero australiano, logró planear el avión y aterrizar de emergencia en una estrecha franja de tierra junto a un río. Ninguno de los pasajeros resultó herido y toda la carga llegó intacta.
Lo sorprendente es que, horas después, lugareños contaron que habían orado esa mañana pidiendo ayuda urgente, pues la aldea estaba al borde de quedarse sin suministros. El aterrizaje forzoso fue la respuesta inesperada: el avión quedó justo en el lugar donde más lo necesitaban.
Este hecho, registrado en los informes de la misión, sigue siendo un testimonio de que Dios puede usar incluso lo que parece un accidente para cumplir Su propósito. No siempre entendemos la ruta, pero podemos confiar en que el piloto de nuestra vida sabe dónde aterrizar. La Biblia dice en Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…” (RV1960).
En un vuelo internacional en 2018, un pasajero sufrió un grave ataque cardíaco a mitad del océano. Entre los pasajeros se encontraba el Dr. Zhang Hong, cardiólogo chino, quien no tenía a mano el equipo médico habitual. Usando pajillas, cinta adhesiva y una máscara de oxígeno, improvisó un dispositivo para mantener la respiración y circulación del paciente por más de siete horas, hasta que el avión aterrizó.
La situación exigía rapidez, creatividad y valentía. Zhang pudo haber esperado a que otros actuaran, pero entendió que el momento de ayudar era ese. Su acción salvó la vida del pasajero y mostró que, aun con recursos limitados, un corazón dispuesto puede hacer una diferencia eterna.
En nuestra vida espiritual, muchas veces nos encontramos “en vuelo”, sin todo lo que quisiéramos para ayudar. Sin embargo, Dios nos equipa con lo esencial: Su amor, Su Espíritu y oportunidades concretas para servir. La Biblia dice en 1 Juan 3:18: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (RV1960).
En el año 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, un joven británico llamado Nicholas Winton organizó una operación de rescate para salvar a niños judíos de Checoslovaquia. Con apenas 29 años y recursos limitados, logró coordinar trenes y permisos para llevar a más de 600 niños a salvo hasta Inglaterra. Uno de esos pequeños, con apenas seis años, lo llamó “el puente que me llevó de la muerte a la vida”.
Décadas más tarde, en un programa de televisión, Winton fue sorprendido al descubrir que estaba rodeado de adultos que él había salvado siendo niños. Todos se pusieron de pie y las lágrimas y abrazos llenaron la sala.
Dios nos llama a ser puentes entre la desesperanza y la salvación, entre el peligro y la seguridad. A veces ese puente se construye con palabras de ánimo, otras con acciones concretas y sacrificadas.Quizás hoy tengas la oportunidad de tender un puente para alguien que lo necesita. Hazlo, aunque no recibas reconocimiento inmediato. La Biblia dice en Proverbios 3:27: “No te niegues a hacer el bien a quien es debido, cuando tuvieres poder para hacerlo” (RV1960).
“¡No he tenido un buen día en mucho tiempo!” fue el comentario de un señor en el aeropuerto recientemente. Además, añadió: “Parece que hay más días malos que buenos”. Al escucharle, me puse a pensar en mi respuesta. Mi primera reacción fue decirle: “No hay días malos, solo días en los que necesitamos confiar más en Dios”. El señor me miró intensamente y pensé que mi comentario podría no haber sido bien recibido, pero luego me dijo: “Cuéntame de ese Dios, tal vez es lo que necesito”. Así empezó una conversación amena sobre la fe. Antes de abordar el avión, dijo: “Ya lo entendí, no hay días malos, solo días para aprender de Dios”.
La Biblia nos enseña que cada día es una oportunidad para confiar en Él, porque Sus misericordias se renuevan cada mañana, y Su amor nunca se agota. Cada día nos brinda nuevas oportunidades y desafíos que nos acercan más a Dios.
¿Recibirás cada día como un regalo de Su parte? Recuerda, no hay días malos, sino lecciones diarias de Su amor y fidelidad. La Biblia dice en el Salmo 23:6, “Ciertamente tu bondad y tu amor inagotable me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor viviré por siempre” (NTV).
