Pláticas de contenido espiritual, también llamadas “meditaciones”. Pueden ser una ayuda para tu trato con Dios. Estas meditaciones han sido predicadas por el Pbro. Ricardo Sada Fernández y han sido tomadas de la página http://medita.cc
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Pláticas de contenido espiritual, también llamadas “meditaciones”. Pueden ser una ayuda para tu trato con Dios. Estas meditaciones han sido predicadas por el Pbro. Ricardo Sada Fernández y han sido tomadas de la página http://medita.cc
En la última petición del Padrenuestro pedimos: libera nos a malo, líbranos del malo, es decir, de satanás. El demonio es como un tenista que tiene en un mano la raqueta de la carne y en la otra la del mundo: los tres enemigos del hombre. Tiene también su propia raqueta, que es la del mundo oscuro y de la soberbia. Actúa arteramente, es el seductor que busca apartarnos de Dios.
El episodio de la mujer adúltera que narra san Juan en el capítulo 8 (1-11) es manifestación de la misericordia de Dios. Y es, al mismo tiempo, una implícita invitación a que seamos misericordiosos, ya que, como los fariseos y los escribas, nadie está limpio de pecado para lanzar la primera piedra.
Jesús nos prometió que, si lo reconociéramos a Él delante de los hombres, Él nos reconocería delante del Padre celestial. Ilusionante destino: Jesús es muy buen pagador y nos recompensa a precio de eternidad. Reconocerlo supone haberlo antes conocido, porque así podemos presentarlo en su verdad delante de los hombres.
Con Nicodemo, Jesús mantiene una conversación que va a la revelación profunda del proyecto de Dios sobre el hombre: nacer de nuevo, nacer del agua y del Espíritu para entrar en el Reino de los cielos. Proyecto que está más allá de nuestra capacidad de comprensión, porque nos revela que somos partícipes de la naturaleza divina.
Los personajes del Evangelio son figuras históricas, pero podemos entenderlas también como situaciones del alma. De Zaqueo aprendemos el deseo de ver a Jesús, superando los obstáculos. Hemos de subirnos al árbol de la fe, cambiarnos de mundo para entrar en el que está más allá de lo visible y lo inteligible. Y luego bajar a la parte más honda de nuestra alma, intentando el encuentro y la unión.
Miren a mi Siervo, dice el oráculo de Isaías. ¿Me detengo en la contemplación de los Crucifijos? ¿Me uno interiormente a ellos? Si saco fuerza de la Cruz podré llevar con serenidad las cruces que me envíe Dios.
Jesús nos invitó a entrar en nuestra habitación cuando vayamos a orar. Lógicamente no se trata de quedarse en la literalidad de la frase, sino de comprender que nuestra habitación es la parte más profunda de nuestro yo. Podemos orar a distintos niveles, por ejemplo, con la sola emotividad o con la sola razón. Pero la invitación de Jesús se refiere a la oración de unión.
Jesús se identifica con la vid, se hace vid para que nosotros, los sarmientos, vivamos en Él. Es la manifestación de un amor que supera toda comparación, porque invita a la unificación. Y esta, a tal grado, que más viva Él en nosotros que nosotros mismos.
“Ser alma de oración” es toda una meta. No solo hacer oración, sino que nuestro yo esté siempre abierto a la realidad relacional con Aquel que nos habita. Necesitamos la ayuda de la gracia para el encuentro del hombre con Dios. Puedo meditar, como los filósofos, pero no hago oración. Para que haya tal, necesitamos unir nuestro espíritu al de Dios.
Hemos de recordar constantemente el plan que Dios se propuso al crearnos: elevarnos a la altura de la misma divinidad por nuestra participación en su naturaleza. Valoremos el tesoro de la gracia santificante, tomándonos en serio el camino de la santidad.
A pesar de ser pocos detalles de la vida de san José que tenemos, son suficientes para advertir que fue fidelísimo en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y ese hecho es suficiente para advertir su eximia santidad. Podemos hacer un “pacto” con Dios, vendiéndole nuestra libertad para que Él la conduzca por donde desee. De nuestra parte se requerirá la humildad de prescindir de nuestra propia voluntad.
La sola mención del nombre de Emaús nos traslada a la escena del domingo de Resurrección. Como Cleofás y su compañero, también nosotros deseamos “reconocer” a Jesús al partir el Pan. Lo conocemos por su palabra, por los hechos de su vida, pero queremos el don del Espíritu Santo que nos permita reconocer a Cristo bajo las especies sacramentales.
“¡Oh, dulce fuente de amor, hazme sentir tu dolor, para que llore contigo!” (Stabat Mater). María, junto a la Cruz, nos da una gran lección: saber compadecer. Se trata de asumir el sufrimiento de otro, no porque nosotros tengamos una especial capacidad para hacerlo, sino por nuestras constantes uniones con los Corazones de Jesús y de María.
“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, locura para los gentiles y escándalo para los judíos”. El Crucificado es nuestro timbre de gloria, y vemos en el madero de la Cruz la revelación de su amor y la purificación de todo pecado. En Él encuentra sentido toda pena. Cristo no vino a erradicar el dolor, ni tampoco a explicarlo. Vino a llenarlo con su presencia.
Un Corazón lleno de Amor se contiene en cada Hostia. Es la fuente de donde mana toda la salvación: el Corazón abierto del Salvador. A santa Margarita le aseguró que concedería la gracia de la perseverancia final a quienes comulguen nueve primeros viernes consecutivos. Un corazón vivo, un corazón palpitante de amor se oculta en la Eucaristía.
Es un motivo de alegría conocer su nombre. Así podemos dirigirnos a ella en su singularidad. Dios lo dispuso, y ese nombre tiene una energía especial y participa de la fuerza divina. En María adquieren realidad todos los ideales, y de manera muy especial el de estar toda impregnada del amor, ese mismo amor a que todos estamos llamados.
La renuncia nos purifica, y podemos buscar esa purificación sobre todo en nuestra memoria y nuestra imaginación. “No dejes suelta la imaginación y estarás más cerca de Dios”, enseñó san Josemaría. Esta facultad puede ayudarnos mucho, porque es creativa. Con ella podemos hacer mundos, que no serán novelados sino reales, porque los misterios de la vida de Cristo suceden hoy.
Jesús se prolonga en cada uno de los santos, y en sus vidas les hace presente la cruz. La cruz es la expresión del amor. La cruz que salva es la cruz amada. Estamos invitados a abrazarnos a la cruz que Dios quiera enviarnos. “El cáliz que me embriaga, ¡qué feliz me hace!”.
La tradición de la Verónica que resulta muy entrañable. Es un detalle muy del gusto del Señor, un detalle fino. Jesús es sensible: nos lo manifiesta también en el dolor ante la ingratitud de leprosos que fueron curados. Cuidemos las cosas pequeñas en el trato con Él, procurando que no se nos conviertan en manías, sino en expresiones de amor.
Alegría ante el nacimiento de la Santísima Virgen María, esperanza de nuestra salvación. La devoción a la Divina Infantita nos invita a purificar nuestra infancia, pues ahí también pecamos. Y en cualquier época de nuestra vida, y en el día de hoy, muchas veces. La Gracia plena de María nos invita a la contrición, a la conversión, a la purificación, al aprovechamiento del sacramento de la penitencia.
Pláticas de contenido espiritual, también llamadas “meditaciones”. Pueden ser una ayuda para tu trato con Dios. Estas meditaciones han sido predicadas por el Pbro. Ricardo Sada Fernández y han sido tomadas de la página http://medita.cc