
Al atravesar momentos difíciles, desarrollamos recursos internos que no sabíamos que teníamos: paciencia, coraje, claridad, empatía. Esa es fortaleza real. El sufrimiento compartido genera compasión. Las heridas bien vividas nos hacen más humanos, menos rígidos, más capaces de comprender al otro. Volviendo al arbol, esta compasión nos protege de la densidad que vuelve la corteza oscura.