De un gran amigo
Oscar Meza una gran carta
educada, inteligente, sensible, poderosa.
Carta a una narcisista.
Querida Claudia.
Hoy elijo despedirme de ti de lo bien que la pasábamos cuando todo estaba bien. También me despido de las dudas que me creabas....
De lo pequeño que me hacías sentir de cómo siempre volteabas las cosas para que de alguna manera terminara siendo mi culpa!!!
Hoy elijo despedirme de lo poco que me sentí apoyado, querido o respetado por ti...
Me despido de este ciclo de manipulación en donde un día me amabas y era lo mejor que te había pasado en la vida y al otro día me lastimabas sin piedad!!!!
Me despido de la ansiedad y el dolor en el pecho que me generaba cada que te alejabas de mí....
Hoy entiendo que no sabes empatizar y que tu capacidad para amar está fragmentada por tu gran necesidad de ser admirada!!!
Me costó mucho tiempo abrir los ojos por más que todo mundo me decía que despertara no quería, más bien no podía...
Hoy me desprendo del dolor que es el único sentimiento que me queda por ti
Me despido de ti para seguir aprendiendo a poner límites y amarme y respetarme como nunca antes lo hice...
Nada te debo...
Nada me debes...hoy, soy hombre libre.
Estamos en paz.
Oscar Meza
Mi plan es envejecer sin dignidad. Seré uno de esos viejos ridículos que se tiñen el pelo y van a las discotecas a corretear jovencitas.
Yo no soy equilibrado ni tranquilo; llevo una vida enloquecida.
Por suerte existe el Arte. Si no, seríamos asesinos en serie, violadores y degenerados.
Pelearé hasta el último segundo y mi epitafio será: No estoy de acuerdo.
Lo que más me molesta en mi vida es saber que mi madre se acostaba con un policía.
Los gimnasios están llenos, las librerías siguen vacías.
No existe una vida mas lujosa que la de vivir sin teléfono y coche.
Los vicios de sexo no son vicios.
Soy muy aprensivo, me masturbo con preservativo por que hay mucho SIDA.
Tengo afición a ser amante.
Mi única creencia es en la Diosa Razón.
Los hombres engañan más que las mujeres; las mujeres, mejor.
La poesía huye, a veces, de los libros para anidar extramuros, en la calle, en el silencio, en los sueños, en la piel, en los escombros, incluso en la basura.
Donde no suele cobijarse nunca es en el verbo de los subsecretarios, de los comerciantes o de los lechuguinos de televisión.
A menudo los labios más urgentes no tienen prisa dos besos después.
Yo soy heterosexual muy a mi pesar.
Lo único que le debemos a Colon es que trajera el tabaco a España.
Bailar es soñar con los pies.
Yo siempre quise ser Peter Pan, y a basa de irresponsabilidad lo estoy consiguiendo.
Hay que condenar todas las muertes, incluso la natural.
Estoy escribiendo mas que nunca, supongo que es por que follo menos que nunca.
Para los grupos españoles que cantan en ingles debería existir la pena de muerte.
Soy muy mal novio, un pésimo amante y peor marido. Pero un estupendo amigo.
Joaquin Sabina
500 AÑOS DE TRISTEZA.
Vinieron por el litio y el gas en Bolivia.
Antes por el oro del Perú y la plata de Potosí.
Las bananas de centroamérica.
El caucho del amazonas, el petróleo de Venezuela
El azúcar y el tabaco de cuba.
El café de Colombia.
El cobre de Chile
Los peces de la plataforma.
Las ovejas de la patagonia trágica.
Los lagos y el paraíso del sur con un millón de hectáreas.
Vinieron por los aztecas, los mayas, los incas, los mapuches, los guaraníes, los quechua y aymaraes.
Por los negros de piel esclavizada, por los brazos de los blancos de un suburbio industrial de latinoamérica.
Quieren el agua de la Antártida y del acuifero guaraní.
Se llevaron la tierra, el agua, los lagos, los ríos, los mares, los arboles y TANTAS VIDAS.
Trajeron infiernos, explotación, llanto y hambre.
Explicadas por las posverdades de un mundo de pocos, los mefistofélicos, exultantes de odio y vanidad, de armas poder.
500 años de tristeza para un pueblo alegre, pleno de trabajo, deseo y esperanza. Perseguido, asesinado, humillado, desocupado, mal comido.
Temo por la condición humana. Por la identidad de nosotros. Por la persistencia del odio como sistema.
Están transformando a la tierra en un campo de exterminio violento y con armas , a veces, y sutil siempre sin pan para muchos.
Nicolás Guillén.