En un concurso de arte, se pidió a los participantes que ilustraran la paz. La mayoría pintó paisajes tranquilos, pero la obra ganadora mostraba una tormenta feroz, con rayos y vientos y un pequeño nido protegido por una roca donde un pájaro descansaba en calma. Esa es la paz verdadera: no la ausencia de problemas, sino la confianza en Dios en medio de ellos.
Dios nos promete una paz que sobrepasa todo entendimiento, una paz que no depende de nuestras circunstancias. Cuando entregamos nuestras cargas a Él y confiamos en Su soberanía, podemos experimentar tranquilidad, incluso en las situaciones más caóticas.Entonces, ¿qué tormentas estás enfrentando hoy? Lleva tus preocupaciones a Dios en oración y permite que Su paz guarde tu corazón y mente. Descansa en la seguridad de que Él está en control. La Biblia dice en Filipenses 4:7: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (RV1960).
¿En quién o en dónde pones tu mirada? Hay personas que ponen su mirada en las cosas pasajeras, en los problemas del día a día, en las circunstancias adversas, en los recursos, en las relaciones, en sus tantas ocupaciones, en fin, en muchas cosas que roban el enfoque y la dirección. La expresión “poner la mirada” significa poner el enfoque.
Se ha comprobado que donde se pone el enfoque, consciente o inconscientemente, es hacia donde eventualmente se avanza y se suele llegar. Alguien bien lo dijo: “Enfócate en lo que deseas y verás llegar las oportunidades”. El poner los ojos en lo correcto determina mucho de nuestra realidad. El enfoque es entonces una habilidad que puede convertirse en un hábito por medio de la práctica y el control. Pero, ¿qué tal si te enfocas no solo en lo temporal, sino también en lo eterno, en lo trascendente y en lo duradero? ¿Qué tal si te enfocas no solo en algo, sino en alguien? ¿Qué tal si te enfocas en Jesús?
Te aseguro que si te enfocas en Jesús, tu vida tendrá significado, trascendencia y llegarás a vivir por la eternidad. La Biblia dice en Hebreos 12:2, “2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (RV1960).
En 2015, tras un devastador terremoto en Nepal, gran parte del sistema de agua potable colapsó. Sin embargo, en el distrito de Sindhupalchok, un pozo cavado por misioneros cristianos décadas antes seguía funcionando. Mientras los manantiales naturales fallaban, ese pozo sostenía a cientos de familias. El alcalde local lo describió como “una fuente de vida escondida para tiempo de necesidad”. El hecho fue reportado por múltiples medios de comunicación.
Cuando todo colapsa, lo que permanece es lo que ha sido cavado con profundidad. Así también, una vida anclada en la Palabra y la oración resiste terremotos emocionales, espirituales y físicos.
Tal vez hoy tu entorno se ha derrumbado. Pero si tu pozo está fundado en Cristo, aún puedes sacar vida. Aunque haya silencio en la superficie, la gracia fluye en lo profundo.
La Biblia dice en Juan 4:14: “...el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (RV1960).
Durante la Guerra de Vietnam, el capitán Gerald Coffee pasó más de siete años como prisionero de guerra en la tristemente célebre prisión de Hoa Lo, conocida como el “Hanoi Hilton”. En su celda, talló una pequeña cruz en la pared con un fragmento de metal. Esa cruz se convirtió en su ancla espiritual. Años después, al ser liberado, relató su historia en su libro Beyond Survival y en conferencias internacionales.
La cruz no estaba en una iglesia, ni en su cuello, sino grabada en la soledad de una celda. Aun en el cautiverio, Dios estaba presente. No hay lugar donde la cruz de Cristo no pueda ser plantada como en la cárcel, en la enfermedad o en la ansiedad.
Tú también puedes tallar una cruz en medio de tu oscuridad. No como símbolo de derrota, sino de esperanza. La cruz no solo recuerda lo que Cristo sufrió, sino lo que venció.La Biblia dice en 1 Corintios 1:18: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan… es poder de Dios” (RV1960).
