
Es Nochebuena y el profesor Pål Andersen, de 55 años, celebra solo esta tradición en su departamento en Skillebekk. Se ha parado junto a la ventana a reflexionar sobre la Navidad noruega cuando, de repente, presencia un asesinato en el edificio de enfrente. Si, de pura casualidad es testigo de cómo un joven estrangula a una mujer en uno de los departamentos a los que tiene vista. El siguiente paso podría ser tomar el teléfono y denunciar el asesinato, pero Andersen, profesor de literatura en la Universidad de Oslo, es un hombre más bien filosofal e indeciso que no se atreve a denunciar lo que vio, que huye de su responsabilidad de informar a la policía. Sus cavilaciones y dudas de por qué no llamó y denunció el crimen a la policía duran meses (o quizás toda la vida). En lugar de poner una denuncia, así fuera más tarde, el profesor Andersen busca comprender su propio accionar. Mezcla preguntas existenciales: ¿Quién soy yo? ¿Qué es la vida? con su dilema moral ¿Tiene el deber social de informar lo que vio, o tiene la libertad de no hacerlo? ¿Es realmente libre en su parálisis de acción? Por lo demás, el profesor Andersen es ateo y siente que le es imposible abordar el crimen del que ha sido testigo sin abordar al mismo tiempo las cuestiones sobre las órdenes de Dios.