Me casé con mi vecino de 80 años para que no lo pusieran en una residencia de ancianos
“¿Has perdido completamente la cabeza, Mariana? ”
Mi hermana casi escupe su café cuando se lo dije.
"¡Tiene ochenta! ”
"Ochenta y dos", corregí, con calma revolviendo mi té.
"Y antes de que empieces a gritar de nuevo, déjame explicarte. ”
Todo empezó hace tres meses, cuando vi a los niños de Don Ernesto dando vueltas por su casa con volantes para residencias de ancianos. Los conocía de vista: aparecían cada seis meses para asegurarse de que su padre todavía estaba vivo y luego desaparecieron de nuevo. Esa tarde, escuché la discusión desde mi balcón.
"Papá, ya no puedes vivir solo. Tienes ochenta y dos. ”
"Tengo ochenta y dos, no ochenta y2 dolencias", respondió Ernesto, su voz como papel de lija mojada en miel. "Hago mi propio desayuno, camino al mercado, y anoche vi tres episodios de esa serie del cartel de la droga sin dormirme. Estoy perfectamente bien. ”
“Pero, papá—”
“Sin peros, Osvaldo. Ve a contar mi dinero imaginario con tu hermana y déjame en paz. ”
Esa tarde, don Ernesto llamó a mi puerta. Tenía una botella de vino y una cara como un funeral.
“Mariana, necesito preguntarte algo muy extraño. ”
Dos vasos después, me había pedido matrimonio.
"Solo en el papel", explicó, las manos tocando. "Tú tienes treinta y ocho, yo ochenta y dos. Mis hijos no pueden arrojarme a un hogar si estoy casado y mi esposa vive conmigo. Legalmente, sería complicado. ”
"Don Ernesto, esto suena como la trama de una mala película. ”
"Lo sé, lo sé. Pero Mariana, ese lugar... He estado allí. Huele a desesperación y repollo hervido. Todavía puedo vivir mi vida. Solo necesito... Un escudo legal. ”
Lo miré a los ojos - todavía azul brillante - y pensé en mi apartamento vacío, mis cenas solos frente a la televisión, y cómo este vecino gruñón era la persona con la que más hablaba cada semana.
"¿Y qué hay en esto para mí? "pregunté.
"¿Además de mi encantadora compañía? Pagaré la mitad de las cuentas. Cocinaré los domingos. Y... ¿Compañerismo? Ambos nos sentimos bastante solos. ”
Tres semanas después, nos casamos en el ayuntamiento. Llevaba un vestido de marfil que ya tenía en el armario, llevaba su mejor traje, oliendo a bolas de naftalina y viejas victorias. Nuestros testigos fueron la señora del quiosco y su marido, que no pudieron dejar de reír durante la ceremonia.
"Puedes besar a la novia", dijo el secretario con una media sonrisa.
Don Ernesto me besó en la mejilla, sonaba como si abriera un sobre.
"Esta es la cosa más rebelde que he hecho desde el 68," susurró.
La vida de casado resultó ser... Sorprendentemente agradable. Ernesto — Empecé a llamarlo así— era obsesivamente ordenado y se levantaba a las seis cada mañana para hacer ejercicio (cinco flexiones y un paseo por el parque). Estaba hecho un desastre, trabajando hasta tarde como diseñador gráfico y tomando café frío para el desayuno.
"Mariana, eso no es café, es jarabe de insomnio", se quejaba cada mañana.
"Ernesto, eso no es ejercicio, eso es un insulto a la fitness", contestaría yo viéndolo hacer flexiones a cámara lenta.
Pero hubo momentos dulces. Los domingos, mantuvo su promesa: cocinó un estofado que sabía exactamente como el domingo. Me contó historias de su juventud, su difunta esposa, sus hijos, cuando lo visitaban por amor, no por obligación.
"¿Sabes qué es lo peor de envejecer, Mariana? No es el dolor de rodillas o la memoria borrosa. Es cuando la gente deja de verte como una persona y empieza a verte como un problema a resolver. ”
Le conté sobre mis proyectos, mis plazos imposibles, mi familia preguntándose por qué todavía estaba soltero a los treinta y ocho.
"Bueno, técnicamente ya no lo eres", sonreía. "Eres una mujer casada con excelente gusto para maridos maduros. ”
Osvaldo y su hermana Beatriz aparecieron un mes después de la boda, furiosos.
"¡Esto es fraude! ¡Te aprovechaste de nuestro padre! ”
"Osvaldo", dije con calma, "tu padre está aquí, no en coma. Puede hablar por sí mismo. ”
—Hoy te encenderé —dijo el fósforo.
