La guerra ocupa París. El arte se convierte en refugio y resistencia. Óscar Domínguez, entre sombras y redesclandestinas, mantiene viva la llama del surrealismo. Pinta, copia obras maestras para financiar la lucha, se reinventa.
Su amistad con Picasso se estrecha, sus formas se vuelven más densas, más urgentes. Entre trincheras invisibles surgen cuadros que parecen cartografías del inconsciente.
Pero la enfermedad avanza y el final se acerca: su último autorretrato es un bufón sin rostro, un espejo roto. En este último episodio despedimos al “Caimán sentimental”, como lo llamó un crítico contemporáneo. Concluye aquí un viajepoético a través de la fragilidad, la rebeldía y la belleza de un artista insular y universal.
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