
La paradójica historia de Elias Keach —un joven no creyente que se hizo pasar por un predicador, hasta que la verdad de su propio mensaje lo confrontó— nos sirve como punto de partida para una de las conversaciones más honestas que un predicador puede tener.
En este episodio, exploramos la delgada línea que divide a un simple comunicador de información, de un testigo genuinamente transformado por su mensaje. ¿Cómo podemos asegurarnos de que la Palabra nos deshaga y nos reconstruya a nosotros, antes de intentar usarla para edificar a otros?
Esta conversación ofrece reflexiones y principios prácticos para examinar el motor de nuestro ministerio: no solo lo que predicamos desde el púlpito, sino quiénes estamos siendo en la soledad de nuestro estudio.