La vela, asustada, respondió:
—¡No! Si me enciendes, me consumiré. Mis días estarán contados…
El fósforo se quedó en silencio por un momento, y luego preguntó:
—¿Prefieres vivir toda tu vida así? ¿Dura, fría… y sin haber brillado nunca?
—Pero encenderme duele… y me desgasta —murmuró la vela.
—Sí, duele. Y sí, te consumirá… —dijo el fósforo—. Pero fuimos creados para eso. Yo nací para encender, y tú naciste para dar luz.
—Mi llama es breve, pequeña… pero si te la paso, habré cumplido mi propósito.
La vela lo miró, conmovida… y justo cuando la llama del fósforo estaba por apagarse, le dijo:
—Por favor… ¡enciéndeme!
Y así nació una llama brillante. Hermosa. Una llama que iluminó el lugar… porque la vela entendió que su verdadero valor no era permanecer intacta, sino brillar.
A veces, ser luz duele. Pero también transforma.
A veces, dar lo mejor de ti significa entregarte, aunque eso consuma parte de tu alma.
Porque fuimos hechos para iluminar. Para tocar otras vidas. Para hacer del mundo un lugar menos oscuro.
Recuerda:
"Mar calmo no hace buenos marineros.
Y corazones intactos, rara vez dan calor."
Brilla. Y al que le moleste… que se tape los ojos.
La Estatua de la reina Zenobia sentada en un trono mirando al este de Roma en medio del mar Mediterráneo, cerca de la antigua ciudad portuaria de Ugarit en Latakia, Siria.
Zenobia, la reina que superó a Cleopatra:
Zenobia fue una reina siria (240 - 274 d.C.). Después de la muerte de su marido, se convirtió en una poderosa líder y militar por derecho propio, y conquistó Egipto y gran parte del Imperio Romano de Oriente.
Descendiente de varios antepasados reales, Zenobia se convirtió en reina del Imperio Palmireno como segunda esposa del rey Septimio Odaenato. Cuando él fue asesinado, ella ejecutó a su asesino y se convirtió en la nueva gobernante con su hijo pequeño. Mujer de amplia educación, protegió tanto a judíos como a “herejes” como reina.
En 269, desafió a Roma conquistando Egipto y derrotando al prefecto romano Tenagino Probus. Luego se proclamó reina de Egipto y conquistó partes de Anatolia (la actual Turquía), Siria, Palestina y el Líbano, arrebatando a los romanos rutas comerciales vitales. En 274, fue derrotada por las fuerzas del emperador romano Aureliano y llevada como rehén a Roma.
Zenobia, que apareció con cadenas de oro en el desfile triunfal militar de Aureliano, fue liberada por el emperador, quien le concedió una elegante villa en Tibur (la actual Tívoli, Italia). Se convirtió en una destacada filósofa, socialité y matrona romana. Varios romanos notables se cuentan como sus descendientes, y ella ocupa un lugar destacado en la literatura posterior hasta la actualidad.
Vida temprana y familia:
Zenobia nació y creció en Palmira, Siria. Su padre, Zabaii ben Selim, también llamado Julio Aurelio Zenobio, era un caudillo de Siria, y su madre pudo haber sido egipcia. El gentilicium de su padre, Aurelio, muestra que sus antepasados paternos probablemente recibieron la ciudadanía romana bajo el emperador romano Antonino Pío (que reinó entre 138 y 161), Marco Aurelio (que reinó entre 161 y 180) o Cómodo (que reinó entre 180 y 192).
Zenobia nació con el nombre de Iulia (Julia)
Aurelia Zenobia. Su nombre completo en árabe es al-Zabba’ bint Amr ibn Tharab ibn Hasan ibn ‘Adhina ibn al-Samida, comúnmente abreviado como Al-Zabba’. En griego, su nombre se traduce como Ζηνοβία y en español, se la conoce como Xenobia o Zenobia. Después de su matrimonio, se la conocía como Septimia Zenobia, en referencia a su esposo, Septimius Odeenathus. En los documentos oficiales, se la nombra Bat-Zabbai (hija de Al-Zabba’).
Se la describía como hermosa e inteligente. Tenía una tez oscura, dientes blancos perlados, ojos negros brillantes que brillaban y un rostro hermoso. Zenobia y su madre se llamaban Al-Zabba’, que significa “la de cabello largo y hermoso”. Zenobia poseía una voz fuerte y melódica y muchos encantos. Ella era una mujer culta y sabía griego, arameo, egipcio y latín. Algunas fuentes informan que también recibió una educación judía y pudo haber sido judía en cierto sentido. Estaba muy interesada en la historia y conocía las obras de Homero, Platón y otros escritores de Grecia. También disfrutaba cazando animales y bebiendo.
