
El alma humana es como un jardín.
Hay momentos de lluvia, de espera, de invierno y de florecer.
Dios trabaja en silencio, debajo de la tierra, en las raíces que nadie ve.
A veces te sientes estancado, sin resultados, sin señales. Pero justo ahí, en esa quietud aparente, tu raíz está profundizando.
Está aprendiendo a sostener tu propósito.
El mundo mira las flores, pero Dios mira las raíces.
Florecer antes de tiempo es como abrir los ojos antes del amanecer: te pierdes la belleza del proceso.
La fe verdadera no es creer cuando ves brotes, sino seguir confiando cuando no hay señales de vida.