Bali es un destino que desde el primer día nos robó el corazón. Esa isla mágica donde las playas de arena blanca se funden con arrozales esmeralda, donde los templos milenarios respiran espiritualidad y la cultura te envuelve en una danza entre lo sagrado y lo terrenal. Cada amanecer allí huele a incienso y cada atardecer se vive como un ritual, un recuerdo imborrable que nos hace querer volver una y otra vez. Hoy, en este espacio, os contaremos por qué Bali se ha convertido en ese lugar al que siempre queremos regresar.
Cuando pensamos en Bali, inevitablemente nos viene a la mente aquella primera vez. Ivan recuerda que, en su imaginario inicial, Bali era ese destino exótico al que las parejas con más presupuesto viajaban para su luna de miel. Incluso se hablaba de bodas balinesas organizadas para revivir el amor en un entorno idílico. Por mi parte, mi primer contacto con Bali fue mucho más terrenal, charlando con unos amigos en Alicante que, al saber de nuestro posible viaje, no dudaron en recomendarnos Ubud, destacando su clima perfecto. En ese momento, la idea de un calor agradable, diferente al sofocante calor de otras zonas de Asia, ya empezó a sembrar la curiosidad en mí.
Y precisamente el clima es uno de los grandes atractivos de Bali. A diferencia de otros países del Sudeste Asiático, como Tailandia o Filipinas, que en los meses de julio y agosto sufren intensas lluvias monzónicas, Bali goza de un clima caluroso pero seco. Esta situación geográfica privilegiada hace que el verano europeo sea una época ideal para visitar la isla, permitiéndonos disfrutar de sus encantos sin el inconveniente de las trombas de agua. No es de extrañar, por tanto, que nos encontremos con una gran cantidad de turistas australianos, para quienes Bali es un destino cercano y con muchas similitudes a las Islas Canarias para los europeos.
Sin embargo, tanta belleza y popularidad tienen su lado menos idílico. La industria turística en Bali está extremadamente desarrollada, lo que ha llevado a una masificación de la isla. A la población local y a los trabajadores que llegan de otras partes de Indonesia se suman una gran cantidad de turistas, provocando embotellamientos de tráfico absolutamente caóticos, especialmente en las zonas más concurridas como Kuta. Aunque las motos son una opción para moverse, incluso con ellas nos hemos encontrado atrapados en atascos durante horas. Además, el transporte público, tal como lo entendemos en Europa, es prácticamente inexistente, lo que nos obliga a depender de taxis o a alquilar vehículos.
Para acceder a esta maravilla, es importante tener en cuenta ciertos costes. Al llegar al aeropuerto de Denpasar, se abona una tasa de entrada. Además, dependiendo de la nacionalidad, puede ser necesario un visado de entrada con su correspondiente coste. Aunque la rupia indonesia ha experimentado fluctuaciones en su tipo de cambio con el euro, en general, Bali sigue siendo un destino bastante asequible para los bolsillos europeos.
A pesar de su belleza, Indonesia es un archipiélago extenso con más de 17,000 islas, lo que plantea ciertos desafíos en cuanto a seguridad. El servicio nacional de búsqueda y rescate cuenta con recursos limitados dada la dispersión geográfica del país. Por ello, es fundamental ser prudentes al realizar actividades acuáticas, ya que las corrientes marinas pueden ser muy peligrosas, incluso cerca de la costa. Bali, aunque volcánica, se encuentra relativamente cerca de la isla de Java, donde sí hay volcanes activos y espectaculares como el Ijen con su famoso fuego azul.
Al planificar nuestro viaje, dos nombres resuenan con fuerza: Kuta y Ubud. Kuta es el epicentro de la fiesta, con una gran oferta de restaurantes internacionales y un ambiente más bullicioso. Por otro lado, Ubud, situado en el interior, nos ofrece una atmósfera más relajada y espiritual, rodeado de los icónicos arrozales. Es aquí donde muchos viajeros buscan retiros espirituales y experiencias de conexión persona
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