
Hoy estaremos leyendo Jeremías 43-44, Hebreos 6:13-20 y Proverbios 11:11-20. En Jeremías 43 y 44, el pueblo de Judá decide ignorar nuevamente la voz de Dios. A pesar de que Jeremías les había advertido que no debían ir a Egipto, ellos desconfían del mensaje y, llenos de temor, obligan al profeta y a Baruc a ir con ellos. En Egipto, Dios vuelve a hablarles por medio de Jeremías, recordándoles que su desobediencia los alcanzará incluso allí. Sin embargo, el pueblo responde con arrogancia: “Seguiremos ofreciendo incienso a la reina del cielo.” Habían confundido tradición con adoración, y costumbre con fe. Querían seguridad sin obediencia, bendición sin rendición.La historia muestra que el corazón humano puede aferrarse tanto a su voluntad que termina justificando su pecado. Dios no deja de hablar, pero cuando el hombre se obstina en su camino, termina escuchando solo lo que quiere oír. No hay refugio seguro fuera de la voluntad de Dios. Reflexiona: ¿Estás obedeciendo lo que Dios ya te dijo, o buscando excusas para hacer tu propia voluntad? ¿Estás confiando en tus planes o descansando en Su dirección?
En Hebreos 6:13–20, el autor recuerda la promesa hecha a Abraham. Dios juró por sí mismo, porque no hay nadie mayor que Él, asegurando que su propósito es inmutable. Por eso, los que confiamos en sus promesas tenemos una esperanza firme y segura, un ancla para el alma. Esa esperanza nos sostiene y nos conecta con la presencia de Dios, porque Jesús, nuestro precursor, ya entró al Lugar Santísimo y abrió el camino para nosotros. La esperanza cristiana no es un optimismo pasajero, es una certeza arraigada en el carácter de Dios. Él no puede mentir ni fallar, y su fidelidad se convierte en el ancla que mantiene nuestra vida estable en medio de las tormentas. Cuando todo tiembla, la esperanza en Cristo nos mantiene firmes. Reflexiona: ¿Tu esperanza está anclada en las promesas de Dios o en tus circunstancias? ¿Estás confiando en lo que sientes o en lo que Él ya declaró?
En Proverbios 11:11–20, la sabiduría destaca el poder de la justicia para bendecir y el daño que provoca la maldad. “Por la bendición de los justos prospera la ciudad, pero por la boca de los malvados es destruida.” Las palabras y acciones del justo edifican, mientras que la lengua del necio divide y destruye. La integridad trae seguridad, y la fidelidad atrae favor. “El que busca el bien se gana el favor, pero al que busca el mal, el mal le alcanzará.” Dios se deleita en los que caminan con rectitud, y su justicia es escudo para quienes hacen el bien.