
Ana y Simeón eran personas justas, creyentes, con esperanzas en la promesa de un Salvador. Su estilo de vida se caracterizaba por el amor, la oración y el servicio a los demás. Gracias a su fe y perseverancia, tuvieron años de vida para ver el cumplimiento de la promesa, al contemplar el rostro de la "misericordia de Dios" en el niño Jesús.