
Cada octubre, sin falta, voy al panteón municipal a visitar a mi padre. No es una obligación, ni un recuerdo doloroso que intento enterrar. Es, más bien, un acto de amor. Un momento para estar con él, para contarle cómo me ha ido durante el año y para acompañarlo en la tarde y la noche, cuando el mundo parece callar y quedarse solo para nosotros dos...