Una madre de agenda saturada decidió reservar quince minutos diarios para una cita con Dios con la Biblia abierta, una libreta y una taza de café. No era un retiro de fin de semana, ni una madrugada heroica; era constancia. Al principio le costó por la tentación de revisar mensajes “rápidos” o la culpa de no hacer más, pero también entendió que el alma no se alimenta por la acumulación ocasional, sino por pan cotidiano. Con el tiempo, esos quince minutos ajustaron su ánimo, afinaron su oído y reordenaron su día.
Así también nosotros. El mundo nos empuja a correr, pero el Señor Jesús nos invita a permanecer. Por lo tanto, agenda tu cita: elige un lugar, un horario realista y un plan sencillo (lee un Salmo, un pasaje del Evangelio y anota una oración). Como resultado, cuando la prisa toque a la puerta, recuérdale que tu prioridad es escuchar primero la voz de Dios.
La fidelidad no se mide por rachas extraordinarias, sino por pasos pequeños y constantes. Además, comparte lo que aprendas. Por ejemplo, una frase con tus hijos, una promesa con un amigo o una oración por tu equipo. La Palabra ingerida en secreto producirá fruto en público.
La Biblia dice en Mateo 4:4: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (RV1960).