Helen Keller, nacida en 1880, quedó sorda y ciega a los 19 meses. Sin embargo, gracias a su maestra Anne Sullivan, aprendió a leer, escribir y hablar con la ayuda del alfabeto manual. Keller llegó a graduarse con honores en la universidad y se convirtió en autora, conferencista y defensora de personas con discapacidad. En su autobiografía y discursos afirmó: “Aunque mis ojos no pueden ver, mi alma sí canta”.
Su historia, documentada por múltiples biografías y reconocida internacionalmente, es un testimonio de que las limitaciones no determinan el valor, ni impiden el propósito de Dios. Helen no escuchaba melodías, pero su vida fue una sinfonía de impacto.
Quizá tú sientes que has perdido algo esencial: visión, fuerza, relaciones. Pero aún puedes cantar con el alma. Dios no necesita todos tus sentidos para usarte. Solo un corazón dispuesto.La Biblia dice en Isaías 42:16: “Guiaré a los ciegos por camino que no sabían… delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz” (RV1960)
Durante la Segunda Guerra Mundial, un piano Steinway fue encargado especialmente por el ejército estadounidense para ser enviado a las tropas en el Pacífico. Construido en 1942 con materiales resistentes y sin partes metálicas que pudieran oxidarse, este piano sobrevivió condiciones extremas en zonas de combate. Fue transportado por paracaídas, usado en hospitales de campaña, y se convirtió en símbolo de consuelo en medio de la guerra. Hoy está preservado en el Museo de Steinway & Sons en Nueva York.
Este instrumento no tocaba conciertos glamorosos, sino melodías de consuelo entre soldados heridos y médicos agotados. La música no eliminaba el dolor, pero lo abrazaba. El piano sobrevivió, no porque fue protegido, sino porque fue usado.
Así también, tu vida tiene un propósito en medio del campo de batalla. Aunque golpeado por circunstancias, Dios puede usarte para traer armonía en medio del caos. Tu fidelidad suena en el cielo, incluso si nadie aplaude aquí. La Biblia dice en 2 Corintios 4:7: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (RV1960).
En el año 1914, un soldado británico llamado Private Thomas Hughes escribió una carta a su esposa antes de morir en la Primera Guerra Mundial. La colocó dentro de una botella y la lanzó al mar mientras navegaba hacia Francia. La botella fue hallada por un pescador noruego ¡85 años después! La hija del soldado, que nunca conoció a su padre, recibió la carta en 1999. Este hecho fue reportado por la BBC y otros medios internacionales.
Una carta lanzada al mar sin garantía de destino, encontró su camino casi un siglo más tarde. Así también es la oración: la lanzamos al “mar de lo invisible”, confiando en que Dios sabrá cuándo y cómo responder. Aunque pasen años, nada de lo que confías al cielo se pierde.Tal vez hoy te sientes como esa botella: a la deriva. Pero Dios sabe exactamente dónde estás y cuándo hará que tus oraciones lleguen al “puerto” adecuado. Él no olvida tu clamor, ni tu fe. La Biblia dice en Apocalipsis 5:8: “…tenían copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (RV1960).
En el año 1940 cuando en el pequeño pueblo de Le Chambon-sur de Lignon en Francia, un pastor protestante llamado André Trocmé lideró a su comunidad para esconder a miles de judíos perseguidos por los nazis. Bajo la ocupación alemana, este pueblo rural ofreció refugio, alimentos y documentos falsos a quienes huían del Holocausto. En sus memorias, Trocmé escribió: “No sabemos hasta cuándo podremos protegerlos, pero mientras lo podamos hacer, lo haremos en el nombre de Cristo”. Este hecho fue reconocido por Yad Vashem, el memorial del Holocausto en Israel ha sido documentado por múltiples historiadores.
Le Chambon no tenía grandes recursos, pero tenía compasión. Sus habitantes eligieron obedecer la conciencia en lugar del miedo. No solo protegieron a los inocentes, sino que reflejaron el carácter del Evangelio: hospitalidad valiente, amor práctico y fe sin excusas.