En 269, Zenobia, su ejército y el general palmireño Zabdas conquistaron Egipto violentamente con la ayuda de su aliado egipcio, Timagenes, y de su ejército. El prefecto romano de Egipto, Tenagino Probus, intentó expulsarlos de Egipto, pero el ejército de Zenobia lo capturó y lo decapitó. Luego se proclamó reina de Egipto.
Voz Victor Rodriguez Escalona
Voz Victor Rodriguez Escalona
¡¡MÍ MEDICINA!!
Eres el vicio de salud y vida,
Tu risa, mi sol, mi endorfina.
Me encumbro llevarte medicina
En los magicos dias de serotonina.
Feliz de tener terapia en dardos de besos.
La dopamina, a cada pliegue de tu anatomia.
Perder miedo al dolor con el sedante de tu piel.
Lograr tener oxitocina al calor, de tus abrazos.
Tu nombre es receta medica de supervivencia.
El resplandor tu sonrisa, sutura mi herida alma.
Tu regazo tiene analgesico eficaz del corazón.
Vitamina "D" es exponerme ante tu mirada.
Entre tus dedos fluye la sal, de mis deseos
¡¡Ir por ti aumenta el ritmo cardiaco !!
Entonces eres neumonia quitando el aliento.
Eritrocito recorriendo todo el cuerpecito.
En tu almohada germinan todos mis sueños
En el viento el eco de su voz, llamandome.
Su silueta tras la cortina la octava maravilla.
Derechos Reservados
Autor: Raúl Bautista Monzón
Huamachuco-Perú
EL MANIFIESTO DE TEPOZTLAN
Daniel Ruzo.
Por más de 25 años que visito el valle sagrado de Tepoztlán, un lugar investigado a profundidad por el investigador peruano Daniel Ruzo de los Heros. Su trabajo es mencionado y destacado por Louis Pauwels en su libro El retorno de los brujos.
De acuerdo a sus investigaciones en la zona del estado de Morelos en su valle sagrado, se resguardan pistas sobre pasado y futuro de la humanidad.
El manifiesto dice:
Estas palabras pretenden reunir espiritualmente a los seres humanos que están ya convencidos:
De que una humanidad tan importante como la nuestra, "fue raída de la faz de la tierra", por el desplazamiento de la aguas del planeta.
De la necesidad de ubicar los bosques sagrados, las montañas, las cavernas subterráneas, donde esa humanidad utilizó las fuerzas cósmicas y telúricas para devolver a la humanidad el equilibrio físico y sociológico.
De la necesidad de descubrir y habilitar esas cavernas , que hicieron posible durante el cataclismo de Noe , la salvación de algunos de los grupos humanos escogidos y entrenados para realizar una misión: la salvación en ellos de la simiente humana.
De la necesidad de salvar los mitos y leyendas de los conjuntos simbólicos de las concepciones de los libros sagrados: la revelación tradicional, que heredamos y debemos entregar a la humanidad.
Solamente esta unión para tan altos fines puede dar sentido a nuestras vidas ante catástrofes cíclicas inevitables .
Durante años en las experiencias de contacto ELLOS me mencionaban ; su relación y nuestro futuro encuentro con los guardianes de oriente. Que en México se detonarían esos lazos de culturas perdidas ,su relación con las Pléyades, la Osa Mayor pero el papel de Orión nos daría otro tipo de respuestas. Mas tarde mi maestro espiritual Don Antonio Velasco Piña me revelaría la importancia de el siguiente Municipio que seria Amatlán, como el lugar punto de encuentro con las energías espirituales de México.
Tepoztlán y Amatlán sintérgicos diría el Dr. Jacobo Grinberg
Po eso seguimos asistiendo a Tepoztlán y sus alrededores, encontrando sus marcas como los rostros corazón y las pinturas rupestres de manos de 6 dedos.
Porque al igual que la zona de lo Terrones de Argentina, del mítico Cerro Uritórco aparecen las luces de plasma, entidades de conciencia que habitan aquellas cavernas. Tal como lo documentara el místico Ángel Cristo Acoglianis
Leo Bardo Peña
Nació en un mundo que tenía ideas muy concretas sobre lo que una chica escocesa de clase trabajadora podía llegar a ser. A los 14 años ya era maestra, una profesión respetable para una mujer. A los 20, se casó con James Orr Fleming y emigró a América con sueños de una vida mejor. Pero no sería nada fácil para Williamina Paton Stevens.
