
Hoy estaremos leyendo Jeremías 27-28, Hebreos 1 y Proverbios 8:21-30. En Jeremías 27, Dios envía al profeta a usar un yugo de madera sobre su cuello como una señal profética. A través de este acto, el Señor advierte a Judá y a las naciones vecinas que deben someterse al dominio de Babilonia, porque ese es el plan soberano de Dios en ese momento. Jeremías les dice: “Si se niegan a servir al rey de Babilonia, serán destruidos por guerra, hambre y enfermedad” (v. 8). Pero los falsos profetas aseguraban lo contrario, prometiendo libertad inmediata. En Jeremías 28, uno de ellos, Hananías, rompe el yugo de Jeremías públicamente, afirmando que Dios los liberaría en dos años. Jeremías responde con valentía: “El Señor no te ha enviado, y has hecho que este pueblo confíe en una mentira” (v. 15). Pocas palabras después, Dios confirma su juicio, y Hananías muere. Reflexiona: ¿Estás discerniendo la voz de Dios por encima de las voces que te dicen lo que quieres oír? ¿Eres capaz de someterte al proceso de Dios, incluso cuando no parece conveniente o fácil?
En Hebreos 1, el autor exalta la supremacía de Cristo. Afirma que en tiempos pasados Dios habló por medio de los profetas, pero ahora nos ha hablado por medio de su Hijo. Jesús no es un mensajero más: Él es “el resplandor de la gloria de Dios y la expresión exacta de su naturaleza” (v. 3). Él sostiene el universo con su poder, purificó nuestros pecados y se sentó a la diestra del Padre. No hay otro nombre, ni poder, ni ser celestial que se compare con el de Cristo. Reflexiona: ¿Estás escuchando hoy la voz del Hijo por encima de cualquier otra fuente de dirección o autoridad? ¿Reconoces que Jesús no solo te salva, sino que también sostiene tu vida y gobierna sobre todo?
En Proverbios 8:21-30, la sabiduría continúa hablando y revela su papel eterno junto a Dios desde la creación. “El Señor me formó como el principio de su obra… yo estaba junto a él como arquitecta” (vv. 22, 30). La sabiduría no es solo una virtud humana; es una manifestación del orden divino, un reflejo del carácter de Dios. Quien camina con sabiduría participa en la obra de Dios y disfruta de su favor.