
Hoy estaremos leyendo Jeremías 25-26, Filemón 1:8-25 y Proverbios 8:11-20. En Jeremías 25, el profeta anuncia que el juicio de Dios se extenderá sobre Judá y las naciones, después de que el pueblo se negara a escuchar los llamados al arrepentimiento durante veintitrés años. Dios declara que Babilonia será su instrumento para disciplinar a Israel, pero también promete que esa misma nación será juzgada por su orgullo. En Jeremías 26, Jeremías predica en el templo y provoca una gran conmoción: los líderes religiosos quieren matarlo por su mensaje de corrección. Sin embargo, él se mantiene firme y dice: “El Señor me envió a profetizar… háganme lo que les parezca bien, pero si me matan, estarán derramando sangre inocente (vv. 12-15). Jeremías no teme perder su vida por obedecer a Dios. Reflexiona: ¿Qué tan dispuesto estás a permanecer fiel a la verdad de Dios, incluso cuando eso te hace impopular? ¿Tu obediencia depende de las circunstancias o de tu amor y respeto por el Señor?
En Filemón 1:8-25, Pablo intercede por Onésimo, un esclavo que había huido de su amo Filemón y que ahora, habiendo conocido a Cristo, es transformado en un hermano en la fe. Pablo apela al amor, no a la obligación, y le dice a Filemón: “Recíbelo como me recibirías a mí” (v. 17). Esta carta es una poderosa imagen del Evangelio: Cristo intercede por nosotros, los que estábamos lejos, para que seamos recibidos por el Padre como hijos amados. Reflexiona: ¿Estás dispuesto a extender gracia a quienes te han herido o fallado, como Cristo lo hizo contigo? ¿Puedes ver a otros con los ojos del amor redentor de Jesús, y no con el lente del pasado?
En Proverbios 8:11-20, la sabiduría continúa hablando y dice: “La sabiduría vale más que las piedras preciosas; nada de lo que puedas desear se compara con ella” (v. 11). Declara que por ella los reyes gobiernan con justicia y los líderes toman decisiones correctas. También promete bendición a quienes la buscan: “Yo amo a los que me aman, y los que me buscan me encuentran” (v. 17). La sabiduría no solo trae conocimiento, sino también justicia, dirección y prosperidad que nacen del temor de Dios.