Al llegar a América, en menos de un año, esos sueños se hicieron añicos. James la abandonó mientras estaba embarazada, dejándola sola en Boston, sin dinero, sin familia, y pronto, con un hijo recién nacido llamado Edward. Para sobrevivir, Williamina aceptó cualquier trabajo que pudiera encontrar. En 1879, se convirtió en criada en la casa del profesor Edward Charles Pickering, director del Observatorio de Harvard College.
Ella desempolvaba muebles, fregaba pisos, y no tenía ninguna razón para creer que su vida sería algo más que supervivencia. Pero Pickering tenía un problema: su equipo de asistentes masculinos cometía errores en los cálculos astronómicos. Perdían detalles, confundían datos. Y un día, frustrado, Pickering dijo:
“¡Mi criada escocesa podría hacerlo mejor!”
Si lo dijo como broma o desafío, nunca lo sabremos. Pero Williamina se lo tomó en serio. En 1881, fue contratada para trabajar en el observatorio. Y no solo lo hizo mejor: revolucionó el campo.
Williamina se convirtió en una de las primeras “Harvard Computers”, mujeres contratadas para analizar miles de placas fotográficas del cielo nocturno. Mientras los astrónomos hombres recibían crédito y cátedras, estas mujeres hacían el trabajo real de mapear el universo. Les pagaban 25 centavos la hora, la mitad de lo que ganaban los hombres por el mismo trabajo.
Pero Williamina no se detuvo. Noche tras noche, examinaba placas de vidrio cubiertas con motas de luz, cada una una estrella con secretos encerrados en patrones de espectro. Desarrolló un sistema para clasificar estrellas según sus espectros, creando lo que se conoció como el sistema Pickering-Fleming. Este trabajo sentó las bases del sistema de clasificación de Harvard, que aún se usa hoy.
A lo largo de su carrera, clasificó más de 10,000 estrellas. Descubrió 59 nebulosas gaseosas, identificó más de 310 estrellas variables y registró 10 explosiones estelares a millones de millas de distancia. Una mujer que comenzó como sirvienta vio lo que muchos astrónomos educados no lograron ver.
En 1899, fue ascendida a curadora de fotografías astronómicas, responsable de cientos de miles de placas y de supervisar a otras mujeres computadoras. En 1906, la Royal Astronomical Society de Londres la nombró miembro honorario, siendo la primera mujer estadounidense en recibir ese honor.
Sabía que era mal pagada y subestimada. En su diario escribió:
"Estoy aquí con un salario de 1.500 dólares al año a cargo del trabajo... Creo que esta es una compensación muy pequeña por lo que he hecho."
Tenía razón. Pero siguió trabajando, no por dinero ni reconocimiento, sino porque las estrellas la llamaban.
Williamina Fleming nació el 15 de mayo de 1857 en Dundee, Escocia y falleció el 21 de mayo de 1911, a los 54 años. Para entonces, se había transformado de una inmigrante abandonada en una de las astrónomas más consumadas de su generación. La mujer que limpiaba la casa de Pickering terminó descubriendo más del universo que muchos de sus colegas.
Cada vez que un astrónomo usa la clasificación estelar, está usando un sistema que ella ayudó a crear. Cada nova, cada nebulosa que descubrió sigue ahí arriba, brillando como testimonio de lo que una criada escocesa logró cuando alguien le dio una oportunidad.
Ella no solo contó estrellas. Nos enseñó a entenderlas.
Fuentes: Archivos del Observatorio de Harvard College, Royal Astronomical Society Archives. Este contenido es informativo y educativo.
Orimiri… Orimiri…”
En 1803, frente a la costa de Georgia, un grupo de 75 hombres y mujeres igbos tomó una decisión que estremeció al mar y a la memoria humana: morir libres antes que vivir encadenados.
La comunidad igbo era conocida por su espíritu rebelde. Los negreros temían su carácter indomable, pues se sabía que se enfrentaban a sus amos, que intentaban escapar y que incluso elegían la muerte antes que la esclavitud. Aquella vez, fueron embarcados rumbo a una plantación de arroz, famosa por su brutalidad. Bajo cubierta, apretados por las cadenas, comenzaron a cantar al unísono. Era más que un canto: era un juramento compartido.
Los marineros intentaron silenciarlos, pero no pudieron. Las voces se elevaron como un trueno colectivo, y en ese ritmo hallaron la fuerza para liberarse. Tomaron el control del barco. Sin embargo, no soñaban con regresar a África; sabían que estaban demasiado lejos. Su destino no sería una plantación, ni tampoco una fuga.
