
Aquel bebé que nació en Belén, era totalmente hombre. Ninguna característica que lo hiciera superior a ningún otro, al menos biológicamente. Tuvo que aprender a hablar, a caminar, a correr, fue alimentado como todo bebé, criado por sus padres terrenales; creció y jugó como todo niño, eso sí, desde que tuvo conciencia se le hizo ver que tenía un llamado y procedencia especial.