
Encarar estas ignorancias me ha pasmado, enmudecido el ego, reconvenido las expectativas de mí mismo y, sobre todo, a detenido bruscamente al mundo de la vida cotidiana. Las rutinas, las faenas, los hábitos y las costumbres se han parado de súbito, haciéndome acallar el diálogo mental interminable. Ahora estoy en un estado de atención consciente en el que soy capaz de atender a lo que sucede en mi interior y en mi entorno.
. . . desde entonces, estando en ese estado de conciencia, he comenzado a perder el habla, a dar menos importancia a los sentidos corporales. Me he ido sumiendo en una interioridad no conceptual que me trasciende, y en la que espero comenzar a disolverme.