Los igbos eligieron al mar. Uno a uno, cantando “Orimiri Omambala bu anyi bia, Orimiri Omambala ka anyi ga ejina” (“El espíritu del agua de Omambala nos trajo aquí, el espíritu del agua de Omambala nos llevará de regreso”), se arrojaron a las aguas de Dunbar Creek. El océano los abrazó como último refugio.
Las crónicas de la época llamaron al hecho “El suicidio igbo de Igbo Landing”. Pero entre la diáspora africana, la historia no fue de muerte, sino de resistencia. Se decía que sus almas nunca se hundieron. Que en la quietud de la noche, todavía podía escucharse en los pantanos de Georgia aquel eco lejano:
“Orimiri… Orimiri…”
Un recordatorio eterno de que incluso encadenados, eligieron la libertad.
Durante el embarazo, el cuerpo de una mujer no solo crea una vida… reacomoda por completo sus órganos para protegerla.
El estómago se eleva, los intestinos se comprimen hacia los costados, el diafragma sube, la vejiga queda aplastada… todo su organismo se reordena para dar espacio a un corazón nuevo que late dentro de ella.
En el tercer trimestre, el útero puede multiplicar su tamaño hasta 20 veces, empujando cada órgano a lugares donde jamás deberían estar. Por eso hay acidez, falta de aire, cansancio, ganas constantes de orinar y dolores inexplicables… porque literalmente los órganos están siendo aplastados.
Y aun así, el cuerpo resiste.
Y aun así, late dos veces.
Y aun así, sigue de pie.
Tras el parto, poco a poco, cada órgano inicia su viaje de regreso… pero el cuerpo nunca vuelve a ser exactamente igual: porque ya fue hogar.
El cuerpo humano: el milagro más extremo de la naturaleza
En la penumbra de su habitación helada, apenas iluminada por una vela moribunda, una niña de 13 años mantenía los ojos ardiendo de curiosidad. Entre mantas para no morir de frío y silencio para no ser descubierta, devoraba ecuaciones prohibidas como quien roba fuego a los dioses. Su familia apagaba sus lámparas cada noche para “protegerla de la locura académica”.
Pero ella volvía a encenderlas. Siempre.
Se llamaba Sophie Germain. París ardía en revolución. El mundo le gritaba que las matemáticas eran cosa de hombres. Ella murmuraba: “intentémoslo igual”.
Y lo intentó a lo grande.
Cuando descubrió la historia de Arquímedes —matando antes de soltar un cálculo— quedó fascinada. No soñaba con vestidos, soñaba con teoremas. Imagina a tus padres creyendo que estudias filosofía, y tú… colándote en las clases más avanzadas de matemática pura de Francia. Eso hizo Sophie cuando nació la prestigiosa École Polytechnique. No podía entrar. Así que robó los apuntes. Se hizo pasar por estudiante. Hombre. Bajo el nombre de Monsieur LeBlanc.
No solo entró. Deslumbró.
Tanto que el mismísimo Joseph-Louis Lagrange —el genio de genios— quiso conocer a ese joven brillante. Cuando descubrió que “LeBlanc” era una mujer, no la denunció.
La defendió. La impulsó.
Pero su verdadero combate llegaría después: el aterrador problema de la Vibración de las Placas Metálicas. Un monstruo matemático. Candidatos: todos los grandes… menos uno. Todos desistieron… menos una.
Sophie fue la única en presentar una solución.
En 1816, la Academia de Ciencias le entregó el premio. Primera mujer en lograrlo. Primera en ser imposible de ignorar.
También dejó marcas fundamentales en la teoría de números, contribuyendo al mismísimo Último Teorema de Fermat, que tomaría siglos en resolverse por completo. Matemáticos modernos aún pisan sobre sus pasos.
Y, aun así, ¿reconocimiento? Cero. No le permitieron entrar a la Academia. Nunca tuvo un cargo académico.
Murió en silencio, en 1831, sin saber que siglos después un cráter en Venus llevaría su nombre.
Una mujer que fue demasiado brillante para la época que le tocó.
Y aun así… la venció.
En 1780, en Massachusetts, una mujer de color llamada Mum Bet —más tarde conocida como Elizabeth Freeman— escuchó algo que cambiaría su destino. Mientras servía en la casa de su amo, oyó leer en voz alta un fragmento de la nueva Constitución del estado: “Todos los hombres nacen libres e iguales.”
Aquellas palabras se grabaron en su mente. Si todos eran libres, ¿por qué ella no? Convencida de que esa promesa debía incluirla, buscó la ayuda de un abogado y presentó una demanda contra su dueño, el coronel John Ashley. Era un acto de valentía impensable para la época: una mujer de color, nacida en servidumbre, desafiando el sistema legal en nombre de la libertad.
