
Sin más preámbulo, Adonaios, con propia mano desenvainó su espada y la levantó para cercenar la cabeza de Enki.
Un disparo en la distancia se escuchó y el brazo del concejal se desprendió del cuerpo. Niebla gris entró desde el exterior, rom[1]piendo vidrios de las ventanas, aventando las puertas y quitando obstáculos a su paso. Gemidos, lamentos y frío helado acompa[1]ñó la niebla que se proponía cubrir en su totalidad a Enki, desa[1]pareciendo entre la bruma. En su lugar, lobos feroces aparecieron.