
Hoy estaremos leyendo Jeremías 31-32, Hebreos 2:10-18 y Proverbios 9:1-10. En Jeremías 31, encontramos una de las promesas más gloriosas del Antiguo Testamento: Dios anuncia un nuevo pacto, diferente al que el pueblo rompió una y otra vez. Este pacto no estará escrito en tablas de piedra, sino en el corazón. Es una profecía directa del Evangelio de Jesús, quien vino a cumplir y establecer este nuevo pacto con su sangre. Dios dice: “Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (v. 33). En Jeremías 32, mientras Jerusalén estaba sitiada, Dios ordena a Jeremías comprar un campo, un acto que parecía absurdo en medio de la guerra. Pero era un símbolo profético de esperanza: aunque todo parecía perdido, Dios restauraría la tierra y su pueblo volvería a plantar y habitar allí. Reflexiona: ¿Estás permitiendo que la Palabra de Dios sea escrita en tu corazón o solo en tu mente? ¿Tienes fe en que, aun cuando todo parezca derrumbado, Dios puede restaurar lo que parece imposible?
En Hebreos 2:10-18, el autor explica cómo Jesús, siendo el Hijo de Dios, se hizo completamente humano para llevarnos a la gloria. Él no vino solo como Salvador, sino también como Hermano y Sumo Sacerdote compasivo. “Por cuanto él mismo sufrió la tentación, es capaz de ayudar a los que son tentados” (v. 18). Cristo entiende nuestro dolor, nuestras debilidades y tentaciones, porque Él mismo las vivió. Y por eso puede socorrernos con misericordia y poder. Reflexiona: ¿Te estás acercando a Jesús como a alguien que entiende tus luchas, o lo ves distante e inaccesible? ¿Estás dejando que su compasión te sostenga en tus momentos de prueba?
En Proverbios 9:1-10, la sabiduría es presentada como una mujer que prepara un banquete e invita a todos a participar. “Dejen su necedad y vivirán; caminen por el camino del entendimiento” (v. 6). La sabiduría llama, pero no obliga; ofrece vida a quien decide responder. En contraste, la necedad también llama, pero sus caminos llevan a la muerte. El pasaje concluye recordando que “el temor del Señor es el principio de la sabiduría” (v. 10), es decir, conocer a Dios y honrarlo es la base de toda vida sensata.