
Este pasaje forma parte de una liturgia de gratitud que cada israelita debía recitar al presentar sus primicias a Dios. No era solo una oración personal, sino una confesión colectiva de memoria histórica. Recordar la procedencia humilde, el sufrimiento bajo Egipto y la respuesta compasiva de Dios era esencial para mantener un corazón agradecido. La frase “un arameo a punto de perecer fue mi padre” alude a Jacob, quien tuvo una vida marcada por la fragilidad y el peregrinaje.