
A finales de agosto de 1967, en la tranquila meseta de Cussac, en el corazón del departamento francés de Cantal, el silencio de la campiña se vio interrumpido por un acontecimiento que marcaría para siempre la historia de la ufología europea.
Dos niños, encargados de pastorear el ganado familiar en una mañana clara y soleada, fueron testigos de algo que escapaba a toda lógica. Una esfera brillante, un silbido en el aire, un olor sulfuroso que impregnaba el campo y la visión de cuatro extrañas figuras de negro que parecían desafiar las leyes conocidas.
El caso fue investigado por la gendarmería francesa con una seriedad poco habitual para la época. A lo largo de los años, estudiosos, escépticos y creyentes se han enfrentado en torno a su interpretación. Helicópteros, ilusiones, invenciones infantiles o, tal vez, un auténtico encuentro con lo desconocido.
Hoy, más de medio siglo después, el caso Cussac sigue siendo uno de los grandes enigmas sin resolver, un relato que nos recuerda que incluso en los paisajes más apacibles pueden esconderse los mayores misterios del cielo.