Hoy tal vez tú no escondes fugitivos, pero puedes abrir tus puertas al que sufre, al que duda, al que necesita consuelo. La verdadera fe no solo se predica: se vive con actos concretos de misericordia. La Biblia dice en Hebreos 13:2: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (RV1960).
En el año 2006, en Pensilvania, un niño de 9 años llamado Tyler Doohan murió salvando a seis miembros de su familia en un incendio. Entró y salió varias veces de la casa en llamas, guiando a sus familiares hacia la salida. Su último intento fue para buscar a su abuelo discapacitado. Ambos murieron juntos. El departamento de bomberos local lo honró como un verdadero héroe.
Tyler no tenía entrenamiento, ni fuerza, ni edad para asumir tal responsabilidad, pero sí tenía amor. El amor lo impulsó a arriesgarlo todo por otros. Así también el Señor Jesús dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”.
Hoy, el amor verdadero no siempre requiere morir, pero sí entregarse. Se entrega en tiempo, en perdón, en servicio. No subestimes tu capacidad de marcar vidas cuando actúas con amor.
La Biblia dice en Juan 15:13: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (RV1960).
Durante la Segunda Guerra Mundial, el teniente alemán Friedrich Lengfeld se convirtió en símbolo de humanidad en medio del conflicto. En 1944, mientras luchaba escuchó a un soldado estadounidense herido clamando desde el campo minado. Contra las órdenes, salió desarmado para intentar salvarlo. Fue alcanzado por una mina y murió en el intento. Décadas más tarde, veteranos americanos erigieron un monumento en su honor, el único dedicado a un soldado enemigo en un cementerio estadounidense.
Lengfeld no salvó al herido físicamente, pero salvó su dignidad. Su acto trasciende banderas: es un reflejo de lo que significa “amar al enemigo”. El Señor Jesús lo dijo con claridad: “Ama a vuestros enemigos”.
Amar cuando es fácil no revela el corazón de Dios. Amar al adversario, orar por el que te hiere, servir al que no lo merece… ahí comienza el milagro. Quizás hay alguien hoy que no espera amor de ti, pero sí lo necesita.
La Biblia dice en Mateo 5:44: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen…” (RV1960).
Durante el llamado Blitz en Londres entre 1940 y 1941, los bombardeos alemanes destruyeron gran parte de la ciudad. En medio del caos, muchos negocios cerraron. Sin embargo, panaderos locales, como los documentados por el Imperial War Museum, decidieron seguir horneando de madrugada para proveer alimento a soldados y civiles. Uno de ellos dijo: “Mientras haya pan, habrá esperanza”.
En tiempos de guerra, seguir con lo cotidiano puede parecer insignificante. Pero cuando lo cotidiano se hace con fe, se vuelve sagrado. También hoy, tu oración silenciosa, tu servicio fiel, tu trabajo escondido es pan que sostiene a otros. El apóstol Pablo lo dijo claro: no nos cansemos de hacer el bien, aunque nadie lo vea.
Quizá sientes que tu esfuerzo espiritual es invisible o inútil. No lo es. Dios está usando tu fidelidad como alimento para otros. Cada acto de obediencia es un pan recién salido del horno del Espíritu. Sigue sembrando.La Biblia dice en Gálatas 6:9: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (RV1960).
Pocas escenas bíblicas son tan conmovedoras como la de Pedro negando al Señor Jesús. Mientras el gallo cantaba, el evangelio de Lucas relata que “el Señor se volvió y miró a Pedro”. No fue una mirada de condena, sino de amor y verdad. Fue esa mirada la que quebró a Pedro por dentro. Lloró amargamente, no porque fuera descubierto, sino porque fue recordado de su promesa, de su orgullo y de la gracia que vendría.
Esa mirada sigue alcanzando a los que han fallado. No fue el fin de Pedro, sino el comienzo de su restauración. Días después, el Cristo resucitado lo buscaría, lo perdonaría y lo restauraría públicamente preguntándole: “¿Me amas?”. El pescador temeroso se volvió predicador audaz.
