
En 1947, en un pequeño rincón del desierto de Nuevo México, el misterio descendió del cielo.
Roswell se convirtió en sinónimo de lo imposible, en el epicentro de una historia que cambió para siempre la forma en que el mundo miró hacia las estrellas.
Décadas después, en 1995, una cinta en blanco y negro estremeció al planeta: las imágenes mostraban lo que parecía ser la autopsia de un ser no humano, grabada —según su supuesto autor, Ray Santilli— en una base militar tras el accidente de Roswell.
El cuerpo yacía sobre una mesa metálica. Los médicos, protegidos con trajes estériles, diseccionaban con precisión quirúrgica lo que algunos llamaron “el mayor secreto del siglo XX”.
La polémica estalló: ¿una falsificación meticulosa o un fragmento de verdad filtrado al mundo?
Mientras los escépticos señalaban inconsistencias técnicas y anatómicas, otros afirmaban que Santilli solo había reconstruido una cinta real, dañada con el paso de los años, para evitar su pérdida definitiva.
Hoy, casi ochenta años después del incidente original y treinta desde la aparición de la película, la autopsia extraterrestre de Roswell sigue dividiendo opiniones y despertando fascinación.
Entre los pliegues de su misterio se mezclan la manipulación, la censura y la eterna pregunta:
¿qué ocurrió realmente en Roswell en 1947… y por qué aún intentan que lo olvidemos?