El caso llegó a los tribunales y, para sorpresa de muchos, Mum Bet ganó. El jurado declaró que la servidumbre era incompatible con la Constitución de Massachusetts, y ella obtuvo su libertad junto con una compensación de 30 chelines.
Su victoria no solo cambió su vida: sentó un precedente legal que contribuyó a la abolición de la esclavitud en ese estado. Desde entonces, Mum Bet se convirtió en símbolo de resistencia y justicia. Una mujer que, sin poder ni privilegio, usó la ley —y su voz— para recordarle a una nación el verdadero significado de la libertad.
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Cuando Elizabeth Barrett Browning escribió "¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras", no lo hizo desde un jardín victoriano ni desde una vida cómoda, al contrario, lo hizo desde una habitación donde había estado postrada durante años, con dolor crónico, dependiente del láudano y enfrentando un padre que controlaba su vida.
Pero todo daría un giro cuando a sus 40 años se fugó de las garras de su padre, con un poeta más joven que ella. Pero su historia no empieza ni termina ahí.
Elizabeth nació en 1806, cerca de Durham, Inglaterra, en una familia rica gracias a las plantaciones de azúcar en Jamaica. Desde niña fue extraordinaria, a los 8 años leía a Homero en griego, escribió un poema épico a los once, y a los catorce su padre publicó su obra "La batalla de Maratón". Pero a los quince, una lesión la dejó con dolor crónico para el resto de su vida.
Mientras otras mujeres eran educadas para bordar y callar, ella escribía poesía desde su cama.
Su padre, Edward Barrett Moulton-Barrett, era un tirano, prohibió a todos sus hijos casarse y controlaba cada aspecto de sus vidas. Elizabeth, para ese entonces ya era famosa por su poesía, admirada por críticos y considerada para el puesto de poeta laureada, seguía atrapada en su casa, bajo el control de su padre y su lesión.
Hasta que en 1845, recibió una carta de Robert Browning que decía: "Amo sus versos con todo mi corazón, querida Miss Barrett". Él era seis años menor, también poeta, y un hombre completamente cautivado por su obra. En los siguientes veinte meses, intercambiaron 574 cartas de las cuales se enamoraron antes de conocerse en persona. Pero sabían que su amor sería imposible bajo el control de su padre.
El 12 de septiembre de 1846, Elizabeth salió de su casa por última vez, y lejos se casó en secreto con Robert en una iglesia de Londres, acompañada solo por su criada. Una semana después, huyeron a Italia, por lo cual su padre la desheredó. A demás, devolvía cada carta de hija sin abrir, por lo que nunca volvió a verla. Ella tampoco lo buscó eligiendo el amor, la libertad y la vida.
En Florencia, su salud mejoró. Tuvo un hijo en 1849, a pesar de que los médicos decían que no sobreviviría. Escribió los Sonetos del Portugués, una colección de 44 poemas de amor que aún se leen en bodas y en películas. Pero Elizabeth no era solo una poeta romántica.
Escribió contra la esclavitud en "El esclavo fugitivo en Pilgrim’s Point", un poema radical que denunciaba el sistema que había enriquecido a su familia. Escribió "El grito de los niños", que expuso el trabajo infantil en fábricas británicas y ayudó a impulsar reformas.
En Italia, se convirtió en activista política, apoyando la independencia y la unificación del país. Su obra "Aurora Leigh" abordó temas como la maternidad, el arte, el matrimonio y la autonomía femenina por lo cual fuee criticada por su audacia, y fue leída por miles.
Falleció en 1861, en brazos de Robert, en su casa de Florencia. Él nunca se volvió a casar, su tumba se convirtió en un lugar de peregrinación.
Elizabeth Barrett Browning no solo escribió amor. Escribió revolución. Se enamoró a los 39, se fugó a los 40, tuvo un hijo a los 43, y escribió literatura a los 50. Todo mientras vivía con dolor crónico.
Su historia no cabe en un verso. Pero si hay que elegir uno, que sea este: "¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras" Porque ella amó con coraje.
Este contenido está basado en hechos históricos verificados a través de fuentes académicas, biográficas y literarias confiables. La historia de Elizabeth Barrett Browning ha sido reconstruida con rigor narrativo para fines educativos y culturales.
El bullying no siempre deja
marcas en la piel.
A veces, deja huecos en
el alma, tan hondos, que
tragar saliva se convierte
en sobrevivir un día más.
A todos la vida nos sacude y nos destruye sueños, nos derrumba.
