
En este poderoso discurso, Moisés exhorta al pueblo a valorar el privilegio único de tener un Dios cercano, accesible y atento. Mientras las naciones vecinas servían a ídolos distantes, sordos y mudos, Israel tenía al Dios viviente que respondía al clamor de su pueblo. La cercanía de Dios no era teórica, era práctica: Dios hablaba, guiaba, corregía, libraba y escuchaba.