Quizás tú también sientes que has fallado. Pero el Señor aún te mira, no para rechazarte, sino para llamarte de nuevo. Su mirada te alcanza, no para herirte, sino para sanarte. Hoy puedes responder como Pedro: no con excusas, sino con amor quebrantado.
La Biblia dice en Lucas 22:61: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor… y saliendo fuera, lloró amargamente” (RV1960).
En el año 1914, el explorador británico Ernest Shackleton lideró la expedición Endurance hacia la Antártida. Su barco quedó atrapado en el hielo y se hundió. Durante meses, la tripulación sobrevivió en condiciones extremas. Shackleton y cinco hombres cruzaron 1,300 km en un pequeño bote, guiados por un compás y las estrellas. Finalmente, regresó por su equipo y no se perdió ni una vida. Esta hazaña es considerada una de las más grandes historias de liderazgo y perseverancia.
En momentos de tormenta, lo que marca la diferencia no es el tamaño del barco, sino la dirección del compás. Y si nuestro corazón apunta a Cristo, incluso en el naufragio hay esperanza.
Tal vez no entiendes lo que estás enfrentando, pero si te orientas por la Palabra, llegarás a buen puerto. Dios no falla en navegación. Sigue adelante, aunque solo veas niebla. La Biblia dice en Salmos 119:105: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (RV1960).
Durante la Segunda Guerra Mundial, Helena, una joven polaca profundamente creyente, escribió en su diario: “El sufrimiento no apaga la luz, la intensifica”. Vivía rodeada de escasez, miedo y violencia, pero su fe la mantenía firme. Años después, sus escritos serían conocidos en todo el mundo como testimonio de esperanza en medio de la oscuridad.
Su historia refleja una verdad espiritual profunda: cuando todo a tu alrededor se apaga, lo que Dios ha encendido en tu interior sigue brillando. No necesitas una vida sin pruebas para reflejar la gloria de Dios. De hecho, la fe resplandece mejor cuando la noche es más oscura.
Hoy, si te encuentras en una etapa difícil, recuerda que tu luz puede ser guía para otros. No la apagues. No te escondas. Dios brilla en ti. La Biblia dice en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (RV1960).
En el año 2014, en Turkana, al norte de Kenia, miles sufrían una sequía severa. Pero una exploración satelital reveló algo inesperado: bajo la tierra reseca se escondía un enorme acuífero. Lo llamaron el “pozo perdido”. En medio del desierto, brotó agua. Comunidades enteras florecieron nuevamente. Lo que parecía una tierra muerta escondía una fuente de vida. Esta historia fue registrada por la UNESCO y medios internacionales.
En nuestra vida, también hay temporadas secas. Momentos en los que oramos y sentimos silencio. Donde servir a Dios parece pesado y avanzar, imposible. Pero debajo de esa sequía, hay depósitos de gracia listos para ser activados.
No vivas solo en la superficie. Cava más profundo en oración, en la Palabra, en fe. Lo que hoy ves como desierto, mañana puede ser huerto si no te rindes.
La Biblia dice en Isaías 41:18: “En las alturas abriré ríos, y fuentes en medio de los valles... y pondré en el desierto fuentes de aguas” (RV1960).
En el año 1992, la atleta canadiense Silken Laumann sufrió una lesión devastadora que casi la deja fuera de las Olimpiadas. Su pierna fue gravemente dañada en un accidente de entrenamiento, pero semanas después, regresó a competir y ganó medalla de bronce en Barcelona. En entrevistas, dijo: “Mi cuerpo no era perfecto, pero mi corazón sí estaba listo”. Su historia fue registrada por la prensa internacional como un testimonio de resiliencia.
También en la vida cristiana, muchas veces no llegamos con todas las fuerzas, pero sí con el corazón dispuesto. Dios no busca atletas espirituales sin cicatrices, sino personas que aún heridos, siguen remando.
Quizás hoy sientes que apenas avanzas. Pero cada remada en fe, aunque lenta, te acerca a la meta. Dios no te mide por velocidad, sino por fidelidad. No te rindas. Remar con lágrimas también cuenta como adoración. La Biblia dice en Filipenses 3:14: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (RV1960).