Escrito por el maestro Samael Aun Weor
Narración por Parsifal Flores Aguila
https://www.facebook.com/audiolibrosgnosticosNo hay duda que entre el pensar y el sentir existe una gran diferencia, esto es
incontrovertible.
Existe una gran frialdad entre las gentes, es el frío de lo que no tiene importancia, de
lo superficial.
Creen las multitudes que importante es lo que no es importante, suponen que la última
moda, o el coche último modelo, o la cuestión esta del salario fundamental es lo único serio.
Llaman serio la crónica del día, la aventura amorosa, la vida sedentaria, la copa de
licor, la carrera de caballos, la carrera de automóviles, la corrida de toros, el chismorreo, la
calumnia, etc.
Obviamente, cuando el hombre del día o la mujer del salón de belleza escuchan algo
sobre esoterismo, como quiera que esto no está en sus planes, ni en sus tertulias, ni en sus
placeres sexuales, responden con un no sé qué de frialdad espantosa, o sencillamente
retuercen la boca, levantan los hombros, y se retiran con indiferencia.
Esa apatía psicológica, esa frialdad que espanta, tiene dos basamentos; primero la
ignorancia más tremenda, segundo la ausencia más absoluta de inquietudes espirituales.
Falta un contacto, un choque eléctrico, nadie lo dio en la tienda, tampoco entre lo que
se creía serio, ni mucho menos en los placeres de la cama.
Si alguien fuera capaz de darle al frío imbécil o a la superficial mujercita el toque
eléctrico del momento, el chispazo del corazón, alguna reminiscencia extraña, un no sé qué
demasiado íntimo, tal vez entonces todo sería distinto.
Mas algo desplaza a la vocecilla secreta, a la primera corazonada, al anhelo íntimo;
posiblemente una tontería, el hermoso sombrero de alguna vitrina o aparador, el dulce
exquisito de un restaurante, el encuentro de un amigo que más tarde no tiene para nosotros
ninguna importancia, etc.
Tonterías, necedades que no siendo transcendentales, sí tienen fuerza en un instante
dado como para apagar la primera inquietud espiritual, el íntimo anhelo, la insignificante
chispa de luz, la corazonada que sin saber por qué nos inquietó por un momento.
Si esos que hoy son cadáveres vivientes, fríos noctámbulos del club o sencillamente
vendedores de paraguas en el almacén de la calle real, no hubieran sofocado la primera
inquietud íntima, serían en este momento luminarias del espíritu, adeptos de la luz, hombres
auténticos en el sentido más completo de la palabra.
El chispazo, la corazonada, un suspiro misterioso, un no sé qué, fue sentido alguna
vez por el carnicero de la esquina, por el engrasador de calzado o por el doctor de primera magnitud, mas todo fue en vano, las necedades de la personalidad siempre apagan el primer
chispazo de la luz; después prosigue el frío de la más espantosa indiferencia.
Incuestionablemente a las gentes se las traga la luna tarde o temprano; esta verdad
resulta incontrovertible.
No hay nadie que en la vida no haya sentido alguna vez una corazonada, una extraña
inquietud, desgraciadamente cualquier cosa de la personalidad, por tonta que esta sea, es
suficiente como para reducir a polvareda cósmica eso que en el silencio de la noche nos
conmovió por un momento.
La luna gana siempre estas batallas, ella se alimenta, se nutre precisamente con
nuestras propias debilidades.
La luna es terriblemente mecanicista; el humanoide lunar, desprovisto por completo de
toda inquietud solar, es incoherente y se mueve en el mundo de sus sueños.
Si alguien hiciera lo que nadie hace, esto es, avivar la íntima inquietud surgida tal vez
en el misterio de alguna noche, no hay duda de que a la larga se asimilaría la inteligencia...