
Así como la Revolución de Mayo transformó el destino de una nación, el Espíritu Santo inició en Pentecostés una revolución mucho mayor: la del corazón humano. No fue un cambio político, sino espiritual. Fue una revolución interior que dio nacimiento a la Iglesia y sigue transformando vidas hasta hoy. El Espíritu Santo no vino solo a dar poder, sino a provocar una transformación profunda. Hoy, esa revolución continúa… ¿estás dispuesto a ser parte activa de ella?