Solo nos queda levantarnos, mirar hacia adelante, sacar fuerzas y seguír
Juan Pablo y Santiago nacieron un 20 de diciembre y murieron justo antes de Navidad, aunque vivieron un breve espacio en este plano,
Su partida cambió mi vida y la de de su madre de formas que no podría explicar, en mi nació un poeta, cuyo dolor no podía parar, solo con pluma y papel podía expresar tanto caos y confusión, ellos, mis dos gemelitos, vinieron a enseñar.
Poema
(Sueños de padre)
¿Que nombre llevarán?
¿Que vida vivirán?
¿Que caminos recorrerán?
¿Que logros buscarán?
Los amo aun sin conocerlos.
Los adoro con solo sentirlos.
Hijos míos que historia tan hermosa me regalaran.
Amor puro,hermoso y verdadero nos traerán.
Les confieso que los esperaba,que los quería,que ya los amaba.
Para su madre toda mi vida,por su coraje y valentía, por ser fuerte,aunque sufría.
Amor puro,hermoso y verdadero.
Que alegría que ya pronto llegarán.
Para amarlos siempre y estar juntos todos los días.
Hijos míos los beso, en el vientre de su madre, nunca olviden que los amo, aún sin haberse quedado en esta vida
Escrito por Victor Rodriguez Escalona un Diciembre.
Atrapemos el instante
Y hubiera mirado tu vuelo por el cielo,
hubiera imaginado que eras nube de paso,
una caricia errante, un suspiro con alas,
un pensamiento que se disuelve entre los rayos del alba.
Pero volemos juntos, mientras vuelan los sueños,
mientras el tiempo finge ser eterno
y el corazón, ingenuo, se atreve a creerlo.
Nada puede durar más que un minuto de felicidad,
pero en ese minuto cabe el universo entero.
Atrapemos el instante,
antes de que se desvanezca como humo de aurora,
antes de que la brisa robe su perfume,
antes de que el reloj lo encierre en su jaula de horas.
La vida no se mide en días ni en calendarios,
sino en miradas que arden sin decir palabra,
en manos que se buscan como raíces bajo tierra,
en silencios que saben a promesa cumplida.
Que nos importe solo el ahora,
este segundo suspendido entre dos latidos,
este milagro diminuto que nos nombra
y nos hace sentir inmortales por un soplo.
Somos fuegos artificiales en la noche del mundo,
estrellas fugaces que se cruzan por azar,
pero mientras dure el resplandor,
que nadie nos convenza de que no somos eternos.
Volemos, volemos sobre los miedos,
sobre las sombras que temen a la luz,
que el cielo es solo un espejo de lo que sentimos
y la vida, un instante que aprendió a brillar.
Si mañana el viento nos separa,
que quede este destello grabado en la piel,
porque el cariño, cuando es verdadero,
no necesita durar: basta con existir.
Así, mientras el mundo gira distraído,
tú y yo, cómplices del tiempo,
seguiremos atrapando instantes,
como niños que guardan luciérnagas
en un frasco de eternidad.
Ana Ocaña poeta
Epitafio para un influencer
(Por Ana Ocaña, al modo de Quevedo con WiFi)
Cuánto bufón en la Corte de la vida.
Van por los días inflados de sí mismos,
con el alma reducida a píxeles,
y el pensamiento en pausa.
Presumen eternidad en pantallas luminosas,
venden sonrisas de catálogo,
y llaman “verdad”
a la mentira con más visitas.
Se creen dioses del instante,
profetas del espejo,
cómplices de su propio engaño.
Suben, bajan, filtran, editan,
fingen amar, llorar, pensar,
hasta que la farsa brilla lo justo
para cegar a los demás.
Y mientras tanto,
la muerte —esa vieja sin filtros—
les observa desde la esquina del algoritmo,
esperando su momento de desconexión.
Porque la muerte no necesita WiFi.
Llega puntual,
sin aviso,
sin “story”,
sin “me gusta”.
Y en un clic
borra el perfil,
la marca,
la vanidad,
y deja al alma frente a su espejo verdadero.
Allí ya no hay “likes”,
ni poses,
ni nombres que el viento respete.
Solo queda el polvo,
fiel y antiguo,
que murmura con sorna:
“Tanto viviste para que te miraran,
y al final nadie te verá morir.”
Reíd ahora,
bufones del siglo veintiuno,
que la eternidad no admite filtros.
El último “post” os lo escribirá la nada,
y su título será este,
grabado en piedra, sin hashtag,
sin aplausos:
EPITAFIO PARA UN INFLUENCER.