
Hoy estaremos leyendo Jeremías 49-50, Hebreos 8 y Proverbios 12:11-20. En Jeremías 49 y 50, el profeta continúa proclamando juicios sobre las naciones vecinas, recordando que ninguna está fuera del alcance de la justicia de Dios. Amón, Edom, Damasco, Cedar y Hazor son mencionadas una a una, y el mensaje es claro: el orgullo, la violencia y la idolatría terminan trayendo ruina. Pero en medio de las advertencias, el capítulo 50 se enfoca en Babilonia, el instrumento que Dios había usado para disciplinar a Su pueblo. Aun esa nación poderosa será juzgada por su arrogancia y su crueldad. Dios dice: “Yo castigaré al rey de Babilonia como castigué al rey de Asiria.” Sin embargo, dentro de ese anuncio de juicio, resuena una promesa de esperanza: “En aquellos días y en aquel tiempo, buscarán la culpa de Israel, pero no la habrá; y los pecados de Judá, pero no se hallarán, porque perdonaré a los que deje como remanente.”Aun cuando el juicio de Dios es firme, Su propósito final siempre es restaurar. Él no olvida a los suyos, y su misericordia siempre supera el castigo. Babilonia puede parecer invencible, pero Dios sigue siendo el soberano que levanta y derriba reinos. Reflexiona: ¿Estás confiando en tu propia fuerza o en el poder de Dios? ¿Estás recordando que, aun en el juicio, Su propósito final es restaurar y perdonar?
En Hebreos 8, el autor presenta a Jesús como el mediador de un nuevo pacto. Mientras que el antiguo pacto dependía de leyes escritas y sacrificios constantes, el nuevo pacto se basa en una relación interna y transformadora. Citando las palabras del profeta Jeremías, dice: “Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” Cristo no ministra en un santuario hecho por manos humanas, sino en el cielo mismo, ofreciendo un sacrificio perfecto que no necesita repetirse. El nuevo pacto no solo perdona nuestros pecados, sino que cambia nuestra naturaleza. Ya no obedecemos por obligación, sino por amor. La ley deja de ser externa y se convierte en una convicción interior. Reflexiona: ¿Estás viviendo bajo la gracia del nuevo pacto o atrapado en el esfuerzo por agradar a Dios con tus obras? ¿Estás dejando que Su Palabra transforme tu corazón o solo tu comportamiento?
En Proverbios 12:11–20, la sabiduría resalta el valor del trabajo, la verdad y la paz. “El que labra su tierra tendrá abundante pan, pero el que sueña despierto es un insensato.” Dios honra la diligencia y la honestidad. En contraste, los labios mentirosos y el corazón perverso conducen al fracaso. “El que habla verdad declara lo que es justo, pero el testigo falso, engaño.” Además, se nos recuerda que “los que promueven la paz gozan de alegría.” La verdad y la paz van de la mano: donde hay integridad, hay bendición; donde hay engaño, hay destrucción.